Abril había comenzado.
La gente del Valle prácticamente ya no hablaba de lo sucedido en Culturam. Ahora estaban entreteniéndose con unos vándalos que estaban acechando la zona sur de la ciudad.
Salomé continuaba saliendo con Magdalena Benítez y atendiendo el local que alguna vez había pertenecido a Heredia y a Aguilar.
Ezequiel aún no había encontrado a sus padres biológicos, y a veces visitaba a Umma en secreto.
Samuel aún no había recuperado la memoria, y estaba enamorándose por segunda vez de Isabel, gracias a los nuevos momentos que estaba compartiendo con ella. No, no se había atrevido a besarla (aún).
Todavía trabajaba para Leona. Continuaba esforzándose para saber qué había sucedido con él, pero no había conseguido resultados. Ni siquiera se acordaba cuando su prima o Salomé le contaban anécdotas.
Los Medina habían retomado sus estudios, y seguían yendo a terapia. Tenían días buenos y malos. A veces lloraban mucho, a veces, no. En otras ocasiones, se guardaban sus emociones para sí mismos. Era parte del proceso del duelo por su padre y por la violencia que habían sufrido.
Al atardecer, Soledad Martínez llevó en su vehículo a Samuel y a Isabel hasta el lago.
—Los esperaré aquí durante una hora y media. No se vayan lejos… y sean puntuales.
—No, mamá. Tranquila.
—Gracias por todo, señora —Samuel valoraba muchísimo que la viuda de Bustamante lo trasladara gratuitamente por el valle.
—No te preocupes, Santiago.
Él sonrió, y se bajó del auto junto a su prima.
Empezaron a caminar lentamente por la orilla. Ambos estaban abrigados, ya que el viento otoñal esa tardecita soplaba con fuerza.
Isabel se atrevió a enredar sus dedos con los de él.
—¿Seguís sin acordarte de las veces que hemos visitado este lugar? Han sido varias.
—Sigo con los mismos recuerdos desde la explosión —se encogió de hombros—. He revisado archivos en Internet, he interrogado a Leona e incluso he hackeado la base de datos de la granja. Sin embargo, no consigo recuperar la memoria. Es como si mi cerebro estuviera bloqueado.
¿Habría sido una forma de autoprotección?
—Por lo menos, no has perdido tus conocimientos de informática. Quizás no deberías esforzarte tanto…
—No, Isa. Es frustrante querer recordar y no poder hacerlo. Es como si no supiera quién soy realmente.
—Entiendo.
—Por lo tanto, necesito que seas sincera conmigo. No quiero que me ocultes nada para no herir mis sentimientos.
—Tenés razón —Isabel apretó la mano del muchacho—. En tu lugar, yo querría lo mismo ¿Qué querés saber, exactamente?
—Empecemos con el asunto de tu inmunidad ¿Cómo lo descubriste?
—Una serie de eventos desencadenaron el descubrimiento. Fue así: mi hermano vio cuando Damián Bustamante cometía un asesinato. Él le disparó a Juan en la pierna y lo llevó a Culturam. Trataron su herida. Tu padre y Heredia nos citaron a la edificación y me obligaron a tocar tu sangre a cambio de liberar a tu primo.
Samuel se sentía consternado. Unas lágrimas amagaban con escapar de sus ojos ¡Cuánto habían sufrido los Medina por él!
—¿Yo… permití… eso? —tenía un nudo en la garganta.
—Claro que no —negó con la cabeza—. Tuvieron que encadenarte a una pared. Me rogabas que no lo hiciera, pero yo presentía que se trataba de un experimento más de tu padre. Por lo tanto, te besé, y luego, toqué tu sangre. Después nos explicó el asunto de nuestra compatibilidad y bla bla bla, y que si teníamos hijos tendríamos que modificar su genética y bla bla bla…
Samuel sacudió la cabeza con indignación.
Horacio Aguilar ¡Desearía que estuvieras vivo para molerte a golpes!
—¿No te acordás?
—No… lamento tanto no ser capaz de acordarme de todo lo que has sufrido… es muy injusto para vos —sentía una horrible opresión en el pecho.
—No te preocupes, Sammy. Vos también eras una víctima de Culturam.
Y ustedes también, pensó Samuel, pero no lo dijo en voz alta. No quería abrumar aún más a su prima.
