| Provocación oscura |

2286 Words
Mi respiración desnivelada está a punto de convertirse en jadeos por la mirada oscura de este hombre sobre mí, encajada, penetrada y que exuda lascivia. Pestañeo al quedarme estática y tensa al verle de nuevo, pero con la sorpresa de que es el famoso cliente que comentó mi jefe. Trago saliva en cuanto él se termina de acercar para estrechar la mano con Dalton. ¿Es el universo y Dios quienes están queriendo castigarme de algún modo? No puedo creer que me pongan en el camino al mismo hombre, que activa mis alarmas internas porque me parece demasiado peligroso y atrayente para lo que estoy acostumbrada hacia uno de su espécimen. He conocido muchos hombres peligrosos a lo largo de mi vida, pero él…me parece indescriptible. ―Gracias por recibirme, y disculpa por aceptar a último instante ―comenta Malachi hacia Dalton y su mirada se posa en mí cada cierto tiempo. ―Es un honor, señor Ferrari. Nos atrae mucho su colección de esculturas y agradecemos su confianza en nosotros ―dice Dalton. Relamo mis labios intentando calmar mis pulsaciones. ¿Qué me está provocando este hombre? ―Entonces, será momento de que las vean ―dice Malachi y actúa como si fuera otro sujeto, uno más amable y calmado, pero igual de misterioso. Me coloco los guantes en caso de querer tocar alguna escultura y no alterar su composición. No pensé que estaría tan nerviosa en ver unas esculturas si siempre estoy rodeada de ellas. ―Alora, tendrás los honores ―anuncia Dalton invitándome a que me acerque a una de las cajas que abren para nosotros. Mostrando su interior. Malachi se queda a mi espalda y siento su mirada clavada en mi nuca. ―Ella es la mejor, señor Ferrari. Es impresionante su conocimiento en arte y créame, está en buenas manos. ―Me halaga y siento un poco de vergüenza. Giro mi rostro encontrándome con el entrecejo de Malachi, su rostro ha cambiado de repente. ―Lo noto, ¿es muy cercano a sus empleadas? ―Espeta de repente. Abro los ojos. Dalton se ríe incómodo. ―Respetando los límites, hay que ser profesionales. Le tengo mucho respeto a la señorita Del Rey y la admiro por su talento ―responde como si no estuviera presente. Malachi no dice nada más y aclaro mi garganta sintiendo la tensión en el lugar. Miro sorprendida la primera escultura. Es de bronce sin pulir, puedo notar su antigüedad y la marca del artista. ―Es de Alberto Giacometti, difunto escultor suizo y es creador de una de las más costosas esculturas valorada en más de cien millones de dólares, esta podría tener un valor cercano. Está en perfectas condiciones y es…maravillosa ―hablo impresionada. ―Le dije que era la mejor ―comenta Dalton con una sonrisa de orgullo hacia Malachi quien solo asiente. Procedemos a mirar el resto de las esculturas y una es mejor que otra, sin poder creer que un empresario como él tenga una colección tan exclusiva y valorada en millones de dólares. Muchas personas amantes del arte quisieran tener la cuarta parte de esta colección. No dejo de hablar de las esculturas que van desde Antony Gormley a Josep María Subirachs; escultores famosos y de renombre. Me meto mucho en la historia de cada una y es que me emociona muchísimo. El señor Ferrari me escucha con atención y espero no equivocarme con nada. Termino quitándome los guantes y él manda a su seguridad a resguardar las esculturas. ―La quiero a ella ―anuncia de repente. Tomando nuestra atención―. Para que se haga cargo de las esculturas, mismas que estarán en esta galería ―añade clavándome la oscuridad de sus pupilas. Dalton actúa sorprendido. ―Disculpe, señor Ferrari, pero no creo ser la mejor para el trabajo o la responsabilidad de… ―Para mí lo has sido. Eres tú o me llevaré mis esculturas a otra galería... ―Hace ademán de irse de forma tajante. ―No creo que sea necesario, señor Ferrari. La señora Del Rey estará honrada. ―Suelta por mí, Dalton, sorprendiéndome y colocándome entre la espada y la pared. Malachi me observa, como si estuviera esperando mi afirmación e ignorando a mi jefe. ―Sí, será un honor, señor Ferrari. ―Termino aceptando. Por suerte, no es necesario ver al dueño de la colección de forma recurrente. El celular de Dalton suena y se disculpa para