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Las poderosas alas blancas de Jeremy se batían en el brillante cielo azul. Voló tan rápido como estas pudieron. Estaba huyendo.
Huyendo del amor que sentía en su corazón y que este le pedía que liberase.
Huyendo del miedo a perder el control en cualquier momento.
Huyendo de la verdad.
Su hermano y su familia pronto conocerían la verdad y entonces descubrirían que había estado mintiendo sobre sus sentimientos por Naomi. Verían que lo que ellos creían que eran sentimientos confundidos, era realmente amor. Sus mentiras le estaban superando e iban a provocar que perdiera a su familia.
El frío viento le abofeteó en la cara al elevarse más rápidamente. Recordó el momento en el que decidió cerrar su corazón a la verdad: amaba a la mujer de su hermano. No quería mentir. No era algo que tuviera planeado hacer. Pero simplemente ocurrió. Después de escuchar a todos contar su versión de lo sucedido en el pasado, los recuerdos habían resurgido y con ellos los sentimientos que tenía por Naomi.
Y que aún tenía.
Recordó cada momento que había pasado junto a ella: la primera vez que sonrió el día en que la conoció a ella y a sus hermanas en la ciudad de Ai; la primera vez que le cogió la mano al presentarse; y su primer beso.
Ese beso. Ese momento se quedó grabado en su mente. Podía oír el sonido de la multitud coreando su nombre tras ganar la carrera a Saleos, y luego pidiéndole que tomara su premio y besara a Naomi. La ovación del público todavía resonaba en sus oídos cuando sus labios besaron los de ella y los vítores fueron aún más fuertes cuando la tomó entre sus brazos haciendo el beso más intenso.
Todos aquellos recuerdos y emociones afloraron en el momento en el que Raphael y Rebecca contaron la historia de su pasado. Al revivirla, fue como si el tiempo se hubiese congelado y despertaron los mismos sentimientos que tenía por Naomi entonces. Esos sentimientos eran innegables y siempre habían estado ahí. Pero ahora, el pasado y el presente se habían encontrado y todo cobró sentido de nuevo. Uri había vuelto junto a Rachel, su madre se había reunido por fin con su padre, y Lash se había unido a Naomi.
Pensó en el momento en el que tomó la decisión de mentir. Fue en el momento en que Naomi se agarró a Lash cuando Rebecca les narró como Jeremy y Lash estuvieron codo con codo para protegerla a ella y a Naomi. Jeremy se quedó destrozado al ver la devastada expresión en el rostro de Naomi cuando Rebecca contó que vio cómo los soldados mataban con sus espadas a sus hijos. Recordó cómo Naomi se aferró a Lash como si tuviera miedo de que este pudiera desaparecer en cualquier momento. Cuando Raphael pronunció las últimas palabras sobre su pasado, fue cuando Jeremy se dio cuenta de lo difícil que debió ser para Lash vivir siempre a su sombra. Y a pesar de todo, su valiente hermano le quería.
Jeremy rememoró el día en que mintió deliberadamente a su hermano. Todo empezó con una sencilla declaración de Lash a la que él dio una respuesta que llevaba en el corazón desde el mismo día en que conoció a Naomi.
—Tú la querías.
—Sí.
Y entonces fue cuando vino la mentira. Desde el momento en que sus labios lo soltaron se arrepintió de haberlo dicho. Entonces empujó esos sentimientos al fondo de su mente porque de alguna forma, tenía que encontrar la manera de seguir adelante.
—He pensado mucho en ello. Creo que puede que tengas razón con lo de que he confundido mis sentimientos con respecto a ti. Por cómo terminó todo en Ai, nunca tuve la oportunidad de saber lo que era el amor verdadero.
—Lo sabrás. Algún día. Sé que lo sabrás.
Quiso responder a Naomi y decirle que ya lo sabía. Que sabía lo que era el amor verdadero cada vez que la miraba a los ojos y se sentía atraído por su fuerte espíritu y su inquebrantable fe en los demás.
Pero cuando miró a su alrededor y vio a su familia y sus amigos, se dio cuenta de que todo estaba finalmente como debería estar: su madre acurrucada bajo el brazo de su padre, Rachel sobre el regazo de Uri, y Lash abrazado a Naomi. Y luego miró a la única persona que realmente podría comprenderle: Gabrielle.
