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Jeremy acarició con los dedos el brazo del ángel durmiente. Sus ojos azul zafiro recorrieron con admiración cada uno de sus gloriosos rasgos: la delicada mano sobre su pecho, las largas pestañas que rozaban sus mejillas rosadas, sus labios carnosos dibujando una leve sonrisa. Era la perfección.
No sabía que su corazón había estado vacío hasta que la encontró. Había llevado una vida feliz como arcángel de la muerte. Nunca había echado en falta la atención femenina. Cuanto mayor era su rango, más recibía. Sin embargo, se había perdido algo. Siempre estaba rodeado de ángeles femeninos, por lo que nadie habría pensado que estaba solo. Lo escondía bastante bien con sus sonrisas y sus guiños hasta el día en que ella apareció en su vida. Ella despertó algo en él que no había sentido en siglos. Con un simple movimiento de cabeza, la luz de sus ojos, y un leve roce de su piel, su corazón se llenó.
Sus dedos acariciaron su aterciopelada piel, bajando hasta la curva de sus caderas y hacia arriba de nuevo. Todavía no podía creer que ella estaba entre sus brazos.
Llevaba pensando en este momento desde el mismo instante en que la vio, aunque jamás se había atrevido a pensar en que alguna vez se haría realidad. De alguna manera, había tenido suerte. Y ahora estaba ahí, en su cama, amándole.
Hundiendo la cabeza en su abundante melena, inhaló. Jazmín y almizcle inundaron sus sentidos. Cada una de las células de su cuerpo volvió a la vida. El ángel le rodeaba por completo: su aroma; su mejilla contra su pecho desnudo; y sus piernas enredadas en su cuerpo.
Ella se movió y dejó escapar un suave gemido mientras se acurrucaba más en sus fuertes brazos. Sus suaves labios rozaron su piel, dejando escapar la calidez de su corazón por todo su cuerpo. Él la abrazó más fuerte.
—Jeremy —murmuró el ángel de cabello n***o.
—¿Sí?
—Hay algo que necesito decirte.
Él miró aquella belleza, conteniendo la respiración. ¿Se había acabado?¿Era esto todo lo que podía obtener de ella? Su corazón latía con fuerza contra su pecho mientras las oscuras pestañas de ella se levantaban lentamente. Dos mares de un azul claro se encontraron con los suyos, calmando sus temores, antes de que su dulce voz pronunciara las palabras.
—Te quiero.
Ella le amaba. A él. Nunca pensó que escucharía esas palabras de alguien como ella. La primera vez que las escuchó pensaba que estaba alucinando. Pero cuando ella las repitió con cada beso, con cada roce, supo que el sueño de su vida, un sueño que había empezado desde el principio de los tiempos, se había hecho realidad al fin.
Naomi le amaba.
Naomi. Naomi. Naomi. Repitió su nombre, llenando su mente de amor, como si tuviese miedo de pensar en algo o alguien más. No importaba cuánto lo intentara, no podía olvidarle. No podía sacarse a Lash de la cabeza. Su hermano divagaba en los rincones de su mente, recordándole que, mientras Naomi llenaba su corazón y sus brazos, otro corazón estaba vacío.
La besó con intensidad, alejando la culpa que amenazaba con arruinarle el momento. Quería deshacerse del hecho de que Naomi era el amor de la vida de Lash, la única persona en toda la Tierra y el Cielo por la que su hermano vivía y moría. Lo único que Jeremy quería era estar con Naomi y que despertara en sus brazos cada mañana mirándole como si él fuera el sol.
—Jeremy —gimió ella, entremetiéndole los dedos por el pelo. Repitió su nombre mientras le besaba cada centímetro de su hermoso rostro: párpados, mejillas, labios. Sus besos hacían desaparecer el mundo.
—¿Jeremy? —Ella hizo una pausa. Su cálido aliento golpeó suavemente contra su mejilla.
Él abrió los ojos y miró fijamente a los suyos, que esperaban una respuesta.
—Yo también te quiero.
Dándose la vuelta hasta quedar encima, apretó su cuerpo contra el de ella en la cama. Sus labios se movían y su lengua se arremolinaba en su dulce boca. Ella dejó escapar otro suave gemido, provocando que cada músculo de su cuerpo se endureciera. Quería tomarla de nuevo, sentir que estaba dentro de ella y mirar su precioso rostro perdiéndose en el éxtasis mientras ella gritaba su nombre.
Había intentado por todos los medios no amarla. Luchó contra sus sentimientos cada segundo de cada día desde que llegó al Cielo. No podía negar la atracción que sentía hacia ella. Y como un milagro sobre todos los milagros, de repente ella también le amaba. Lo oía en su voz cada vez que pronunciaba su nombre.
—Jeremy.
Con sus largas piernas envolvió su cintura, apretándole contra ella. Sus dedos recorrieron sus amplios hombros y después bajaron por su musculada espalda. Lentamente, comenzó a mecerse contra él.
—Jeremy.
Él estaba perdido en ella, perdido en el sonido de su respiración, en el sonido de su corazón, de su voz.
—Jeremy. ¿Hola? Tierra llamando a Jeremy. ¿Qué le has hecho, Lash?
—¿Yo? Él es el que quería que fuéramos a nadar temprano. No fue idea mía ir a ver quién podía aguantar la respiración más tiempo debajo de agua.
Jeremy parpadeó. La habitación, la cama, y una Naomi desnuda se desvanecieron lentamente y fueron reemplazados por un par de ojos color miel que le miraban desde el otro lado de la mesa.
¿Cuánto tiempo llevaba llamándole? No podía creer que le hubiera vuelto a pasar. Estaba soñando con ella, con ellos, juntos.
—¿Estás bien, hermano? —Lash le miró con curiosidad.
Los ojos de Jeremy bailaron entre su hermano y una Naomi completamente vestida. Ella frunció el ceño, obviamente preocupada por él.
—Sí —respondió, ignorando la persistente sensación de los labios de Naomi sobre los suyos. Era un sueño que no desaparecía, pese a todos sus intentos por echarlo de su cabeza. Aunque, en el fondo, no estaba seguro de si de verdad quería olvidarlo.
¿En qué estaba pensando? Nadar en el arroyo que había frente a su casa había sido una mala idea. Le llevó todas sus fuerzas no mirar con asombro a Naomi mientras esta nadaba. Así que pensó que jugar al póquer sería una actividad más segura. Mirar una baraja de cartas en vez de la hermosa figura de Naomi deslizándose por el agua podría mantenerlo bajo control. Y así habría sido si su mente no hubiera decidido viajar a fantasilandia para soñar despierto con ella mientras Lash repartía las cartas.
«¿Podría estar más loco?»
Lash ladeó la cabeza, examinándole fijamente. Jeremy rápidamente miró sus cartas.
«Tal vez no lo haya notado».
Jeremy se movió en su asiento nerviosamente mientras sentía el peso de la mirada de su hermano hasta que, finalmente, las palabras de Lash le llegaron desde el otro lado.
—Corta el rollo, Jeremy. A mí no me engañas.