EL SUEÑO DE ISABELLA

701 Words
Isabella siempre había soñado con ser escritora. Desde niña, le encantaba leer libros de todo tipo, pero sobre todo novelas, de amor. Se imaginaba historias románticas y apasionadas, protagonizadas por hombres valientes y mujeres audaces. Ella escribía sus propias novelas en cuadernos que guardaba bajo llave, temiendo que alguien las descubriera y se burlara de ella. Isabella vivía en una época difícil para las mujeres. Era el siglo XIX, y la sociedad era muy conservadora y machista. Las mujeres no tenían derecho a votar, a estudiar, a trabajar, o a elegir a sus parejas. Se esperaba que se casaran jóvenes, que tuvieran hijos, y que se dedicaran al hogar. No se les permitía tener opiniones propias, ni expresar sus sentimientos y deseos. Mucho menos, escribir novelas de amor. Isabella sabía que su sueño era casi imposible. Su familia era pobre y numerosa, y ella era la mayor de cinco hermanos. Su padre era un carpintero que apenas ganaba lo suficiente para mantenerlos, y su madre era una costurera que trabajaba día y noche. Isabella tenía que ayudar en las tareas domésticas y cuidar de sus hermanos menores. No tenía tiempo ni dinero para dedicarse a su pasión. Pero Isabella no se rendía. Aprovechaba cada momento libre que tenía para escribir. Se escapaba a la biblioteca pública, donde podía leer y tomar prestados libros. Se hacía amiga de otros escritores, que le daban consejos y le prestaban sus obras. Se informaba de las novedades literarias, de los editores, de los críticos, de los lectores. Se esforzaba por mejorar su estilo, su vocabulario, su ortografía. Se documentaba sobre los temas que quería tratar, sobre la historia, la geografía, la cultura, la ciencia. Se inspiraba en su propia vida, en sus sueños, en sus anhelos. Isabella tenía un talento natural para escribir. Sus novelas eran originales, creativas, y emocionantes. Sus personajes eran complejos, realistas, y carismáticos. Sus tramas eran intrigantes, sorprendentes, y conmovedoras. Sus escenas eran vívidas, detalladas, y sensuales. Sus diálogos eran fluidos, ingeniosos, y profundos. Sus mensajes eran positivos, inspiradores, y universales. Isabella quería compartir sus novelas con el mundo. Quería que sus lectores se emocionaran, se divirtieran, se enamoraran. Quería que sus críticos la elogiaran, la respetaran, la admiraran. Quería que sus editores la publicaran, la promocionaran, la recompensaran. Quería que su familia se sintiera orgullosa, feliz, y agradecida. Pero Isabella tenía un problema. Un problema que podía arruinar su sueño. Un problema que tenía que ver con su género. Isabella era una mujer. Y las mujeres no podían escribir novelas de amor. Al menos, no con su nombre real. Isabella lo sabía muy bien. Sabía que, si enviaba sus novelas a un editor con su firma, sería rechazada de inmediato. Sabía que, si lograba publicar sus novelas con su nombre, sería ignorada o ridiculizada. Sabía que, si revelaba su identidad como escritora, sería criticada o condenada. Sabía que, si perseguía su sueño como mujer, se arriesgaba a perderlo todo. Por eso, Isabella tomó una decisión. Una decisión que cambiaría su vida. Una decisión que la llevaría a conocer al hombre que la haría sufrir y la haría feliz. Una decisión que la convertiría en una de las escritoras más famosas y exitosas de su tiempo. Isabella decidió escribir con un seudónimo masculino. Isabella eligió el nombre de Noah Hamilton. Un nombre que le gustaba, que le sonaba bien, que le daba confianza. Un nombre que le permitiría cumplir su sueño. Isabella escribió una carta al editor más prestigioso y exigente de la ciudad: Henry Collins. Le envió una copia de su última novela, titulada "Amor y pasión en París". Le pidió que la leyera y le diera su opinión. Le dijo que era un escritor novel, que admiraba su trabajo, que esperaba su respuesta. Le firmó como Noah Hamilton. Isabella esperó con ansiedad la respuesta de Henry. No sabía si le gustaría su novela, si la publicaría, si le escribiría. No sabía si su seudónimo funcionaría, si le creería, si le descubriría. No sabía si su sueño se haría realidad, si sería feliz, si se arrepentiría. Lo que Isabella no sabía, era que Henry Collins estaba a punto de leer su novela y que, al hacerlo, se enamoraría de ella.
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