CAPITULO 2

2430 Words
—Por favor, ten cuidado, ya sabes que hacer en caso de emergencia, llama a mi numero o al de tu padre y... —Mamá, lo sé. Me dio un fuerte abrazo que trasmitía ese calor maternal que tanto echaría de menos. La extrañaría como a nadie en este mundo. Mis maletas estaban en la puerta, al igual que Fred y Michi. Mirándome con melancolía, y no entendía por qué se deprimían tanto, sólo me iría la mitad del verano y volvería a casa. Necesitaba unas vacaciones lejos de todo. —Te he dejado un gas pimienta en la maleta por si alguien se pasa de la raya. —¡Fred! —Le regañé. —¿Qué? Nunca se sabe cuando puede pasar. —Gracias de todos modos. Tocaron la puerta y mi corazón dio un brinco. Ya estaban aquí. No sé cual era el motivo de mi nerviosismo, pero me daba más emoción reencontrarme con Scott que con mi padre, y eso era demasiado egoísta de mi parte. Fred abrió la puerta, con los labios apretados. No se llevaba nada bien con Frank y sabía que se comportaba amable con él sólo porque era el esposo de mi madre. En cuanto la abrió, Frank apareció a la vista de todos, con una sonrisa que parecía una mezcla de desafío y de alegría. —¡Papá! Corrí hacía él y me eché en sus brazos, soltó una risa ronca ya que lo había agarrado desprevenido. Sentí su aroma a colonia y embocé una sonrisa contra su traje de terciopelo marrón que me daba picazón en el rostro. —¿Cómo has estado, mi cielo? —Me preguntó en cuanto me aparté. —Demasiado ansiosa por verte. Mi padre ingresó a la casa y comenzó a recorrerla con la mirada, como si todo fuese nuevo para él, y en cuanto volvió de sus pensamientos, lo primero que miró fue a mi madre. Ésta tenia los ojos mojados y la comisura de sus labios se encontraban elevadas. —Permiso señores, tengo que besar a la mujer más hermosa del mundo. Mi padre se encaminó hacía ella y la besó con ternura. Vi como mi hermano apartaba la vista y fingía estar vomitando, Michi rió por lo bajo para no ser escuchada. Frank la soltó y le dio un abrazo, ella soltó una risilla adolescente que no me pareció apto para menores. —Muy bien, Amara. Ve al coche y espérame allí. —¿Y Scott? —Está dentro. Tragué con fuerza y pude mantenerme serena, y por suerte nadie pudo notar mi cambio brusco. Me despedí de Michi y de Fred, y luego me despedí de mi madre otra vez. Tomé mis maletas y corrí hacia el coche, ya que la lluvia había comenzado a caer. Malcom, el mayordomo de mi padre, salió del coche para guardar las maletas en la parte trasera. —Buen viaje señorita Bartons —Dijo, con voz rasposa y áspera. La puerta trasera del auto se abrió, y tranquilamente pude ver la silueta de Scott sentado junto a la ventanilla de la puerta, mirando por el cristal, como si todavía no se había percatado de mi presencia. Vestía unos jeans gastados y una sudadera gris que le ensanchaba los brazos. Su frente estaba pegada a la ventanilla y sus ojos grises estaban concentrados en cualquier cosa que estuviese mirando. Sus manos estaban entrelazadas contra sus muslos y su pecho bajaba y subía ritmicamente. ¿Estaba nervioso por algo en especial? —Hola —Saludó sin ni siquiera mirarme, con voz queda y fría como el hielo. —Hola. Me senté y cerré la puerta. El silencio entre los dos era insoportable y a pesar de que lo tenía a mi lado, lo sentía tan lejos de mí. Sentía como una inmensa muralla se instalaba entre los dos para dividirnos, y me dolía que las cosas sean así...pero era lo mejor. —¿Cómo has estado? —Oí que me preguntó, como si realmente le importase. —Si te digo que he estado bien...te estaría mintiendo —Contesté con franqueza. Por primera vez, me miró. Sus ojos grises se clavaron en mí y su mirada me estremeció de una manera tan intensa que no supe que estaba conteniendo la respiración. —¿Te arrepientes de lo poco que hemos vivido juntos? Su pregunta me había llevado por sorpresa. Tanto que contuve las ganas de llorar. —Jamás y prefiero quedarme con aquellos recuerdos, Scott. No me pidas que los olvide. —Nunca te pediría eso. Pero sabes que los recuerdos lastiman ¿no es así? No pude ni siquiera contestarle, no podía hacerlo. Me dolía en el alma que toda mi felicidad con él se haya acabado en un abrir y cerrar de ojos. Pero todo esto era cualquier cosa, eran cosas que no debían pasar porque no estaba BIEN, nada bien. Mis padres se acercaron a la limusina, al igual que Fred y Michi. Bajé la ventanilla y pude conseguir una sonrisa a pesar de que la tristeza me consumía por dentro. Mi madre se puso a mi altura y acarició mi mejilla. —Te estaré esperando cariño, te amo y espero que la pases genial. —Gracias mamá. —¡Recuerda el gas pimienta!