Capítulo 7: "Negociaciones".

2395 Words
Leona no era una mala mujer, pero estaba sumamente nerviosa por el error que había cometido con Ibáñez. Para terminar de ganar su confianza, Isabel le entregó un chip con información sobre su padrastro y los negocios ilegales de Culturam. —Si puedo ver a Sammy, no me importa nada más. —Estás muy enamorada de ese muchacho ¿No es así? —comentó, acariciando el diminuto artefacto con la yema de sus dedos—. Estoy segura de que él también te ama. —Están hechos el uno para el otro —afirmó Salomé con melancolía. Las tres mujeres se subieron al vehículo de Marcela, quien se dirigió hasta su granja. Las muchachas le avisaron a Ezequiel que podía marcharse, que ya habían localizado a Sam. —¿Dónde está? —había preguntado. —¡Luego te contaremos! ¡Ahora, ándate! Isabel sentía que los nervios estaban carcomiéndola por dentro. Le sudaban las manos y tenía el estómago revuelto. No era capaz de imaginar qué problema había tenido Sam que había estado un mes sin contactarla. —Tranquila ¿Sí? Prometo dejarte intimidad con él antes de ir a saludarlo. —Preferiría que te quedases a mi lado —le susurró al oído—. Tengo un mal presentimiento. —Haré lo que desees. Yo también tengo una sensación fea en el pecho… Espero que nos estemos equivocando. Contemplaron las montañas del valle, cuyas puntas estaban nevadas y los árboles rodeados de hojas amarillas. —Amiga… —murmuró la señorita Medina—. ¿Y si le borraron la memoria? Salomé hizo una mueca y se quedó en silencio unos instantes. —¿En qué pensás? —inquirió Isabel, sintiendo que el estómago se le encogía a causa de su inquietud. —Creo que es posible que eso haya sucedido. Aguilar estaba empecinado con mejorar la fórmula que alteraba los recuerdos… Ay, no. Isabel sintió una punzada de dolor. Sus nervios se incrementaron. Lamentó no haber traído consigo el collar de Sam y no haberse vestido con la ropa que había usado para verse con él en el pasado. —Tranquila, Isa. Sea lo que sea que le haya sucedido, encontraremos la forma de ayudarlo. Eran alrededor de las cinco y cuarto de la tarde cuando llegaron a la tecnológica granja de Leona. Estacionaron el vehículo y descendieron. Divisaron gallinas, cerditos, dos perros, tres gatitos y algunas vacas. Los animales estaban sueltos y felices. Había un granero rodeado de paneles de control, los cuales debían manejarse por una persona de forma adecuada para administrar la limpieza y los alimentos de los habitantes del lugar. —¿Dónde está Sam? —preguntó Isabel con ansiedad, escaneando su alrededor rápidamente con la vista. —En sus ratos libres, suele sentarse en el bosque que está detrás de la granja. Es un chico taciturno, apenas ha intercambiado unos diálogos conmigo. Sería bueno que ustedes pudieran ayudarlo. Las jóvenes no lo dudaron. Se echaron a correr a toda velocidad, Salomé trataba de adaptarse al ritmo de la señorita Medina. Esquivaron algunos animalitos y pasaron frente a una pequeña casita —donde seguramente dormía Sam—, y pronto, divisaron el bosque. Sentado debajo de un árbol, había un chico de cabello oscuro (súper corto ahora, parecía que se lo había rapado hacía dos semanas), ojos verdes y vestimenta cómoda. Era Sammy, no había dudas de ello. Sammy. Sin dejar de llorar y sin ser capaz de contener sus abrumadoras emociones, Isabel corrió torpemente hasta su primo. Se permitió arrojarse encima del muchacho, y envolverlo con sus pequeños brazos. —¡Estás vivo! —lo apretó con fuerza. Pudo sentir que él la rodeó de la cintura con sus atléticas extremidades superiores—. ¡Estás vivo! —sentía un nudo en la garganta a causa de la conmoción—. ¿Cómo estás, Sammy? ¡Te extrañé muchísimo! —tenerlo junto a ella era un sueño hecho realidad. Lágrimas de alegría brotaron de sus ojos. Le tomó el rostro entre ambas manos, dispuesta a darle un beso, pero la mirada de confusión de Sam la detuvo. ¿Acaso no la reconocía? El corazón le dio un vuelco. —Sammy… —se apartó, sintiéndose completamente dolida—. ¿Sabés quién soy? Él se sonrojó, y luego, agachó la mirada. —Sammy —repitió, sin ser capaz de dejar de llorar—. ¿No me reconocés? A pesar de la felicidad que le había provocado volverlo a ver, la angustia se apoderó del cuerpo de Isabel una vez más. Sentía que le costaba respirar y que se le habían clavado varias cuchillas en el pecho. Sam la había olvidado. Lo sabía, siempre lo había sabido. No había otra explicación para que él no la hubiese buscado durante un mes. