Capitulo 10

1448 Words
La casa por dentro era aún más grande de lo que aparentaba por fuera. Impoluta, silenciosa, perfecta de una manera que resultaba casi incómoda. Cada paso que daba resonaba en el mármol claro, repitiéndose como si las paredes quisieran memorizarme. El aire olía a madera pulida, a flores caras que jamás había visto en persona, y a ese aroma frío que solo tienen los lugares donde nadie vive realmente. Porque eso era lo que se sentía: Un museo, no una casa. Un laberinto diseñado para perderse. Nunca en mi vida había estado en un lugar así. Ni siquiera en sueños. Los techos eran tan altos que debía inclinar la cabeza hacia atrás para ver el final. Las lámparas parecían esculturas suspendidas, y las paredes estaban decoradas con cuadros modernos que seguramente costarían más que toda mi casa junta. Habían salas con sillones enormes, alfombras que parecían recién desembolsadas, mesas que brillaban como si nadie hubiera apoyado un vaso ahí en años. Todo era demasiado perfecto. Todo demasiado… vacío. Y pensar que aquí solo vivía Luca. Y ahora, por alguna absurda razón, yo también. Matteo caminaba unos pasos por delante de mí, señalando cosas que mi cerebro apenas procesaba: la sala principal, un salón secundario, un comedor para reuniones, otro comedor más pequeño, una biblioteca, un estudio, pasillos interminables que daban a más puertas de las que podía contar. —El personal vive en una casa apartada dentro del recinto —dijo Matteo sin girarse. Su voz se escuchó firme, como si recitara algo que había dicho cientos de veces —. A diez minutos de aquí en auto. Tienen horarios estrictos. Se detuvo, solo un segundo, para mirarme sobre su hombro. —Si necesitas algo, lo que sea, puedes pedirlo a cualquier hora. No hay límites. "Lo que sea." La palabra me cayó como una piedra en el estómago. Seguimos caminando y por primera vez noté las escaleras principales, anchas y elegantes, que llevaban al segundo piso… y junto a ellas otra más pequeña, casi escondida, que descendía. —El sótano es para los autos —agregó Matteo, con el mismo tono práctico. Autos. En plural. Como si fueran una colección. Intenté imaginar a Luca aquí, entre tantas paredes blancas y silencios interminables. No se parecía en nada al caos del exterior, a su presencia imponente, a su manera agresiva de dominar cualquier espacio. Este lugar… era lo contrario a él. O tal vez no. Quizás era una extensión perfecta de lo que realmente era. Impenetrable. Frío. Ordenado hasta ser intimidante. Mientras subíamos las escaleras, no pude evitar preguntarme: ¿Cuál de todos estos espacios era el favorito de Luca? Llegamos al final de un pasillo y doblamos a la derecha. Matteo abrió una enorme puerta de doble hoja de una madera robusta. El espacio me dejó boquiabierta. Esa habitación era incluso más grande que mi casa completa. Las paredes estaban cubiertas con paneles de madera clara y un cuadro enorme, demasiado caro para mi imaginación, presidía el rincón opuesto. El techo, alto como el de una iglesia, tenía molduras trabajadas y una lámpara de araña que dejaba caer destellos sobre una alfombra persa que parecía absorber el sonido de mis pasos. Había un ventanal inmenso que mostraba parte del jardín, césped perfecto, estatuas en sombras y la luz entraba perezosa, dándole a todo un brillo limpio, casi irreal. Mis cosas estaban apiladas junto a un clóset empotrado. Las cajas, mi bolso, la ropa que había tomado con prisa esa mañana. Parecían diminutas allí, humildes contrapartes frente a la magnitud de la habitación. A un lado, un sofá de cuero y una mesita con dos copas y una bandeja con frutas que olían a fresco… pero que me resultaban extrañas, como trozos de otra vida. Al acercarme, noté el olor: cuero nuevo, madera barnizada y un perfume amaderado que siempre asociaría a ese sitio. Todo estaba impecable, ordenado; no había nada de desorden humano, nada que delatara intimidad real. Era la casa de alguien que no necesitaba demostrar nada. Y ahí, en medio de esa perfección, me sentí pequeña y fuera de lugar. Matteo por fin se dio media vuelta y me miró fijamente. Había en su expresión una mezcla de curiosidad y la alerta profesional de quien vigila hasta el detalle más mínimo. Sus