-Me gritó Fred. Mi padre subió a la parte delantera del auto y se sentó junto al chofer, cosa que me pareció extremadamente raro. La limusina era demasiado grande en la parte trasera ¿por qué se sentaría allí? Me despedí con la mano mientras el coche se alejaba de mi familia, sólo me ausentaría por meses pero los echaría de menos. — Amaris, hay chocolates y jugo de freza en la compuerta del asiento. Christian te las ha enviado, él sabe que son tus favoritas— Avisó mi padre a través del pequeño parlante. Abrí la pequeña puerta y se me hizo agua a la boca en cuanto vi que el chocolate me suplicaba entrar a mi estomago. Christian siempre tan considerado y amable. Llevé el pico de la botella a mi boca y bebí, no me había dado cuenta de que me encontraba sedienta. En cuanto bajé la botella, sentí la mirada de Scott sobre mí. — ¿Desde cuando tu apetito ha aumentado de esa manera?-Preguntó, y yo sentí como mis mejillas iban tomando un tono rojizo. — No lo sé, no paro de tener hambre y me estoy preocupando. Sabes que nunca fui de comer mucho. — ¿Tuviste otros cambios fuera de lo normal? Fruncí el entre cejo.¿Por qué estaba tan interesado en mí? Quizá, me extraña después de todo, pero desterré esa idea de mi cabeza. — No, sólo que mi apetito se abrió mucho de la noche a la mañana y me resulta raro no engordar. — ¿Cada cuanto te viene la regla? Me contuve para no escupir el jugo que había tomado después de contestarle. Tragué con fuerza y lo miré, algo atónita por su pregunta tan inapropiada. — No voy a responderte eso, Scott — Solté, en un susurro por si mi padre me escuchaba. — Te pregunto porque es importante. Respóndeme— Me exigió. — No lo haré, no es de tu incumbencia ¿por qué seria importante? — Me enteraré de todas formas— Murmuró más para él que para mí. — Responde a mi pregunta —Insistí. — Las preguntas aquí las hago yo, Amaris. — ¿Y quien demonios te crees que eres...? — ¡Chicos dejen de discutir como si tuvieran cinco años!—La voz de mi padre se hizo presente en nuestros oídos, con ese tono autoritario y frío que siempre hacía estremecer a más de uno. —Debes comenzar a educar a tu hija Frank — Soltó Scott,de manera irónica. — Eres un imbécil— Bufé, furiosa. — Lo sé y me encanta— Me lanzó una mirada de arrogancia, e incluyendo un guiño de ojo. Me comí el ultimo trozo de chocolate con masticadas fuertes y guarde el envoltorio en mi cartera de Channel, de mala gana. Scott siempre fue así de irritante y agobiante a la hora de hacer preguntas. Controlador, impulsivo y en algunos aspectos, bastante obsesivo. Podría decir que había salido más a mi padre que a su madre. En cuanto llegamos a la estación de trenes,el chofer me ayudo con las maletas, al igual que Scott. La estación estaba repleta de gente que llegaba y se iba. Cada dos segundos, los altavoces se encendían para informar la llegada del próximo tren. La lluvia había cesado y el sol se asomaba a través de las nubes grisáceas. Vi a varias chicas con las insignias del campamento aplicadas en la zona del corazón y de inmediato me coloque la mía. La insignia era una especie de medalla de oro no más grande que mi mano, que tenía dibujado un ojo cerrado, y yo no distinguía si se trataba de un ojo masculino o femenino. Mi tren salía a las nueve de la mañana, así que no faltaba demasiado para marcharme. — ¿Prometes que te cuidaras? Sí ya no quieres estar allí, no dudes en llamarme, pasaría a recogerte en pocas horas y... — Papá, estaré bien, no te preocupes— Lo tranquilicé a través de la ventanilla— ¿Por qué no sales del auto y me despides con un abrazo como hacen todos los padres? Se removió incomodo en el asiento y me miró con ojos cansados. Ya conocía esa mirada de rechazo. Se frotó la frente y apretó los labios mientras miraba por afuera del auto, como si buscase algo. ¿Se estaba escondiendo de alguien? — Sólo unos segundos— Murmuró con voz ronca, y sin ganas salió de la limusina. Me aparté unos pasos para permitirle espacio y en cuanto estuvo afuera me estrechó en sus brazos y posó su barbilla por encima de la coronilla de mi cabeza. — Te quiero— Le dije, contra su pecho. — Y yo a ti, cariño. — Es hora de irnos— Me recordó Scott, impaciente. Me aparté de mi padre y me volví hacía él, fulminándolo con la mirada. — Ya. — Buen viaje señorita, Bartons— Saludó el chofer, de forma cortes. Mi padre le lanzó una mirada seca en cuanto nombró mi apellido. — Gracias. Tomé una de mis maletas y Scott tomó la otra. Y con un ultimo saludo de mi padre, me despedí de él. Scott se encontraba callado, sumido en aquellos pensamientos que no podía descifrar, y me encantaría saber que era lo que se le estaba cruzando por la cabeza. Yo me mantenía callada, no me animaba a hablarle, ya que cuando lo hacía me temblaban los labios al ponerme