atender la llamada dejándonos a solas. Aprovecho de encararle, queriendo saber quién es y por qué aparece en mi vida de esta forma después de un año de aquella noche excitante. ―¿Cuál es su problema, señor Ferrari? Esto no parece ya una casualidad ¿También es responsable de la llamada de este momento de mi jefe para que nos quedemos a solas? ―Manifiesto sin más y con mi afilada lengua. Suelta un bufido despreocupado y sonríe estremeciéndome. ―Creí haberte dicho cuál era mi problema y, eres tú. En cuanto a la llamada, solo es mi suerte ―añade, pero no le creo. ―Deténgase, si me está acosando deje de hacerlo o le denunciaré por acoso ―amenazo. Sin creerme que estoy amenazando al cliente más importante de la galería. ―No te estoy acosando, solo traje mis esculturas a esta galería, ha sido pura casualidad. ―Dice muy calmado y eso me está frustrando. Ruedo los ojos para terminar respirando profundo aún con su mirada penetrante en mí. ¿Y si estoy siendo paranoica otra vez? Tal vez sea neta casualidad y yo estoy pareciendo una loca en este momento señalándole de acosador. La vergüenza me invade y eso es algo que no me sucede muy seguido. ―Disculpe, señor Ferrari, quizás me he sobrepasado. Solo que…en el bar actuó de otra forma y lo que me pedía estaba fuera de lugar, no me iba a ir con usted, es un desconocido para mí y ahora, será algo así como mi jefe ―explico intentando aminorar el bochorno. Llevo un mechón de mi cabello castaño detrás de mi oreja y muevo mis hombros por la tensión. ―Oh, eso sí fue porque quise alejarte de tu jefe, sé cómo te mira, sus intenciones y eso me enfurece. ―gruñe erizando mi piel. Mi cejo se aprieta con desconcierto. ―Disculpe ¿Ha perdido la cabeza? Usted y yo solo nos besamos una vez hace un año, no tiene derecho sobre mí. ―Espeto sin poder evitarlo. ―Deja de hablarme tan impersonal, te corriste en mi regazo ¿Recuerdas? ―Pide con ronquez y da un paso hacia mí, mientras que yo, doy uno hacia atrás por la inmensidad de su imponente porte, es avasallador y asfixiante. No sé si correr o lanzarme y besarle. Él nota mi especie de actitud esquiva y arquea una ceja sugestiva―. Oh cariño, sé que no tienes idea de lo que me causas y eso me gusta, ¿acaso estás tratando de provocarme intencionalmente o lo haces por accidente? ―Pregunta con un chasqueo de lengua. Arrugo la nariz y mi traicionero coño se contrae. Contrólate, Alora. ―Jódete ―digo y me regaño mentalmente por no controlarme. Él sonríe, como si fuera un ángel caído que asciende recurrente del averno. Rompe más la distancia y esta vez no me muevo, cosa que me hace olisquear su perfume, mismo que resulta embriagador y lujurioso. ―Merda…(Mierda) Eres una pequeña provocadora. Si no estuviéramos aquí y no fueras tan adorable e inocente, te tendría contra la pared en un santiamén, Alora Del Rey ―gruñe muy cerca de mí. Mi corazón late más fuerte. ¿Qué demonios? ―Solo acepté este trabajo por mi jefe, no creas que por ello voy a dejar que estés cerca de mí. ―digo entre dientes. Me está costando. ―Te escondes detrás de tus palabras, pero parece que quieres tocarme, hazlo. ―Juega conmigo, parece disfrutar el provocarme. ―Estoy a punto de arruinarte, nunca te recuperarás. ―Advierto respirando en jadeos. Mi cuerpo está hirviendo y no sé el motivo. ―Arruíname, haz lo mejor que puedas. ―Pide extasiado con el profundo sonido de su voz. Trago con dificultad mirando sus labios, luego sus ojos y aprieto mis manos, queriendo golpearle el rostro y sostener su cuello para sentarme en su rostro, destruir su ego de macho y que me coma de una vez por todas. ¡No, no puedes pensar eso! Respiro de forma entrecortada batallando conmigo misma. Él hace un movimiento como queriendo acercarse más a mí, pero aparece Dalton, salvándome. Me termino de apartar peinando mi cabello con una mano, y respiro dándole una sonrisa apretada a mi jefe quien se lleva a Malachi para conversar de dinero. Dejo caer mis hombros mirando al hombre italiano, es enorme, dan ganas de treparse en…carajo. Debo de hacer algo con mi frustración s****l. ** Llega la noche y me detengo en la puerta de mi apartamento, miro nuevas flores azules con un florero diferente al anterior. Resoplo mirando