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se sonó la nariz, ya que apenas podía respirar a causa de las emociones encontradas. —He soñado con vos cada noche —sus mejillas continuaban encendidas. Su voz sonaba áspera—, y esperé durante todo este tiempo que vinieras a por mí… porque apenas soy capaz de recordar quién soy. No estaba seguro de que fueses real… pero… ahora tengo la certeza de que me iluminarás. Me ayudarás a recordar ¿No es así? Salomé se agachó frente a Samuel, y rodeó con un brazo a su desconsolada amiga. —Hola, Sam. Tanto tiempo ¿No te acordás de mí? Él se encogió de hombros. —Soy Salomé Hiedra y ella es Isabel Medina ¿No nos recordás? Hemos pasado muchos momentos juntos. Yo me crié con vos prácticamente. Me enseñaste a defenderme sola… ¿No sabés de lo que estoy hablando? El muchacho se limitó a agachar la mirada. La joven Hiedra hizo una mueca, pero trató de disimular sus emociones para bombardearlo con interrogantes. Isabel los escuchaba, a pesar de su desconsuelo. —¿Y de quiénes te acordás, exactamente? ¿Hasta qué edad tenés recuerdos? ¿Sabés qué clase de persona sos? —Tengo recuerdos borrosos de mi infancia… pero recuerdo claramente a mis padres. También sé que han experimentado conmigo y que tengo sangre letal, pero no recuerdo… casi nada. Tengo cicatrices en el cuerpo que no sé por qué las tengo. No sé qué me ha sucedido. Ustedes… ¿Ustedes saben qué me pasó? —Si no te acordás de mí… has perdido más de diez años de recuerdos —dedujo Salomé—. También han experimentado conmigo. Hemos llevado a cabo muchísimas misiones juntos ¿No lo recordás? Nos han obligado a hacer cosas que no queríamos. Él se estremeció, negó con la cabeza, y explicó: —Tengo un solo recuerdo relacionado con las mutaciones: una vez de niño, cuando experimenté por mí mismo utilizar mi sangre… recuerdo el horror que sentí al contemplar cómo una pobre rata tuvo convulsiones por mi culpa… —se encogió de hombros—, pero la mayoría de las memorias que tengo en mi mente son momentos compartidos con mi madre. Las veces que he salido al parque con ella, que me ha preparado comida deliciosa y que me ha contado historias. Recuerdo cuando hemos visto películas de aventuras en una realidad de cuatro dimensiones y ella se había asustado… No recuerdo su muerte. No recuerdo qué daños nos ha causado mi padre. Cuento con muy poca información, he leído artículos en internet que no han aclarado mis dudas. Las pocas certezas que poseo son gracias a Marcela. Me pidió que no fuese a la casa de Horacio Aguilar porque era muy peligroso para mí… No recuerda los crímenes que se vio obligado a cometer, ni las torturas que ejerció su padre sobre él, ni las muertes de Luis y de Benjamín. Isabel se encontraba increíblemente conmovida, y sin embargo… Sam ya había pagado por sus pecados, y ahora le había llegado su redención. Olvidarse de todo lo malo que le había ocurrido en su vida ¿No era lo mejor para él? —¿Cómo escapaste de Culturam? —Cuando hui de allí no sabía qué estaba sucediendo, por qué tenía la necesidad imperiosa de correr y de alejarme… ni bien salí de una sala tecnológica, me escabullí entre los pasillos, que estaban llenos de objetos rotos y de sangre… me dolía la cabeza, mi cuerpo se hallaba entumecido y tenía marcas en las manos y en los brazos que no recordaba cómo me las había hecho. Mi confusión estaba volviéndome loco. >>A pesar de todo, mis músculos me guiaron hacia una salida alternativa. Allí afuera, empecé a caminar de manera errática entre la arboleda. Incluso, toqueteando el collar que llevaba puesto, me distraje, tropecé y lo perdí. Mis nervios no me permitieron encontrarlo. Seguí a mis pies, me moví hacia algún lugar… Sin embargo, tenía un nudo en el pecho y en la garganta, y no sabía por qué. Sentía que el dolor estaba asfixiándome. Leona me encontró y me permití confiar en ella. Me trajo a trabajar aquí y me llamó Santiago Aguirre. Sin embargo, siento un hueco en el alma, como si algo me faltara… —miró a Isabel, quien era un mar de lágrimas—. He soñado con vos, una y otra vez. Soñé que te rescataba, y que vos me decías que me salvarías a mí. Necesitaba volver a verte… aunque no estaba seguro… bueno, si eras real —repitió, queriéndole dar énfasis a la última frase. La hermana de Juan Cruz gimió de tristeza ¡Ellos siempre se habían ayudado el uno al otro! ¡Isabel había impedido que Heredia le disparara