capitulo 2

1319 Words
Giorgia se despertó con una sensación de ligereza que no había sentido en años. El eco de la noche anterior aún resonaba en su mente: risas, música, y la promesa de un nuevo comienzo. Sin embargo, a medida que se levantaba de la cama, la luz del día también trajo consigo sombras del pasado, recuerdos que habían estado enterrados en lo más profundo de su ser. Mientras se preparaba para el día, Giorgia se encontró con una caja olvidada en el rincón de su armario. Era una caja de recuerdos, llena de cartas, fotos y pequeños objetos que representaban su infancia. Con curiosidad y un atisbo de nostalgia, decidió abrirla. Al levantar la tapa, una oleada de emociones la invadió. Dentro, encontró una serie de fotos de su niñez. Allí estaba ella, una niña de cabello rizado y mejillas regordetas, sonriendo con alegría en un parque. En una de las fotos, estaba en la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga, rodeada de globos y risas. Pero en otras, los recuerdos eran más dolorosos. Recordó el día en que su maestra, sin pensar en las consecuencias, había hecho un comentario hiriente sobre su peso frente a toda la clase. “Giorgia, quizás deberías intentar jugar menos a los videojuegos y salir más a correr”, había dicho, y las risas de sus compañeros resonaron en su mente como un eco que nunca desaparecía. Ese día fue un punto de inflexión. La niña que había sido alegre y despreocupada comenzó a encogerse, a protegerse detrás de una muralla de inseguridades. Con cada comentario, cada mirada despectiva, Giorgia aprendió a esconderse, a evitar el centro de atención. Las risas que una vez la rodearon se convirtieron en murmullos, y su mundo se volvió más pequeño. Mientras hojeaba las fotos, un pequeño objeto llamó su atención: un colgante en forma de estrella. Era un regalo de su abuela, quien siempre le decía que cada estrella representaba un sueño por cumplir. Giorgia recordó cómo su abuela la animaba a perseguir sus sueños, a no dejar que nadie le dijera que no podía hacer algo. “Eres una estrella, Giorgia. Nunca dejes que nadie te haga sentir menos”, solía decirle. Con un suspiro, Giorgia sintió la falta de su abuela, quien había sido su mayor apoyo. Decidida a honrar esos recuerdos, Giorgia se puso el colgante y se miró en el espejo. La estrella brillaba con intensidad, recordándole que, a pesar de los años de inseguridad, todavía había una chispa dentro de ella. “Voy a ser esa estrella”, se dijo, y con esa afirmación, comenzó su día. Más tarde, decidió que era hora de hacer algo diferente. En lugar de encerrarse en su casa, se aventuró a un café local que había escuchado de Clara. Al entrar, el aroma del café recién hecho la envolvió y una sensación de calidez la recibió. Se sentó en una mesa junto a la ventana, observando a la gente pasar. Había algo reconfortante en la vida que continuaba, ajena a sus luchas internas. Mientras disfrutaba de su café, su mente divagó hacia la música. Desde que era niña, había soñado con formar una banda. Recuerdos de sus primeras clases de música en la escuela inundaron su mente. El primer día, había entrado con una guitarra prestada, sintiéndose como si estuviera llevando una parte de su alma. Pero con el tiempo, las inseguridades la habían hecho desistir. “¿Quién querría escuchar a una chica gorda tocar?”, se decía. Pero en ese momento, mientras el aroma del café la envolvía, una pequeña chispa de valentía comenzó a encenderse. “¿Por qué no lo intentas de nuevo?”, se preguntó. La idea de tocar en un escenario, de compartir su música con el mundo, comenzó a tomar forma en su mente. “Quizás sea hora de dejar atrás esos miedos”, pensó, sintiendo que la estrella que llevaba colgada de su cuello brillaba más intensamente. Con renovada determinación, Giorgia tomó su teléfono y se puso a buscar grupos de música en su ciudad. Encontró un anuncio que decía: “Buscamos cantantes para una banda de pop alternativo. Todos son bienvenidos, sin importar su experiencia.” Su corazón latía con fuerza. “¿Por qué no?”, se preguntó. Después de todo, la vida se trataba de asumir riesgos, de salir de la zona de confort. Tomó una respiración profunda y decidió enviar un mensaje. “Hola, me llamo Giorgia. Estoy interesada en unirme a su banda. Tengo experiencia cantando y me encantaría probar.” Presionó “enviar” con una mezcla de nervios y emoción. Era un pequeño paso, pero para ella, era monumental. Al salir del café, se sintió ligera, casi como si estuviera flotando. La idea de audicionar para una banda la llenaba de una energía nueva. Mientras caminaba por las calles, se dio cuenta de que la gente la miraba, pero esta vez no se sintió incómoda. Al contrario, la mirada de los demás ya no importaba tanto. Era un cambio sutil, pero poderoso. Esa noche, Giorgia se sentó en su sofá, lista para disfrutar de una película. Sin embargo, no pudo evitar pensar en su infancia. Recordó las noches en las que se encerraba en su habitación, cantando a todo pulmón, soñando con ser famosa. La música había sido su refugio, su escape de un mundo que a menudo se sentía hostil. “Quizás debería volver a hacerlo”, pensó, mientras su corazón latía con fuerza. Al día siguiente, recibió un mensaje de respuesta de la banda. “¡Hola, Giorgia! Nos encantaría que vinieras a audicionar. ¿Te parece bien este sábado a las 4 PM?” La emoción la invadió. “¡Sí!”, respondió sin pensarlo dos veces. La idea de estar en un escenario, de cantar frente a otros, la llenaba de adrenalina. La semana transcurrió entre nervios y expectativas. Cada día, Giorgia practicaba en casa, cantando sus canciones favoritas y sintiendo que la música la llenaba de vida. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió emocionada por algo. La idea de ser parte de una banda no solo representaba un sueño, sino también una forma de liberarse de las cadenas del pasado. Finalmente, llegó el sábado. Giorgia se vistió con una blusa colorida y jeans que le quedaban bien. Se miró al espejo, y esta vez, no se sintió insegura. Había recorrido un largo camino desde la niña que una vez se escondió detrás de las risas de otros. “Soy una estrella”, se repitió, y con esa afirmación, salió de casa. Al llegar al lugar de la audición, el bullicio y la música la recibieron. El espacio era acogedor, con luces tenues y un ambiente vibrante. Giorgia sintió una mezcla de nervios y emoción. Se presentó y fue recibida con sonrisas. Los miembros de la banda eran amables y alentadores, lo que la hizo sentir más cómoda. Cuando llegó su turno de cantar, su corazón latía con fuerza. Se paró frente al micrófono, y al abrir la boca, la música fluyó. La melodía la envolvió y, por un momento, se olvidó de todo. Se sumergió en la canción, en la emoción que sentía, y cuando terminó, la sala estalló en aplausos. “¡Eres increíble!”, dijo uno de los miembros de la banda, y Giorgia sintió que las palabras la envolvían como un abrazo cálido. En ese instante, comprendió que había dado un paso hacia la autoaceptación. No solo había audicionado, sino que había encontrado una parte de sí misma que había estado perdida durante años. Al salir, el sol brillaba intensamente, y Giorgia sintió que el mundo era un lugar nuevo. Había dejado atrás sus miedos, y aunque el camino por delante sería desafiante, estaba lista para enfrentarlo. "Soy una estrella”, se repitió, y esta vez, lo creía.
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