Después vinieron los otros muebles. Un pequeño sillón. Una mesita. El refrigerador que encontró en rebaja gracias a un cupón digital que alguien le mandó por error, y que ella decidió aprovechar. Y por último, su favorita: la cafetera. Era simple, pero nueva. Blanca con bordes metálicos. A ella siempre le había encantado el café. Era su ritual. Su escudo. Su forma de encontrar calma. Durante años, su cafetera vieja había fallado tanto que se había resignado a calentar agua en la estufa. Ver esa cafetera ahí, brillante y lista para ser usada, fue como tener un pedacito de lujo en su rutina. Cuando los hombres se fueron, Evanya se quedó sola en el departamento. El silencio era distinto ahora. Ya no era hueco. Ya no rebotaba contra paredes vacías. Era un silencio suave. Uno que abrazaba.