en la cabeza a Sam! ¡Sam había golpeado a Benítez cuando había intentado abusar de ella! “Santiago Aguirre” intentó tocar a la señorita Medina con su mano derecha, pero no se atrevió. Su brazo quedó suspendido en el aire por unos instantes, y luego, lo apoyó en su propio regazo. —¿Podrías contarme… qué relación tenías conmigo? —los ojos de Samuel brillaban con intensidad—. Estoy muy confundido… Siento que… siento… ¿Por qué mi corazón late así de fuerte? Me sudan las manos y… —Estaban enamorados —intervino Salomé—. Y su relación no era sólo romántica. Eran familia, eran amigos, eran cómplices. Nunca vi un vínculo tan genuino como el de ustedes. Yo soy amiga de ambos… —le guiñó uno ojo a Isabel—. Creo que necesitan hablar. Ahora les daré un momento de privacidad. La joven Hiedra se marchó. Isabel temblaba y no era capaz de dejar de llorar. Sammy estaba vivo, pero no se acordaba de ella. Tampoco recordaba su sufrimiento, pero sus músculos tenían memoria. Su cuerpo estaba pasándole factura por su propio dolor. Necesitaba de la señorita Medina para saber quién había sido. —Simplemente, te amo, Sam —sollozó la muchacha—. Hemos pasado por mucho para poder destruir a las personas que te habían esclavizado. Hemos sufrido. Hemos perdido a algunos de nuestros seres queridos… Y cuando desapareciste, mi mundo terminó por derrumbarse. Escribí sobre vos en internet para aliviar mis emociones… y… —Por dios ¡Le costaba muchísimo hablar! Sentía un nudo en la garganta y poseía dificultades para respirar—. El día del aniversario de la muerte de mi tía Daniela, fuimos a Culturam… y encontramos tu collar. El collar que yo te había regalado para tu cumpleaños… por eso empecé a buscarte, porque supimos que aún vivías. Y finalmente, te encontré. Gracias a las fuerzas del universo, te encontré. Él esbozó una sonrisa llena de melancolía. —Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí, Isabel. —Lo hago porque te amo ¿Y sabés qué? —se secó las lágrimas y se puso de pie. Tironeó al muchacho para que hiciera lo mismo—. Haré que me recuerdes. No quiero que te acuerdes de tu padre ni de la tortura que has recibido, pero me gustaría que no olvidaras los hermosos momentos que hemos compartido juntos. Te iré mostrando los lugares en donde hemos estado, te presentaré a la gente que has querido y… si no recuperás tus recuerdos, no importa. Yo me quedaré a tu lado ¿Sabías que para San Valentín me regalaste un peluche súper cursi? Él se sonrojó. —Presiento que no te merezco. —¡Otra vez no, Samuel! —protestó Isabel, intentando sonreír—. Solías decirme eso casi todos los días. —Por algo debía ser —hizo una mueca. Ella le tomó la mano. —Sammy… hay algo que deberías saber: nosotros no estábamos conectados únicamente por un vínculo amoroso… sino también… —no quería decírselo, pero sabía que tenía la obligación moral de hacerlo—: bueno… mi tía Daniela es tu mamá… por ende… somos primos. Como cereza del postre, soy la única persona inmune a tu sangre letal. Él se quedó callado unos instantes, procesando la información. Luego, asintió. —Por eso Salomé dijo lo de “familia” y comentó que nuestro vínculo era genuino. Debíamos de pasar mucho tiempo juntos ¿Verdad? —Compartimos cada día de este verano. —Oh… Y me pregunto ¿Cómo supiste que eras inmune a mi mutación? —La historia de mi inmunidad te la contaré otro día, Sammy. Ahora no. Prometo responder a todas tus preguntas cuando sea el momento indicado. Aunque no quiero que poseas recuerdos traumáticos, merecés saber qué te ha ocurrido. —Gracias, de verdad. Se miraron a los ojos unos instantes. Había estado un mes sin tenerlo tan cerca. Sintió que las piernas le temblaron. —¿Te disgusta… que seamos familiares de sangre? Él expresó en voz alta sus pensamientos: —No me molesta en lo absoluto ser tu primo —la tomó de las manos—. Seré quien vos quieras que sea en tu vida. Si me pidieras que fuera tu esclavo, también lo haría. Por alguna razón que todavía no puedo comprender, confío ciegamente en vos. Isabel sonrió, y volvió a echarse a llorar. Sam seguía siendo Sam, aunque hubiese perdido la memoria y ahora se llamara Santiago Aguirre. —No te apures, Sammy. Tiempo al tiempo. Lo primero que deberíamos hacer es presentarte a las otras personas que también han sido importantes para vos, visitar los lugares a los que frecuentabas, etcétera… Él asintió. —Haré lo que me pidas.
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