ojos recorrieron mi ropa, mis cajas, y volvieron a mi rostro, como calculando cuánto podía tolerar esa fragilidad. Miré alrededor buscando algo familiar, un rincón donde exhalar. Y encontré la puerta que daba al baño en suite: enorme, con mármol y una bañera que invitaba a olvidarlo todo. Por un segundo deseé entrar y volver a salir distinta, envuelta en esa falsa seguridad que ofrecen las estaciones de lujo. Pero ahora no era ese el punto. No podía perder tiempo. Tenía que presentarme en la cafetería. Revisé la hora en mi teléfono: el turno empezaba pronto. Un pánico frío me recorrió el estómago. No quería que Pia me colgara el teléfono gritando, ni que Marco pensara que había huido. Pero había un problema aún mayor. El problema era cómo iba a llegar… y cuánto me iba a tardar. Si calculaba bien, habíamos pasado casi una hora desde la ciudad hasta la reja principal, y luego otra media hora serpenteando por ese interminable camino de árboles hasta la casa. Eso no me alcanzaba. No me daba el tiempo. Debí pedir el día para organizar mis cosas. Debí prever esto. Pero ya era demasiado tarde. —Luca vendrá más tarde —dijo Matteo, con ese tono plano, cansado, como si mi sola presencia le agotara la paciencia—. Sus horarios son… apretados. Matteo ya se daba media vuelta para marcharse. Caminaba hacia la salida como si mi vida no fuera más que otro trámite. La desesperación me subió por el pecho, caliente, incómoda. Me lancé hacia él sin pensarlo y le tomé el antebrazo. Lo solté al instante, como si me hubiera quemado. Su mirada cayó sobre mí. Y no necesitó decir nada: sus ojos hablaban por él, y lo que decían no era precisamente amable. —Disculpa, pero… —empecé, tragando saliva—. Es que… necesito ir a mi trabajo. Fue como si mis palabras flotaran entre nosotros un segundo demasiado largo. Matteo inspiró hondo, bajó ligeramente la cabeza y cerró los ojos, resignado. —Te llevaré de regreso… —gruñó al final. No había entusiasmo en su voz. Más bien sonaba como si preferiría hacerse un agujero en el pie antes de manejar otra hora y media conmigo encerrada en un auto. —Gracias —susurré. Él no respondió. Simplemente se giró de nuevo y comenzó a caminar por el pasillo. Yo lo seguí, caminando rápida detrás de él. A nuestro paso, el personal seguía moviéndose como un mecanismo perfecto: entrando y saliendo de habitaciones, cargando bandejas, limpiando superficies que ya brillaban. Algunos ni siquiera levantaban la vista. Otros apenas me dedicaban un asentimiento breve cuando sus ojos se cruzaban con los míos. Pero ninguno me hablaba. Un silencio extraño se había instalado en la casa, como si yo fuera un fantasma recién llegado que aún no sabían si debían temer o ignorar. O quizá era simplemente la forma en la que funcionaba este lugar: todos moviéndose alrededor de Luca Moretti sin hacer ruido, sin respirar demasiado fuerte, sin existir más de lo necesario. Esperaba, de verdad esperaba, que no fuera así siempre. Aunque… tampoco pensaba quedarme tanto tiempo allí. No debía olvidar cuál era mi trato. Ni por un segundo. Mi objetivo era claro, aunque el de él fuera mucho más grande… y peligroso. Las cosas ya estaban lo suficientemente rotas en mi familia como para convertirme en un peso más. Yo quería ayudarlos. Esa siempre había sido la idea. Solo que… jamás imaginé que sería de esta manera. Que acabaría metida en la casa del hombre más temido de la ciudad, fingiendo ser algo que no era, respirando un aire tan frío que parecía cortarme la piel. El trato con Luca solo me garantizaba una cosa: información sobre el paradero de mi padre. Nada más. Nada menos. Una vez él cumpliera su parte, yo estaría libre. Libre de esta casa. Libre de esta mentira. Libre de él. O al menos… eso esperaba. Porque mientras seguía los pasos silenciosos de Matteo por ese pasillo infinito, mientras veía a los empleados desviar la mirada, mientras el eco de mis pensamientos se mezclaba con el olor a madera pulida y a mármol recién limpiado… sentí algo que me heló los huesos: No estaba segura de que Luca Moretti soltara jamás a alguien que había entrado a su mundo. Ni siquiera a alguien tan insignificante como yo. Y eso debia de darme miedo...
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