Pantera no se movió al instante. La orden había caído sobre él como un veneno dulce. Su cabeza se ladeó apenas, estudiándola y luego sus labios se curvaron bajo la máscara en una sonrisa apenas perceptible, pero peligrosa. Los ojos azules la taladraron, tan intensos que a Evanya se le erizó la piel. ¿Arrodillarse? Eso era algo que Pantera no haría por cualquiera. Esa era una especie de sumisión que no era parte de su itinerario. Y no había mujer en el mundo que lo hiciera colocar sus rodillas en el suelo, que lo hiciera ensuciar la tela de su pantalón fino solo para complacerla. Evanya sostuvo la mirada. Su corazón latía con violencia, pero no retrocedió. Lo quería de rodillas ante ella, su pecho ardía por ver a ese hombre, imponente intimidante cediendo ante su orden. Entonces Panter

