Luego de que el guardia revelara que el que ordenó que envenenaran a Simón fue Jared Ward, Azran elevó el mentón, viéndolo fijamente. —Termina con esto —fue su última palabra. Brennan no dijo nada más. No hubo aviso, no hubo misericordia. Solo el sonido metálico del seguro al correrse, un respiro frío… y el disparo. El estruendo reventó el silencio del almacén. La bala atravesó el cráneo de Isauro, y su cabeza se sacudió con violencia, un espasmo seco antes de desplomarse hacia adelante. La silla metálica crujió bajo el peso muerto, con las gotas de sangre goteando al suelo, calientes, formando un charco oscuro que se extendía con lentitud. El aire quedó impregnado del olor a pólvora y hierro. Brennan guardó el arma sin mirar atrás. Sus ojos, fríos, no pestañearon. Ni una palabra más

