— Hijo de la… — me dice el Hombre Gordo.
El Hombre Gordo me pone su mano en la boca, lo hace con tal rapidez que me muerdo la lengua al impacto.
— ¿Qué dijeron allá adentro? — se escucha que el policía pregunta.
— Me parece que dijeron que alguien estaba secuestrado — dice la señora escandalizada.
— ¡Abran la puerta ahora mismo o la vamos a tirar! — grita el policía
— Está ocupado, ya vamos a salir — dice el Hombre Gordo.
Alguien patea la puerta, la puerta se resiste.
El Hombre Gordo entra en acción con su mano aprieta mis cachetes haciendo que mi boca se abra en una mueca. Con la otra mano saca al fin de la bolsa una botella de Tequila. Suelta la bolsa y la pistola cae al piso.
Otra vez patean la puerta.
El Hombre Gordo me tira al suelo. Pone una pierna encima de mí para evitar que me mueva y con un rápido movimiento abre la botella.
— Esto es tu culpa — me susurra.
Una tercera patada, sé que a la siguiente la puerta se vencerá.
Inmediatamente el Hombre Gordo mete la botella en mi boca, golpeándome en el estomago cuando cierro la mandíbula para evitarlo. La comienza a vertir en mi garganta sin mi permiso.
— ¡Oye, no se puede fumar aquí, es una gasolinera! ¡Vamos a explotar! — se oye que grita el gerente allá afuera.
— ¿Qué? Nadie me dijo que no podía — se oye decir al Hombre Canoso.
— ¡Es sentido común idiota! — grita el gerente
No hay más patadas. Parece ser que todos están momentáneamente distraídos. El Hombre Canoso le está ganando tiempo a su compañero. Se escucha una discusión allá afuera.
Comienzo a ahogarme, me es imposible respirar. Intento escupir, la caída del liquido no me deja. Mi estomago se contrae una y otra vez en un intento de vomitar. Siento que me voy a desmayar.
Hago el primer intento por vomitar el liquido, termino tragándome todo.
— ¿Alguien está vomitando allá adentro? — pregunta la voz del que decía ser policía.
— Sí, pero nomás tantito — dice el Hombre Gordo.
El Hombre Gordo ve que mi rostro comienza a ponerse morado y que mis intentos de vomitar son más fuertes. Así que toma la botella y la saca de mi boca.
— O la bebes, o la derramas, imbécil — me susurra.
Entonces vierte el resto de la botella en mí. Mojando toda mi ropa de alcohol. Yo sigo haciendo arcadas. Siento que dentro de poco voy a vomitar. El Hombre Gordo toma la bolsa del suelo y mete la botella casi vacía. Me jala poniendo mi brazo sobre su cuello y prácticamente me carga con un brazo mientras me saca del baño.
Afuera del baño se encuentra cuatro policías con armas afuera, la mujer y la niña se intentan alejar un poco como temiendo que haya balacera, pero no lo suficiente como para perderse el chisme. El Hombre Canoso me mira con ojos asesinos. El Gerente se esconde tras un policía.
— Perdonen, tenemos un borrachito con nosotros — dice el Hombre Gordo sonriendole a los policías.
Comienzo a vomitar.
Todos se hacen para atrás, asqueados.
— Escuchamos que te tenían secuestrado ¿es eso cierto? — me pregunta un policía.
— Sí, señyor polesías. Me tye-nen en contra’ de my voluntat — les digo seriamente. Ni yo me entiendo. Mi lengua está entumida y no me siento bien. De hecho si no fuera por el Hombre Gordo me estaría cayendo al suelo.
Los policías se miran y parece ser que están de acuerdo con que mi declaración no importa.
— Ya sabe como es el alcohol. Nos hace decir locuras y nos convierte en nuestras peores versiones.
Todos alrededor se quedan en silencio, miran solemnemente a la nada como reflexionando, recordando en silencio aquellas veces que el alcohol los transformó y dejó hechos un desastre. El Gerente parece recordar algo que le duele, la señora parece moralmente derrotada. Uno de los policías mira al cielo mientras pone su sombrero en su pecho, mirando casi al más allá, como si pudiera disculparse. Todos están de acuerdo, todos han vivido situaciones similares. Desde el Hombre Gordo hasta hasta … ¿La niña?
La madre ve que su hija parece comprender, y le pellizca el brazo.
Sin embargo el silencio no se detiene. Sería un bello momento de empatía si no fuera porqué siento el brazo del Hombre Gordo sobre mi espalda, y veo como sostiene la bolsa de tal manera que me recuerda que en ella hay un arma.
Al final de un largo suspiro los policías nos sonríen y se van.
— Que tengan buenas noches caballeros.
Uno de ellos se despide haciendo la señal de una botella.
La mujer con su niña se nos quedan viendo.
