¡Despedida!
El lápiz corre sobre el papel casi sin que lo piense. Las líneas, los cortes, los detalles… todo fluye. Hoy tengo uno de esos días raros en los que la inspiración me sacude y no puedo parar aunque quiera.
Estoy sentada en el pequeño taller trasero de Velvet & Co., una boutique en el corazón de Austin. A mi alrededor hay telas, bocetos y el zumbido constante de las máquinas de coser. El aire huele a café y perfume caro.
—Emma, esos diseños te están quedando increíbles —dice Laura, asomándose por la puerta entreabierta—. La clienta del vestido de gala preguntó por ti.
Sonrío. Me limpio las manos con un trapo y me levanto. A pesar de todo —el sueldo bajo, las jornadas eternas— amo lo que hago. Cada trazo en el papel lleva un pedacito de mí.
El día pasa volando entre pruebas de tela, ajustes y bocetos. Cuando cae la tarde y la última clienta se va, empiezo a recoger mis cosas. Mi cuaderno de bocetos, mi tesoro más preciado, siempre va conmigo.
—Emma, ¿puedes venir un momento a la oficina? —la voz seca de Vivian Clarke, la dueña, me detiene en seco.
Mi estómago se encoge sin saber por qué. Entro en la oficina con el cuaderno apretado contra el pecho.
Vivian me espera sentada detrás de su escritorio de vidrio, el rostro impasible.
—Voy a ser directa —empieza—. Las ventas no están acompañando y debo tomar decisiones difíciles. A partir de hoy, estás despedida.
Parpadeo, sin entender del todo.
—¿Qué? ¿Por qué? Mis diseños… las clientas…
—Todo queda en la empresa, Emma. Los diseños son propiedad de Velvet & Co., como firmaste en tu contrato —responde con una sonrisa tan fría como su voz—. Recoge tus cosas. Eso es todo.
—¿Y mi liquidación? —pregunto con un hilo de voz, todavía intentando procesar todo.
Vivian levanta una ceja, como si la pregunta la molestara.
—Recibirás lo que corresponde por ley. Lo transferiremos en los próximos días. No más. Espero discreción, Emma. No queremos escenas aquí.
Trago saliva. La furia me arde en el pecho, pero no le voy a dar el gusto de verme quebrada.
Asiento, giro sobre mis talones y salgo de la oficina.
Al cruzar la sala, siento las miradas de mis compañeras clavándose en mí. Algunas agachan la cabeza, otras apenas me sostienen la mirada con una mezcla de culpa y lástima.
Lo entiendo todo en un segundo: ya lo sabían. Y no dijeron nada.
Laura juega nerviosamente con el borde de su delantal, sin atreverse a decir una palabra. Otras simplemente fingen estar ocupadas.
Qué fácil es para algunas cubrirse detrás del silencio.
Camino directo hacia mi puesto, tomo mi bolso y el cuaderno de bocetos, que abrazo como si fuera lo único que me pertenece en ese lugar.
No digo adiós. No me detengo.
Al cruzar la puerta de la boutique, el aire cálido de la tarde me golpea en el rostro.
Saco el móvil de la cartera y escribo el mensaje, sin pensarlo dos veces.
La bruja me despidió y se quedó con mis diseños. Necesito unos tragos con mis amigas.
La respuesta no tarda en llegar.
Te lo dijimos. Pero eres la mujer más cabeza dura de Texas. Te esperamos en la Tiendita. Muévete, cerramos en quince minutos.
Sí, me lo dijeron. Y no hice caso.
Estaré en cinco. Son tres calles. —respondo.
Danielle me envía un emoji de corazón. Sonrío apenas y empiezo a caminar hacia la Tiendita.
Son modestas, o al menos así se describen ellas. Pero la verdad es que construyeron un imperio. Empezaron desde abajo, solas, con un crédito del banco que supieron convertir en éxito. Ahora tienen una mega tienda de tres pisos, con mini pasarela y estudio de diseño.
¿Pude trabajar con ellas desde el principio? Sí. Pero no quería sentir que era una carga, ni deberles favores. Así que terminé trabajando para una egocéntrica explotadora.
Lección aprendida. Y sé que las gemelas me lo recordarán más tarde.
El plan era simple: pasar por la Tiendita, agradecer el apoyo y volver a casa a revolcarme en autocompasión.
Pero claro, con Danielle y Sara, nada es simple.
Apenas cruzo la puerta, ambas me reciben como si hubieran ganado la lotería.
—Listo, llegó la reina del drama —dice Danielle, abrazándome fuerte.
La otra gemela termina de cerrar y se une al abrazo.
