3 Recuerdos y Nostalgia

1331 Words
Capítulo 3: Recuerdos y Nostalgia Esa mañana, mientras el sol despuntaba tímido entre los cerros, Flor despertó con una sensación de vacío en el pecho. El aire fresco de la mañana entraba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el aroma a tierra húmeda y el canto lejano de los pájaros. Era un nuevo día… otro sin Manuel. Aún era temprano y Dylan dormía profundamente en su cuna, con su suave respiración llenando la habitación de paz. Flor se quedó unos segundos contemplándolo, maravillándose con la perfección de su pequeño rostro, con la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración. Él era su razón de ser, su milagro, la prueba viviente de un amor que había trascendido el tiempo. Pero junto a esa inmensa felicidad, también sentía un hueco en el alma, un dolor que, por más que intentara, no conseguía disipar del todo. Había momentos en los que la dicha de tener a Dylan en brazos era suficiente para aliviar su pena, pero otros en los que la ausencia de Manuel se hacía tan grande que le resultaba imposible respirar. Se quedó en la cama, abrazando una almohada con fuerza, como si al hacerlo pudiera llenar el espacio que había dejado su esposo. El olor de Manuel aún permanecía en las sábanas, en la ropa que él usaba, en los rincones de la casa. Pero su presencia física se había desvanecido y, con ella, una parte de su alma. Los comienzos: Un amor que nació en la juventud Los recuerdos la transportaron a aquellos días felices, al inicio de su historia con Manuel, cuando el mundo se sentía lleno de posibilidades. Cerró los ojos y, de pronto, estaba de vuelta en el liceo, caminando entre pasillos llenos de adolescentes parloteando, con la sensación de que el futuro estaba esperándolos con los brazos abiertos. Recordó con exactitud la primera vez que vio a Manuel. Era alto, de sonrisa traviesa y ojos verdes intensos, esos ojos que parecían iluminar cualquier lugar. Se había acercado a ella con torpeza, pidiéndole prestada una lapicera solo como excusa para hablarle. "Desde ese día, nunca más nos separamos." Flor sonrió con nostalgia al recordar esos años maravillosos, los momentos en que Manuel se quedaba hasta tarde explicándole ejercicios de matemáticas, las veces que él la esperaba a la salida del liceo con un chocolate en la mano, sus caminatas interminables bajo la luna, hablando de sueños, de metas, de todo lo que querían para el futuro. Manuel soñaba con ser bombero. Decía que no había mejor manera de vivir que ayudando a los demás. "Voy a ser el mejor, Flor. No solo por mí, sino por la gente que me necesita. Quiero hacer la diferencia." Y lo logró. Fue el mejor de su clase, el más dedicado, el más valiente. Aprendió de todo, se convirtió en rescatista, especialista en incendios, en salvamento en alturas, en tantas cosas… solo le faltó ser piloto de helicópteros, y si la vida le hubiera dado más tiempo, sin duda también lo habría conseguido. Ella lo admiraba con todo su corazón. Manuel no solo era su amor, sino su héroe. Los momentos que marcaron su vida Cada fin de semana era una aventura juntos. Recorrían el pueblo, exploraban caminos, se quedaban junto al río hasta que la noche caía sobre ellos. Flor cerró los ojos y pudo revivir esas noches. Manuel la abrazaba, ella apoyaba su cabeza en su pecho y escuchaba el latido de su corazón, tan fuerte, tan lleno de vida. Nunca imaginó que un día dejaría de escucharlo. "Pase lo que pase, nunca nos separaremos." Lo habían prometido tantas veces, con risas, con besos, con la seguridad de que el destino estaba de su lado. Pero el destino tenía otros planes. La vida los golpeó con tragedias, con pruebas que pusieron a prueba su fortaleza. Cuando Manuel perdió a sus padres en un accidente, su mundo se derrumbó. Pero incluso en el