nerviosa. Me gustaba estar en silencio, disfrutando los últimos minutos que nos quedaban antes de que partiera al campamento Mirdusolé. Nos sentamos en un asiento de madera que estaba deteriorado por los años, y él se sentó algo lejos, como si quisiera mantener la distancia entre los dos. — Scott, ¿estás enfadado conmigo? Me has evitado en todo el camino y no quiero irme sin saber lo que te ocurre. Vi como apretó los labios y soltó el aliento, como si estuviese agotado, o algo así. — No estoy enfadado, sólo estoy tomando el papel de hermano que me corresponde. Odiaba cuando pronunciaba la palabra Hermano. Era una barrera que los dos queríamos quitarnos de encima, pero que era prácticamente imposible. — Todo esto es horrible— Susurré con un enorme nudo en la garganta. — He intentado salir con chicas de mi edad y no ha funcionado nunca. Todo el tiempo me acuerdo de ti y siento que me traiciono a mi mismo. Su confesión me llevó por sorpresa, de tal manera que contuve el aliento al oírlo. No sabía que me dolía más; Que saliera con otras chicas o que por culpa mía este sufriendo de esta manera que él no se merecía en absoluto. — Scott tienes veinticinco años, es obvio que querrás conocer a alguien de tu edad y construir un futuro con esa persona. — Mi futuro eres tú, Amaris — Replicó, mirándome con aquellos ojos grises que me debilitaban. Sus palabras me conmovieron y no supe que decir al respecto. Porque yo también soñaba con un futuro en donde los dos eramos felices, pero...no dejábamos de ser hermanos de sangre. Cosa que odiaba con mi alma. — Pero es imposible, Scott. Debemos aceptar la realidad y continuar con nuestras vidas. ¿Acaso te olvidas que provenimos del mismo padre? Es algo extraño y terrible a la vez. Simplemente ni siquiera puedo pensarlo. Abrió la boca para decir algo y protestar, pero decidió cerrarla, porque sabía que no podía llegar a nada cuando se trataba de ese asunto. A lo lejos, y con un ruido insoportable que chocaba contra las vías, el tren que me llevaría se iba asomando en la distancia. — El tren destino a Hogwarts ha llegado — Soltó Scott, con recelo. — Chistoso. Me puse en pie y él hizo lo mismo, tomando mis maletas para entregármelas. — En seguida regreso, no subas al tren hasta que vuelva ¿me has escuchado? Y antes de poder pedirle explicaciones, salió corriendo dejándome con la palabra en la boca. El tren aún se encontraba lejos, así que Scott tenía tiempo de sobra para despedirme. — Disculpa, ¿tú también vas destino a Mirdusolé? Me volví hacía la voz que me había preguntado, y me encontré con una joven de risos rubios y ojos negros, de vestido floreado y de sandalias de tiras rojas. — Sí ¿por qué? — Sólo preguntaba, no conozco a nadie aquí y no me gusta estar rodeada de aquellas chicas que no paran de verme con disgusto — Dijo señalando con la cabeza a un grupo de chicas que no paraban de reír a carcajadas y pintarse los labios. —Perdona, no me he presentado, soy Carrie Philips — Dijo, extendiéndome una de sus manos para estrechármela. — Yo soy Amaris Barto... — Ella es Amaris Bartofeald— Interrumpió Scott, acercandosé hacía a mi y abrazándome la cintura con su firme mano. Lo miré con el entrecejo fruncido y él sólo me pellizcó disimuladamente mi cintura con uno de sus dedos, tratando de decirme que no dijera nada al respecto. ¿Por qué me había cambiado el apellido? Vi como Carrie tragaba con fuerza al ver a mi hermano y como sus cejas se arqueaban, anonadada por su belleza. — Ho-hola, soy Carrie— Se presentó, tartamudeando y olvidándose de mí por completo. — Scott. Un placer— Se presentó él, llevándose la mano que ella le había tendido a sus labios y sin dejar de mirarla. Sentí como mis celos aumentaron radicalmente y me dieron muchísimas ganas de tirar a la hermosa Carrie a las vías. El tren llegó a la estación y me separé de Scott para tomar mis maletas. —¿Nos dejas a solas, por favor?— Le pedí a ella, tratando de sonar amable. — Claro, claro— Titubeó, sin poder parar de sonreirle a Scott y de manera torpe subió al tren con sus maletas. — ¿Por qué le dijiste que me apellidaba así?— Pregunté, molesta. — Recuerda que papá estuvo en la cárcel y no quiere que nadie sepa que llevas su apellido. No quiere exponerte y que te traten diferente. — Pero eso suena ridículo, Scott. Yo no me siento humillada por ser su hija— Exclamé, aturdida. — Ya lo sé, pero si se enteran que llevas el apellido de un asesino, te juzgaran. — ¡Papá no es un asesino!— Mascullé en voz baja. — Dejemos de discutir y subamos al tren por favor. — ¿Subamos?— Repetí. — ¿Ya te he dicho que soy uno de los instructores de natación en el campamento?
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