CAPITULO 12 Connie fue directamente al bosque después de comer. Hacía realmente un día magnífico, con los primeros dientes de león como soles y la blancura de las primeras margaritas. El matorral de avellanos era como un encaje de hojas a medio abrir y amentos perpendiculares cubiertos de polvo. Las celidonias amarillas eran ahora muy abundantes, abiertas por completo, vueltas del revés, como con prisa, y con el brillo del amarillo nuevo. Allí estaba el amarillo, el potente amarillo de principios del verano. Y las prímulas eran anchas, poseídas de un pálido abandono; prímulas apelotonadas que habían perdido la timidez. El verde lujuriante y oscuro de los jacintos era como un mar con los capullos elevándose como el trigo pálido, mientras en el camino de herradura los nomeolvides surgían po