dolor, él nunca se rindió. —Voy a ser el mejor bombero, Flor —le dijo con los ojos llenos de determinación—. Voy a salvar a otros, como nadie pudo salvarlos a ellos. Y ella le creyó, porque Manuel siempre cumplía su palabra. El sueño de una familia Después de años juntos, hablaron sobre formar una familia. Manuel la abrazó una noche junto al río y, con voz suave, le susurró: —Un día, Flor, me gustaría que este lugar fuera nuestro hogar. Quiero verte con nuestros hijos corriendo por aquí. Ella sintió su corazón acelerarse. Era un sueño hermoso. Cuando finalmente encontraron el pequeño pueblo donde empezarían su vida juntos, supieron que habían llegado a su destino. Allí construyeron su hogar, lejos del ruido, rodeados de tranquilidad. Flor comenzó a enseñar en la escuela, rodeada de niños que pronto se convirtieron en sus pequeños, mientras Manuel se ganaba el respeto del pueblo con su valentía y entrega. Cada vez que él salía a una emergencia, Flor se quedaba con el corazón en vilo. Siempre temía que un día no regresara. Y ese día llegó. Regreso al presente: La herencia de Manuel El llanto suave de Dylan la devolvió al presente. Se levantó con lentitud, acunando a su hijo entre sus brazos. Al mirarlo, sintió cómo el amor y la tristeza se entrelazaban en su corazón. Veía en los ojos de Dylan destellos de Manuel, esos mismos ojos verdes llenos de vida que la habían cautivado desde el primer día. Era como si una parte de él hubiera quedado en su hijo. Se permitió sonreír, aunque fuera una sonrisa teñida de dolor. —Tu papá era un hombre increíble, Dylan —le susurró mientras lo balanceaba suavemente—. Era valiente, generoso y tenía un corazón enorme. Sé que desde donde esté, él nos cuida y nos ama, y nos recuerda cada día que tenemos que seguir adelante. El bebé emitió un sonido dulce y Flor sintió que, de alguna forma, Manuel le respondía a través de él. Se quedó un rato más, acunando a su hijo, recordando cada momento compartido con Manuel, cada promesa, cada sacrificio, cada palabra. Sabía que debía ser fuerte, que ahora tenía a Dylan y que él era el motivo para seguir adelante. Pero en esos momentos de soledad, cuando el silencio llenaba la casa y los recuerdos eran demasiado fuertes, se permitía llorar por el amor de su vida. Porque aunque la vida le había arrebatado demasiado pronto a Manuel, su amor nunca la dejaría sola. Y aunque la nostalgia doliera, también era un recordatorio de lo afortunada que había sido de haberlo amado. Punto de vista de Flor A veces me pregunto si el amor realmente puede desaparecer. Si un día simplemente deja de doler la ausencia, si el tiempo es suficiente para llenar el vacío que alguien dejó. Pero luego miro a Dylan, sus pequeñas manos aferrándose a mí, sus ojos brillando con esa chispa de vida que me recuerda tanto a Manuel, y sé la respuesta. No, el amor no desaparece. Cambia, se transforma, pero nunca se va. Hay días en los que el dolor pesa demasiado, en los que la casa se siente demasiado grande sin él. Sus fotos siguen en las paredes, sus cosas aún están donde las dejó, su esencia sigue impregnada en cada rincón. Y aunque algunos dirían que debería guardarlo todo, yo no puedo. Porque Manuel sigue aquí. No sé cuánto tiempo me llevará sanar, si es que alguna vez lo hago por completo. Pero lo que sí sé es que seguiré adelante. No porque el dolor se haya ido, sino porque el amor que compartimos merece ser honrado. Manuel me enseñó a amar sin miedo, a soñar sin límites y a vivir con intensidad. Me dejó un regalo invaluable: nuestro hijo, la prueba de que lo que tuvimos fue real, puro, inquebrantable. Tal vez nunca deje de extrañarlo, pero sé que mientras lo recuerde, mientras Dylan crezca sabiendo quién era su padre, su amor nunca morirá.
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