a los lados y cierro la puerta dejando mis cosas para olisquear las rosas. ―¿Quién eres? ―Murmuro sin saber quién me las deja. Agradezco internamente que Dalton se encargara del señor Ferrari y luego no me cruzara de nuevo con él. Mi corazón pudo descansar en los latidos apresurados que él me provoca. Es como si tuviera sus dedos en cada pliegue de mi cerebro y deshacerme de él en pensamientos se está volviendo lo más difícil que he tenido que hacer. Luego de tomarme una ducha y colocarme mi pijama camino por la sala hablando con Chantel por llamada, ella escucha todo lo que tengo que decir de Malachi Ferrari. ―Así que, te lo encontraste… ―¿Sabías que él estaría en New York? ―Pregunto confundida. ―Sí, por eso te había preguntado por él. Mi padre contrató su empresa por un trabajo tecnológico para los hospitales ―explica con simpleza. Detengo mis pasos―. Obviamente no hablé con él, nunca lo he hecho. ―Entiendo…él está causando un alboroto en mi mente y más de lo que debería ―Resoplo. ―Por lo que me has dicho, pareces gustarle y mucho. ¿Y si te quitas las ganas con él? ―Inquiere. ―¡No! Eso sería peor. Ese sujeto huele a peligro en cada paso y no quiero tener nada que ver con hombres peligrosos en mi vida. Suficiente tengo con mi legado. Además, él es tan prepotente, egocéntrico, maníaco, extraño, misterioso y sí, quisiera que me follara con salvajismo y me hiciera olvidar mi apellido…pero, no, tengo que mantenerme alejada ―manifiesto quedándome sin aire. ―Tomaré eso como que también te gusta ―dice riéndose. Coloco los ojos en blanco lanzándome en el sillón de espaldas cubriéndome el rostro. ―A ver, ¿qué otra fantasía tienes con ese sexy italiano? Inspírame a escribir cosas puercas para mi columna editorial ―pregunta haciéndome sonreír. ―¿Cuándo me darás regalías? ―No sé, nunca las has pedido y se vende muy bien. Niego con la cabeza mordiendo mi labio y me siento de golpe pensando en su pregunta. ―Que me mire en medio de la noche, me someta y me haga suya mientras lucho con las mordazas, que me persiga y cuando logre atraparme, me presione contra la pared haciendo que me corra en sus dedos mientras me besa con rudeza diciéndome cuánto me desea en cuanto le grito furiosa y excitada. También estaría interesante verle usar una máscara oscura, que no me hable y yo le abofetee mientras… ―Creo que fueron suficientes ideas, no sabía que mi amiga tenía una mente perversa ―interviene. ―Solo son fantasías, no es como si fueran a ocurrir. Se hacen realidad en mi mente y me hago cargo de ello. ―Le dejo en claro. Termino de hablar con ella y luego de lavarme los dientes, apago las luces para estar en mi oscura habitación sobre mi cama y rodeada de sábanas. Suspiro cerrando los ojos de a poco intentando no pensar en él. ** Maldigo entre dientes por haberme despertado de mal humor y caliente ¡Soñé con él! No le basta con irrumpir en mi mente a cada rato. Paso el día en la galería trabajando con el público dando pequeñas guías sobre las esculturas en el lugar. Miro la hora y hago ademán de ir por mi almuerzo, pero mis pasos se detienen de forma abrupta en cuanto vislumbro la figura de mi abuelo; Guillermo Del Rey. Su rostro está serio y abre sus brazos caminando hacia mí. ―Abuelo, ¿qué haces aquí? ―Hablo en español y miro a los lados sosteniendo su brazo mientras bajo la voz intentando que nadie le vea. Podría estar buscado por el mismísimo FBI y se arriesga de esta forma. ―¿No puedo visitar a mi nieta? Quien decidió estar en una ciudad llena de vagabundos, ratas gigantes, drogas y contaminación ―espeta. ―Pensé que no podías entrar a este país ―murmuro. ―Siempre busco la manera, querida Alora. Además, no vine solo. ―¿Podemos hablar en mi apartamento? Este es mi lugar de trabajo, abuelo… ―Claro, pero es mejor que te diga de una vez por todas mi motivo principal. ―Comenta tomando mi atención―. He concertado un matrimonio para ti, es importante y no te podrás negar esta vez, Alora, mi pellejo está en juego y también debes de hacer algo por la familia de una vez por todas. ―Manifiesta dejándome helada con los ojos abiertos mientras mi corazón late en estocadas molestas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD