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Jeremy contuvo la respiración.
«Lo sabe».
¿Había dado un paso en falso y sin querer había desvelado sus verdaderos sentimientos? Había tratado con todas sus fuerzas de esconder su amor por Naomi a su hermano, e incluso a él mismo.
—¿Engañarte? Controló la expresión de su rostro para intentar parecer lo más normal posible. Luego, lentamente, sus pestañas se levantaron hasta que sus ojos zafiro miraron fijamente a los de su hermano, su mejor amigo, el hombre por el que había sacrificado su vida en el Lago de fuego.
Con una sonrisa de superioridad, Lash lanzó las fichas que le quedaban al centro de la mesa.
—No creo que tengas nada esta vez.
Jeremy dejó escapar un suspiro mientras tiraba las cartas sobre la mesa, aliviado de ver la petulante sonrisa de Lash.
—Me has pillado, tío. —Forzó una sonrisa e intentó no mirar a Naomi.
—Que no te quepa la menor duda. Y también te pillé ayer... y antes de ayer... y el día anterior a antes de ayer.
—Lash, un poco de humildad, por favor —dijo Naomi.
—Mmm... ¿Sabes? Ahora que lo pienso, la última vez que tuve una racha en la que gané tanto fue cuando... ¡Ey! ¿No irás a mandarme alguna asignación chunga otra vez, verdad?
Jeremy miró los ojos de preocupación de su hermano, recordando la última vez que perdió intencionadamente una partida de póquer contra él. Fue la asignación que le costó a Lash la expulsión del Cielo. Le pidieron que cuidara de Javier Duran, el niño que se convertiría en el padre de Naomi. La asignación habría sido fácil si Lash simplemente se hubiera limitado a proteger a Javier, pero no se pudo resistir a salvar a la niña que se encontraba sentada cerca de este, Jane Sutherland.
Jeremy se sintió incómodo al pensar en el alivio que le causó aquello. Gracias a lo que Lash había hecho, él ya no tenía que cumplir con su misión de llevar a aquella niña al Cielo. Ser el ángel de la muerte tenía sus más y sus menos, pero cuando le llegaba la hora a los más pequeños, a él le resultaba tremendamente difícil desempeñar su trabajo. Era algo insoportable.
—No —respondió, jugueteando con las cartas—. Lo que pasa es que he estado un poco distraído últimamente.
—Sí, ajá. —Lash le miró escépticamente—. ¿No estarás tramando algún elaborado plan para robarme a mi chica, verdad?
—Yo no... Yo nunca... ¿Qué estás...? —Jeremy miró a Naomi y a continuación deseó no haberlo hecho. Un leve dolor surgió sigilosamente en su pecho al percibir un parpadeo de compasión apareció en los preciosos ojos azules de Naomi.
—No tiene gracia, Lash —dijo ella.
—Oh, vamos, solo estoy bromeando. Jeremy lo sabe ¿verdad, hermano?
Soltó una carcajada mientras recogía las cartas. —Tío, estoy distraído con la nueva serafín pelirroja que llegó ayer. Estoy buscando la manera de invitarla a nadar.
—Hablando de nadar... —Lash se puso en pie de un salto.
—¡Lash! —chilló Naomi mientras este la cogía en brazos—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy cobrándome mi apuesta.
—Yo no he apostado nada.
—¡Vaya! Que pronto te olvidas de las cosas. Te recuerdo que alguien dijo que si yo ganaba tres partidas seguidas (un récord para mí), tendría una pequeña sorpresa.
Jeremy observó cómo Lash sostenía a Naomi contra su pecho. No debería haber mirado, pero tampoco podía apartar los ojos de ellos. De hecho, tampoco debería sentirse de la manera en la que lo estaba haciendo en ese momento: deseando ser él quien la hiciera sonreír, que fueran sus labios los que estuviera besando, su mejilla la que estuviera acariciando, y su rostro el que mirara con ojos llenos de amor. Pero como no podía arrancarse el corazón del pecho, simplemente sonrió.
Era lo único que podía hacer.
Sonrió tanto que hasta le dolía. El dolor de su pecho continuaba creciendo sin importar lo mucho que tratara de acabar con él. Quería estar feliz por su hermano. Lo justo para Lash era estar con Naomi. Después de tantos siglos separados, Lash merecía ser feliz.
«Tengo que olvidarme de ella. ¿Por qué no puedo hacerlo?»
—Yo no he dicho eso. Tú lo sugeriste. —le aclaró riéndose mientras Lash le hacía cosquillas con la nariz en el cuello.
—Ah, pero tampoco dijiste que no —murmuró él—. Eso es lo que yo llamo consentimiento pasivo.
—Aquí no —le susurró ella.
Jeremy hincó los dedos en las gruesas palmas de sus manos cuando aquellos claros ojos azules se encontraron con los suyos brevemente. Ahí estaba otra vez. Compasión. Pena por él, por estar solo, por ser el que sobraba. Ella sabía que él aún tenía sentimientos por ella. Tal vez, después de todo, no había sido tan prudente como pensaba a la hora de esconderlos.
—¡Ay!, venga ya, Naomi. Quiero ver el bañador rojo otra vez —dijo Lash—. Me sorprende que te lo pusieras. Ya sabes que solo duras dos minutos con él cuando te lo pones. Vamos a nadar otra vez. A Jeremy no le importará, ¿verdad?
Entre risitas, ella le dio una bofetada en las manos juguetonamente mientras él le tiraba de la camiseta.
Jeremy se hincó los dedos más fuerte, luchando contra los recuerdos que deseaba que jamás hubieran regresado. Recuerdos de un antiguo pasado en la ciudad de Ai: él paseando junto a Naomi después de haberla salvado del ataque de Saleos en el arroyo; su pelo n***o como la noche brillando húmedo sobre su espalda; sus claros ojos azules mirándole entre sus oscuras pestañas mojadas; y esos labios rosados diciendo su nombre y dándole las gracias. Fue el único momento en su vida en que la tuvo para él. Y fue en ese momento cuando se enamoró de ella. Cuando vio su alma feroz y valiente mientras luchaba contra Saleos, protegiendo a un Lash herido. Sí, fue en ese momento cuando supo que quería casarse con ella.
—¿Jeremy? Lash repitió su nombre sacándole de sus recuerdos.
Los rostros de las dos personas que más quería en el mundo aparecieron delante de sus ojos. Nunca había visto a su hermano tan feliz y despreocupado como en las últimas semanas. Por fin sentía que pertenecía al Cielo. Incluso se llevaba bien con Gabrielle. Y Naomi... Ella estaba tan resplandeciente como una mujer enamorada. Estaba claro que amaba a Lash.
«No a mí».
«Y nunca lo hará».
—Oh, claro que no. Pasadlo bien. —Forzó aún más la sonrisa, tanto que estuvo a punto de venirse abajo. Tenía que salir de allí. Ahora. —Si me disculpáis, tengo que...
Sin terminar la frase, se puso en pie. La silla se cayó al suelo mientras se apresuraba a salir por la puerta.
—¡Jeremy!
Se detuvo justo al salir por la puerta cuando la voz frenética de Naomi le llamó. Luchó contra el impulso de darse la vuelta y decirle todo: decirle que le había mentido, que la amaba más de lo que pensaba que era posible amar, que vivía en un sueño en el que ella estaba enamorada de él y que si de él dependiese, se pasaría la vida soñando solo por estar con ella.
El sol acarició su rostro al cerrar con fuerza los ojos, tratando desesperadamente de luchar contra el amor que sentía por ella. Haría cualquier cosa por su hermano, y si eso significaba sacrificar su propia felicidad por la de Lash, lo haría. Eso también significaba que tendría que mantener en secreto sus sentimientos por Naomi y la única manera que tenía de hacerlo era alejarse de ellos.
Ignorando las llamadas de Lash y Naomi para que volviera, echó a correr. Se sacó la camisa y abriendo las alas dio un salto hacia el cielo.