Evanya elevó su rostro y fue entonces cuando los vio.
Esos ojos. Fríos. Profundos. De un azul que helaba la sangre… y hacía retumbar su corazón con fuerza en el pecho.
Un azul imposible de olvidar.
El mismo que había visto tras la máscara negra con forma felina.
Su aliento se atascó en la garganta, sus piernas titubearon bajo la falda entallada, y por un instante, la oficina, la ciudad detrás del ventanal, el lujo que la rodeaba... todo quedó en un segundo plano. Porque lo único que ella podía ver eran esos malditos ojos.
«No puede ser» pensó con un nudo en la garganta.
No podía ser él. Era imposible que fuera él.
Había miles de hombres con ojos azules. Decenas. Cientos.
Y sin embargo… esa mirada. Esa expresión enigmática y serena. Esa forma de sostenerle la vista como si pudiera d
