—Cuida tu tono, Miranda. No olvides que soy tu madre, me debes respecto. Me crucé de brazos, y no pude evitar reírme ante sus ojos. —Eres mi madre, sí. Una madre que puso en juego la vida de su hija, y eso dice mucho de cómo te comportas como tal. Inesperadamente hubo un sonido que retumbó, la mano de mi madre había caído en mi mejilla con mucha fuerza, incluso mi rostro giró. —No tienes derecho a hablarme así —dijo ella, estaba muy enojada. —A estas alturas —respondí con el rostro hacia un lado— ya no me sorprende nada de ti. —Lo hago para que me respetes — intentó justificarse. La miré de nuevo, volví mi rostro hacia ella. —Ese respeto lo perdiste el día que usaste el dinero de los tratamientos de Emma para apostarlo y perderlo. —Ya te expliqué por qué lo hice. No le respondí, c