— ¿Entonces qué fue lo de la camioneta?
— Intentaba bajarlo — responde el Hombre Gordo.
— Mil disculpas — dice la mujer haciéndose la ofendida.
La gente alrededor nuestro se va.
Me siento mareado. Apesto a alcohol. Lo peor de todo:
Ni siquiera me gusta el Tequila.
Comienza el largo camino a la camioneta, donde el Hombre Canoso nos espera. Me caigo al caminar, al Hombre Gordo no le importa, me toma con su mano como si nada y me jala mientras mis piernas se arrastran por todo el camino. El Hombre Canoso le sonríe a los policías y los saluda cuando se van. Yo alzo mi mano intentando que me vean. Es un intento desesperado, veo como mis deditos intentan alcanzarlos, pero ellos se van, allá lejos, su camino sigue por la carretera y desaparecen en la noche.
El Hombre Canoso me mira con la sonrisa presumida de alguien que sabe que ganó.
El Hombre Gordo sigue sudando y parece terriblemente cansado del estrés.
Subo a la camioneta resignado. Sé que habrá consecuencias.
Tengo miedo.
El Hombre Gordo y el Hombre Canoso se quedan afuera. Comienzan a hablar, parece que le está pidiendo explicaciones a su compañero. Ambos me miran por un segundo. El Hombre Gordo señala al baño y luego parece contarle todo. El Hombre Canoso le dice algo al Hombre Gordo, este primero niega con la cabeza. Y luego asiente cuando le dicen algo que parece convencerlo. El Hombre Gordo se sube al asiento del conductor en silencio. Intentando no cruzar mirada conmigo.
El Hombre Canoso por un segundo parece que se va a subir conmigo, después rodea la camioneta. Abre la cajuela y saca una caja de herramientas la cual trae consigo cuando se sube conmigo en la parte de atrás. Cierra la puerta con cuidado y se me queda viendo mientras la camioneta avanza.
— Parece ser que no entendiste nada.
Yo intento levantarme de mi asiento para intentar defenderme en caso de que me ataque.
— ¿De qué? — le pregunto.
El Hombre Canoso sonríe, su cara es de alguien presumido. Pocos amigos, y aunque sonríe me doy cuenta de que solo se está aguantando las ganas de hacerme daño.
— El plan original era de ser socios. Tú nos ayudas, nosotros te ayudamos. Y al final de esto, aquí se rompió una taza y cada quien para su casa — el hombre canoso comienza a rascarse la barbilla — El problema aquí es que tú acabas de intentar delatarnos con la policía. ¿Te parece que eso es lo que hacen los socios?
— ¿Socios? Ni siquiera sé sus nombres señor…
El Hombre Canoso asiente.
— Dime el Señor Bala y a mi compañero dile el Señor Tanque.
— ¿Y cómo le digo a su jefe?
— Dile “jefe”.
— Pero eso haría que tenga dos jefes ¿No es así?
— Ese no es nuestro problema.
El Hombre Gordo...El señor Tanque parece repetir las palabras de su compañero en voz muy baja, tal vez intentando recordar el nombre que le dieron.
— Bueno, ahora todos somos amigos ¿No es así? Así que por favor dinos ¿Cuál era tu plan exactamente? Le dices a la policía ¿Y qué? ¿Te rescatan? Pues no. Te hubiéramos matado. De hecho, en el momento en que gritaste yo mismo te hubiera roto el cuello. Pero mi amigo, el Señor Tanque sintió compasión por ti. Decidió dejarte vivo.
— Me golpeó — le digo, tratando de tomar valor.
— Sí, pero sigues vivo. Tómalo como su lección de parte de él. Deberías agradecerle. Esta noche te ha salvado la vida dos veces. Una en el baño y otra ahora mismo antes de subirnos a la camioneta. Personalmente yo quería que te disparáramos y te dejáramos a un lado de la carretera. Él me persuadió. Te aconsejaría que a la próxima sigas nuestras instrucciones al pie de la letra. Mientras tanto… — El Hombre Canoso… el Señor Bala abre la caja de herramientas. Y de ella saca unas pinzas puntiagudas — . Eso que hiciste no va a pasar desapercibido, ni será perdonado — El Señor Bala se me comienza a acercar, yo instintivamente intento alejarme —. Tampoco intentes resistirte. O este castigo lo recibirá tu amiguita, con la que te estás quedando.
El Señor Bala me sonríe.
— Oh, sí. Sabemos de ella.
Comienzo a llorar.
— ¡No, no! ¡Déjenla en paz!
— Me temo, socio. Que tú no tienes ya ningún derecho a pedir o exigir nada.