—Y ahora, nos vamos a cenar. Nada de excusas, Emma —remata Sara, tomándome del brazo.
Abro la boca para protestar, pero ya me están arrastrando hacia el auto.
Me rindo. Por hoy.
—Es genial que fueras tu quien decidiera ir por unos tragos, porque teníamos planeado escribirte, convencerte, y fracasar para salir esta noche. Nos ahorraste la molestia de tener que ir por ti a tu apartamento y sacarte a la fuerza. —Dice Sara mientras conduce por las calles atestadas en hora pico.
—Solo quería hablar con ustedes sobre mi desgracia. ¿Están festejando mi despido?
Las dos se miran y sonríen con complicidad.
—Sí y no.
Frunzo el ceño sin entender.
—¿Cómo? —Estas dos ya dan miedo. — ¿Hay algo mas?
Sara asiente, Danielle mira por la ventanilla.
—Queremos presentarte a nuestros novios.
Oh, las gemelas a quienes considero mis hermanas me ocultaron algo jugoso, algo que debería saber desde el primer día. ¡Ellas saben hasta que color de bragas uso a diario! Por eso Dani se hace la tonta y mira hacia afuera. Mis ojos parecen quemar su nuca, por lo que gira el rostro y me hace un puchero.
—En mi defensa, no quería que sepas sobre Greg, por si fallaba la relación como todos ls otros imbéciles que me dejaron.
Miro a Sara con los ojos entreabiertos.
—¿Y tú que excusa tienes?
—Ninguna, sabes que no estaba interesada en las relaciones serias, pero… me enamore de Bastian. —Dice Sara sin mucha importancia
—Tuve que hacerle un test para que se diera cuenta que lo que sentía era amor. —Agrega su hermana. — La muy bruta no sabía si era atracción s****l, amor o locura.
Danielle es intensa, se entrega completamente y suele asfixiar a sus parejas y por eso la terminan dejando., si el tal Greg le ofreció algo serio y formal debe ser igual de… pegajoso que ella.
Y, si Sara por primera vez le dio SI a la formalidad, es porque consiguió un domador con látigo que la domo como un maestro.
—Son las peores amigas de Texas. —Me cruzo de brazos y dejo caer mi espalda al asiento trasero del auto de Sara.
—Es muy reciente, Emma. Solo llevamos… dos meses saliendo.
—¡Dos meses! ¡Me ocultaron la existencia de sus parejas por dos meses! —Esa vez no finjo indignación, estoy muy molesta.
—Perdónanos. —Dice Danielle. — como ofrenda de paz, nosotras invitamos esta noche.
—No estoy en la ruina, tengo dinero, Dani. —Respondo seca.
Al llegar a la zona de restaurantes más exclusivos de Austin, ya siento el nudo en el estómago.
No sé si por el hambre, por el día de porquería o por la idea de comer en un lugar donde probablemente te cobran hasta por usar el tenedor.
Sara aparca en un valet, baja como un rayo del coche y ni espera a que Dani y yo nos acomodemos.
—Las dejo un segundo, me adelanto. Quiero avisar a los chicos que ya estamos aquí. —Nos lanza una mirada que dice “esto es cosa de ustedes”, y desaparece entre las elegantes puertas del restaurante.
Genial. Ahora me quedo a solas con Danielle. Me cruzo de brazos, apoyada contra la puerta abierta del auto.
—¿Y bien? —le lanzo, sin suavizar el tono.
Ella suspira, cierra la puerta con cuidado, y me enfrenta.
—Sé que estás molesta. Y tienes razón. No debimos ocultarte lo de los chicos… ni esta cena. Solo… me daba miedo que pensaras que te arrastrábamos a nuestro mundo de parejas felices mientras tú estás pasando un mal momento.
Me quedo en silencio. Dani nunca pide disculpas si no lo siente de verdad.
—Hay algo más. —continúa. — No eres la única amiga a la que le ocultamos sobre nuestras parejas. Los chicos también querían presentarnos con su mejor amigo, y también está aquí. ¡No es una cita a ciegas! —Se defiende cuando borro la poca cordialidad que estaba dibujando en mi rostro. — Es algo de último momento que se les ocurrió a ellos, lo juro.
Respiro hondo. Estoy cansada, triste, y algo herida… pero es Dani. Mi hermana de la vida. Y la conozco: cuando se disculpa así, es porque le importa.
Le aprieto la mano.
—Está bien. Solo no me vendan a nadie esta noche. No estoy para eso.
Su rostro se ilumina como un sol.
—¡Nunca! Lo prometo. —Me abraza fuerte—. Y gracias por no mandarme al demonio.