capitulo 1

1246 Words
Giorgia Hill se detuvo frente al espejo de cuerpo entero en su pequeño apartamento, la luz del sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas, iluminando su figura. Se miró con desdén, como si el reflejo que le devolvía la mirada fuera un extraño. La imagen de una mujer de talla grande, con curvas que se desbordaban de su vestido n***o ajustado, la incomodaba. Se pasó una mano por el cabello castaño, que caía en suaves ondas sobre sus hombros, y suspiró con pesadez.   “¿Por qué no puedo ser como ellas?”, pensó, su mente inundada de imágenes de modelos en revistas, mujeres que parecían tener la vida resuelta. Ellas, que lucían tan felices y ligeras, sin un gramo de preocupación. Giorgia se sintió atrapada en un cuerpo que no le pertenecía, un cuerpo que la sociedad había etiquetado con palabras que resonaban en su cabeza como ecos dolorosos: “gorda”, “fea”, “vaca”. “Es solo un vestido”, se decía a sí misma, intentando convencerse.  Pero, ¿cómo podía ser solo un vestido cuando cada prenda que se ponía parecía gritarle que no encajaba? Se giró para observar su perfil y, cuando lo hizo, una punzada de inseguridad la atravesó. Esa imagen, con el abdomen abultado y los muslos que se rozaban, no era la que había soñado para sí misma. En ese momento, el sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Era un mensaje de su mejor amiga, Clara. “¡Vamos a salir esta noche! Te necesito para desahogarnos y reír un poco. ¡No digas que no!” Giorgia sonrió a pesar de sí misma. Clara siempre sabía cómo sacarla de su caparazón. Pero la idea de salir la llenó de dudas.   “¿Qué me voy a poner?”, se preguntó, mirando su armario desordenado. La mayoría de su ropa era oscura, diseñada para camuflarse en la multitud. “¿Y si no me aceptan? ¿Y si me miran como siempre?” Con un suspiro resignado, Giorgia se dejó caer en el sofá, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros. La vida había sido un ciclo interminable de inseguridades y comparaciones. Desde la escuela primaria, donde sus compañeras se burlaban de ella, hasta los momentos en que los hombres la miraban con desdén, como si su peso definiera su valor. Había aprendido a reírse de los chistes crueles, a poner una máscara de indiferencia, pero por dentro, cada comentario la desgastaba un poco más. Mientras se sumergía en sus pensamientos, recordó un incidente reciente, uno que había dejado una marca profunda en su corazón. En una reunión familiar, su tía había hecho un comentario despreciativo sobre su aspecto. “Giorgia, deberías cuidar más tu figura. No quieres quedarte sola para siempre, ¿verdad?” La risa de los demás resonó en sus oídos, y Giorgia había forzado una sonrisa, sintiéndose más pequeña que nunca.   “¡Basta!”, se dijo a sí misma. “No puedo seguir así.” En ese momento de claridad, decidió que no podía dejar que las palabras de otros definieran su vida. Pero, ¿cómo lograrlo? Se levantó del sofá y se acercó al espejo nuevamente. Esta vez, en lugar de centrarse en lo que no le gustaba, trató de encontrar algo positivo. Sus ojos, grandes y expresivos, tenían un brillo que a veces olvidaba. Su sonrisa, aunque a menudo se ocultaba tras la inseguridad, era genuina.   “Soy más que mi peso”, susurró, como si fuera un mantra. Decidida a cambiar su perspectiva, Giorgia se puso a buscar en su armario una prenda que la hiciera sentir bien.   Encontró una blusa color fucsia que había comprado hace meses, una compra impulsiva que había dejado de lado porque temía que no la favoreciera. Pero hoy era diferente. Se la puso, y cuando se vio en el espejo, una chispa de confianza la atravesó.   “Quizás, solo quizás, esto podría funcionar”, pensó, sonriendo para sí misma. Se arregló el cabello y se aplicó un poco de maquillaje, algo que había dejado de hacer por falta de tiempo y motivación. Aunque no estaba segura de lo que iba a pasar esa noche, había decidido que no iba a permitir que sus inseguridades la detuvieran.   Cuando llegó a la cita con Clara, el bullicio del bar la envolvió. La música era fuerte, y las risas resonaban en el aire. Clara la recibió con un abrazo cálido. “¡Te ves increíble! Esa blusa es perfecta para ti”, exclamó, y Giorgia sintió que un peso se levantaba de sus hombros.   A medida que la noche avanzaba, Giorgia se permitió disfrutar. Rió y bailó, sintiendo cómo la música la envolvía, liberando un poco de la tensión que había acumulado durante años. Sin embargo, en el fondo de su mente, aún había un pequeño eco de duda.  “¿Qué pensarán los demás?”, se preguntó, pero decidió ignorar esa voz. Mientras bailaba, un chico se acercó. Era alto, con una sonrisa contagiosa. “Me encanta cómo bailas”, le dijo, y Giorgia sintió que su corazón se aceleraba.   “Gracias”, respondió, un poco sorprendida. La conversación fluyó, y ella se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba disfrutando de la atención sin sentir vergüenza.   “¿Quieres salir a tomar algo?”, le preguntó él, y Giorgia, aunque nerviosa, aceptó. Mientras caminaban hacia la barra, su mente se llenó de pensamientos contradictorios. “¿Realmente le gusto? ¿O solo está bromeando?” Pero decidió dejarse llevar.   Al sentarse, el chico comenzó a hablar de sus intereses, de su pasión por la música y los viajes. Giorgia se dio cuenta de que, a medida que conversaban, estaba revelando partes de sí misma que había mantenido ocultas. Habló de su amor por la música, de su sueño de formar una banda. “Siempre he querido tocar en un escenario”, confesó, sintiendo una chispa de emoción. “¿Por qué no lo haces?”, preguntó él, mirándola con interés genuino.  “No hay nada que te detenga, excepto tú misma.” Sus palabras resonaron en su mente. Era cierto. Giorgia había dejado que el miedo y la inseguridad la limitaran durante demasiado tiempo.  La noche continuó, y mientras se despedía del chico, sintió que algo había cambiado en ella. No se trataba solo de la atención que recibía, sino de cómo se había sentido a lo largo de la noche. Había reído, había bailado y, por primera vez en mucho tiempo, había sido ella misma. Cuando llegó a casa, Giorgia se miró nuevamente en el espejo. Esta vez, no vio una mujer que necesitaba cambiar; vio a una mujer que estaba lista para abrazar su vida.   “Soy más que mis inseguridades”, se repitió. “Soy una mujer fabulosa, y no tengo que pedir disculpas por ello.” Esa noche, Giorgia se durmió con una sonrisa en el rostro, sintiendo que el día siguiente traería nuevas oportunidades. Había dado el primer paso hacia una vida que siempre había deseado, una vida en la que no solo aceptaría su cuerpo, sino que lo celebraría.   La historia de Giorgia apenas comenzaba, y ella estaba lista para escribir un nuevo capítulo. Sin más cadenas que la ataran, se sentía libre para ser quien realmente era: *Gordita, pero fabulosa
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