Tomados de las manos, pasearon por la orilla del lago mientras Isabel le contaba sobre cómo ella había descubierto la existencia de Culturam, cómo habían decidido destruir dicha sociedad, cómo había muerto Damián Bustamante y les había facilitado la información, etcétera. Hasta se atrevió a narrar la muerte de su padre, la cual fue el detonante para que Samuel enloqueciera y se atreviera a enfrentar por sí mismo a los guardias de Culturam.
El joven Aguilar escuchaba atentamente, sin interrumpir a la señorita Medina. Se esforzó para contener el llanto y no demostrar cuánta tristeza le causaba el sufrimiento de sus primos.
—Tu padre era un psicópata. Usaba el nombre de la ciencia para experimentar con todos los seres vivos que estuviesen a su alcance y para llevar a cabo negocios ilegales. Estoy segura de que aún no hemos descubierto muchas cosas… pero la información debe estar bajo las manos del gobierno. Cuando fuimos a la casa de Horacio para buscarte, habían confiscado casi todas las pertenencias relevantes.
—Lo sé. Ayer le pedí a Leona que me consiguiera fotografías de mi madre allí, pero no encontró.
—No, cariño ¿Quién conserva fotos en papel? Yo tengo las imágenes que mi papá guardaba de ella, antes de que vos nacieras. Cada dos por tres las contemplaba con melancolía.
—Me gustaría verlas algún día.
—Claro.
Continuaron conversando sobre el pasado, y terminaron dialogando sobre el asunto de Cárdenas.
—Isabel, si lograste engañar a mi papá, sos brillante. La persona más inteligente que haya pisado el Valle, sin dudas.
—No te olvides de tu propia actuación ¡Ha sido más que convincente!
—Me gustaría recordarlo, pero no puedo.
—No te preocupes, en serio. Además, no debe ser un recuerdo exactamente agradable ¿No crees?
Se sentaron en la orilla. Como hacía frío, Isabel aprovechó para acurrucarse sobre Samuel. Su calor lo hacía sentir menos abrumado.
—Quiero cambiar de tema… —los ojos de la muchacha brillaban intensamente—, me pone triste pensar en mi papá.
Samuel notó que la muchacha estaba a punto de echarse a llorar, entonces, la rodeó de la cintura con su brazo ¡Era tan pequeña! Sentía la necesidad de cuidarla con su propia vida.
—La primera vez que paseamos en el lago fue una noche de enero. Escapé por la ventana de mi casa y vinimos hasta aquí. Me has cargado casi todo el camino ¿No lo recordás?
Él negó con la cabeza. Daría cualquier cosa por poder recordarlo.
Maldición, qué frustrado y amargado se sentía.
—Nos metimos en el lago y jugamos con agua. Estábamos tan cerca el uno del otro, que no pude evitar temblar… ¿Y sabés lo que hiciste? ¡Me sacaste del agua y me cubriste con tu chaqueta!
Samuel sonrió. Sí, a pesar de que se sentía muy triste, ella era capaz de hacerlo reír.
—Suena a algo que haría para cuidar de tu salud. Si era de noche, podrías haber pescado un resfriado.
—¡Pero yo temblaba porque quería besarte! ¡Estaba ansiosa por eso!
El joven Aguilar se ruborizó.
—¿Y esa noche no te besé?
—No. Nuestro primer beso fue en el mirador del Valle. Prácticamente tuve que tirarme encima de vos para que lo hicieras ¡Sos demasiado tímido!
Volvió a sonreír, observando a su prima.
Ella tenía el cabello suelto, permitiendo que el viento lo hiciera bailar a su ritmo. Sus ojos brillaban con la luz de la luna.
Era excesivamente hermosa.
—La verdad es que no puedo quejarme —susurró, apretándola un poco más contra sí—. He tenido el privilegio de que una chica como vos haya sido capaz de quererme.
Isabel lo contempló fijamente.
—Sería imposible no quererte…
Samuel sintió el impulso de besarla, pero no se atrevió.