En ese momento el Señor Bala se lanza contra mí y mete su puño en mi boca para mantenerlo abierta mientras mete sus pinzas. Están frías, saben asqueroso. Comienzo a sentir un agudo dolor en la parte trasera de la boca mientras siento como me jalan algo. Intento gritar, intento patalear. El Señor Bala se recarga en mi estomago para evitar que me mueva con sus piernas mientras que la otra mano cubren mis ojos, nariz y barbilla mientras aprieta con fuerza. De pronto el dolor se intensifica, veo las pinzas moverse, sacudirse. Jalan algo que se resiste a salir. En mi boca el sabor a sangre es intenso. De pronto parece resistirse menos y al fin sale en un chorro de sangre.
El Señor Bala sonríe, me muestra orgulloso como quien atrapa a un pescado enorme: Una muela enorme, llena de sangre. No. Es mi muela.
— Recuerda esto la próxima vez que intentes algo chistoso.
El Señor Bala se guarda mi diente en el bolsillo de su chaqueta.
— Ah, diablos, ¡Qué tonto soy! No habrá segunda vez.
Me desmayo.
Al despertar me doy cuenta de que estamos llegando. Estamos en la cuadra que da al departamento de Sarita. Parece un amenaza implícita. Entiendo el mensaje.
Muevo mi cara, tengo un paquete con hielo en mí. Estoy acostado en el asiento trasero de la Van. Quien conduce ahora es el Señor Bala. El señor Tanque está sentado a mi lado
— Detuve el sangrado con agua salada. El hielo es para la hinchazón.
El señor Tanque se acerca a mí un poco
— Por favor, no lo vuelvas a hacer — me dice en voz baja, intentando que no lo escuche su compañero. Se ve preocupado.
Yo asiento como puedo. Se me salen las lagrimas.
— Gyazzias — le digo.
— Disculpa no entendí.
— Gazias.
Las lagrimas corren más fuertes. No puedo, las fuerzas no me dan para más. Lo intento una vez más.
— Grraciaas.
Parece entender. Se ve conmovido.
Con los labios forma una palabra, nada se escucha de ellos. Sin embargo le entiendo:
— Lo siento.
Llegamos.
La van se detiene. El Señor Tanque me ayuda a recargarme en él para salir. Me ayuda a recostarme en la escalera del edificio de Sarita.
El Señor Bala me echa un vistazo, parece muy divertido.
— Que no se te olvide. Lunes, cuatro de la tarde.
El Señor Tanque se aleja de mí. Toca el timbre de Sarita y se aleja. Se sube a la camioneta y me dedica una mirada con pena. La camioneta se va.
— ¿Quién es? — pregunta Sarita en el intercomunicador.
— Yyo. Asoma — le digo con todas mis fuerzas.
Minutos después la veo asomada en el edificio y la saludo.
Ella no solo me deja entrar, sino que viene por mí y me ayuda a entrar a su departamento. Se ve disgustada por el aroma a alcohol y espantada por la sangre en mi camisa. Sin embargo no me hace más preguntas y me deja dormir.
Duermo toda la noche hasta las una de la tarde del domingo.
Sarita al siguiente día no me pregunta nada. Solo me da de comer.
Le intento explicar, ella solo sonríe y me dice
— No te preocupes. Lo entiendo. Yo también hubiera tomado si me hubieran hecho lo mismo. Sólo que no sabía que eras de los que peleaba borracho.
— Me caí — le digo.
Ella sonríe, no me cree.
En la tarde vamos a comprar nueva ropa para el trabajo del Lunes. Le prometí a Sarita que cuando lograra rentar algún lugar me iría y le repondría por los días que estuve en su casa.
Toda la tarde me siento vigilado. Cada que escucho un carro pasar lo volteo a ver con miedo. Tengo miedo de volverlos a ver, sin embargo sé que no puedo evitarlo. Ahora están detrás de mí y de la gente que aprecio.
La paranoia es tan grande que cuando volvíamos incluso creí ver una camioneta como en la que me secuestraron saliendo de la calle por donde vive Sarita. Puro miedo, supongo. Hay muchas camionetas similares en la ciudad.
Por la noche me mantengo en la Sala del departamento de Sarita. Estoy nervioso. Al siguiente día empieza mi nuevo trabajo doble. Dos Jefes. Uno que me humilla y me trata mal. Otro que me matará sino cumplo sus ordenes.
Por un segundo pienso en llamar a la policía. E instintivamente marco los primeros números desde mi teléfono. Antes de marcar el último dígito un carro pasa por debajo de la calle. Y se escucha como algo se rompe allá abajo. Me asomo.
Alguien tiró una bomba Molotov, y hay parte de la calle en fuego. Sin embargo es poco probable que el incendio llegue a los edificios.
El teléfono rojo suena.
Es un mensaje:
“Yo no haría eso si fuera tú.
-Señor T.”
Me alejo de la ventana y me tapo con la almohada en el sofá mientras oculto mis lagrimas.
Maldita sea, esta es mi vida ahora.