Ella esperó, pero como no vio reacción de su parte, agregó:
—Nos enteramos de nuestro parentesco cuando nos cruzamos en el cementerio unos días después de tu cumpleaños, y vi que estabas visitando la tumba de mi tía Daniela. Fue muy doloroso para ambos, ya que estábamos muy enamorados —se encogió de hombros—. Estuvimos media semana sin vernos, hasta que fui a buscarte a Culturam. Nos prometimos comportarnos como familia en el futuro, pero no hemos podido. No hay forma en la que pueda mirarte sin querer darte un beso, Sammy —se ruborizó.
El corazón de Samuel latía con violencia.
“No hay forma en la que pueda mirarte sin querer darte un beso”, le había dicho. La chica más hermosa del Valle estaba profundamente enamorada de él.
A pesar de todo lo que había ocurrido, ella lo seguía queriendo. No pudo evitar sentirse conmovido…
Y, a pesar de sus miedos, se dejó llevar por un impulso. Atrajo a su prima contra sí y presionó sus labios contra los de ella.
Al principio Isabel pareció sorprendida, pero luego, se relajó. Empezó a mover su boca suavemente, y deslizó su lengua para encontrarse con la de Sam. Él la rodeó de la cintura y la apretó aún más contra sí.
La joven Medina tenía ambas manos apoyadas en los hombros de su primo, pero pronto, las trasladó hasta el cuello de él, acariciándolo en el proceso.
No podían despegarse el uno del otro. Sus lenguas enredadas, sus respiraciones agitadas, sus caricias… Samuel se encontraba extasiado.
De pronto, Isabel se atrevió a subirse encima de él. Tomó las manos de su primo y las metió debajo de su sweater.
—Te amo —le susurró entre jadeos—, y no me importa nuestro lazo de sangre. Quiero que me toques, quiero que estés conmigo, quiero que…
El joven Aguilar calló a su prima apretando sus labios contra los de ella una vez más. Recorrió la piel suave y tibia del abdomen de Isabel con la yema de sus dedos, sintiendo cómo ella se estremecía con cada caricia.
—Tocame —le susurró al oído.
Samuel obedeció. Subió hasta sus pequeños pechos, y los tomó con ambas manos. Pudo sentir cómo sufría una erección en ese preciso instante.
Esto no puede estar mal.
Esto… es amor.
Amo a mi prima con toda mi alma, pero no me atrevo a decírselo aún. Temo… que me rechace.
Isabel le pasó la lengua por el cuello, haciendo que la piel de su cuerpo se le erizara.
—Quiero… hacerlo —balbuceó, entre jadeos.
Él, también. Él, también.
—No podemos, tu mamá…
—Oh… —protestó su prima, mordiéndose el labio de manera juguetona—. ¿Y si te convenzo?
Lo empujó hacia atrás. Ahora la espalda de Samuel había quedado apoyada sobre la arena. Isabel se arrojó encima de él, uniendo sus bocas en un beso apasionado y deslizando su mano por debajo del pantalón del muchacho.
—No… lo… hagas… —murmuró, pero sentía que su voluntad estaba totalmente sometida a sus instintos.
La joven acarició el m*****o firme de Samuel. Su mano subía y bajaba con delicadeza.
—Tocame también —susurró, como si estuviera rogándoselo.
Obediente, Sam metió sus manos debajo del sweater de Isabel, volviendo a acariciar sus pechos… sus suaves y pequeños pechos.
Oh, dios. Sentía que estaba volviéndose loco. Deseaba fervientemente que ella se subiera sobre sus caderas y…
De repente, escucharon un bocinazo. Isabel se apartó de un brinco, y buscó inmediatamente su celular.
—¡Mierda! —miró la hora—. ¡Se nos acabó el tiempo! ¡Mi mamá nos está esperando!
—No puedo ir así —Samuel señaló hacia su entrepierna.
Isabel comenzó a reírse nerviosamente.
—Si caminás por detrás de mí, no lo notará.
—¡Es demasiado obvio!
Otro bocinazo.
—Esperá —tipeó un mensaje rápido, y guardó su celular—. Le avisé a mi mamá que estamos yendo. Ahora, agachate.
—¿Por qué…? —preguntó, mientras se inclinaba hacia abajo.
Isabel se paró detrás de su primo, y se trepó de su espalda con un simple brinco. Era evidente que no era la primera vez que lo hacía.
Samuel la sostuvo con firmeza para que no se cayera.
—Ahora, ponete a hacer sentadillas ¡Eso te la bajará enseguida!