Sus ojos zafiro se cruzaron con los ojos esmeralda de ella, y entonces recordó lo que le susurró al oído cuando regresó de su larga asignación.
"Juega tu partida de póquer".
Y eso fue lo que hizo.
Cada día llevaba la máscara de la alegría y la despreocupación ante Lash y Naomi. Y cada día que pasaba la máscara se iba rompiendo en pedazos poco a poco. Cada mirada de amor que Naomi dedicaba a Lash o cada vez que le tocaba la mejilla con ternura hacía que se le rompiera un poco más.
Sí, todos habían empezado de nuevo.
«Todos excepto yo».
Dio vueltas por el cielo sin rumbo, moviendo lentamente sus poderosas alas como si ellas también sintieran la pesadez que sentía en el pecho. Era una carga de la que estaba deseando deshacerse, y en ese momento pensaba que sus sentimientos finalmente desaparecerían.
Pero estaba equivocado.
«¿Qué voy a hacer?»
Estaba exactamente en el mismo punto en el que ya había estado unas semanas atrás, tras volar junto a Lash frente a la Sala de las ofrendas. Sus vidas habían sufrido un revés desde el momento en el que tuvo que acabar con las vidas de Lash y Naomi en la cima de Shiprock. Sabía que en el momento en el que Lash averiguara sus sentimientos por Naomi, este querría destrozarle.
¿Fue solo hacía unas semanas? ¿O habían pasado meses? La diferencia temporal entre el Cielo y la Tierra nunca le había importado. Le daba igual que el tiempo en el Cielo pasara más lentamente que en la Tierra. De hecho, ni siquiera se había percatado de ello... hasta ahora. El tiempo le agobiaba con cada tic tac del reloj, ya que le hacía ver lo solo que estaba mientras que los demás, Lash, Naomi, Rachel, Uri, e incluso su padre y su madre, continuaban con sus vidas.
Dio una vuelta sobre las residencias de los ángeles, pensando en el día en que Gabrielle le contó que le habían asignado a Lash llevar a una mujer llamada Naomi Duran hasta Shiprock. Se le formó un nudo en la garganta al recordar todas las mentiras que él le dijo a Lash. Bueno, en realidad no eran mentiras, sino que ocultó la verdad a su mejor amigo. No le dijo que le habían ordenado matarlos a ambos una vez hubieran llegado a Shiprock. Por supuesto, Lash se sintió traicionado. Y con toda la razón del mundo. ¿Quién no lo estaría si se encontrara en la cima de una montaña sosteniendo al amor de su vida bajo la lluvia orando para que no muriese y para colmo su mejor amigo estuviera allí para matarlos a los dos?
Era su trabajo. De hecho, fue lo más duro que tuvo hacer en toda su vida. Pero si hubiese tenido recuerdos, si hubiera sabido la historia de Lash y Naomi, ¿le habría advertido?
Jeremy se impulsó con más fuerza más alto y rápido, ansiando escapar de la respuesta que le gritaba alto y claro su cabeza. El deber siempre había sido lo primero para él. Siempre había hecho lo que le habían pedido y si tuviera que volver a hacerlo otra vez, él...
Apretó los puños, batallando con una verdad a la que no quería hacer frente mientras se dirigía como una bala al pico más alto de la cadena montañosa. Una brisa fresca golpeó contra su piel provocando que se le erizara el vello de sus musculados brazos y su abdomen. Si tuviera que volver a hacerlo, no tendría opción, y por ello la culpabilidad se lo comía por dentro.
Mientras sobrevolaba la casa de campo de Lash y Naomi, observó el ventanal que estaba abierto. Se detuvo bruscamente al ver una sombra reflejada en el suelo. Dentro había algo o alguien. Esperó y pudo ver como las finas cortinas blancas se agitaban por el viento. Se produjeron una serie de leves chasquidos y lo volvió a ver. Voló hacia adentro y aterrizó suavemente en el suelo de madera de cerezo.
—Quién anda ahí? —Echó un vistazo por la habitación, preguntándose quién estaría tan loco como para colarse en la residencia privada de otro ángel.
«Saleos».
¿Se había atrevido el soldado raso de Lucifer a aparecer por el Cielo? Jeremy sacrificó su vida para matar a Lucifer sumergiéndose en el Lago de fuego, la única forma en la que un ángel podía morir. Después de que el Arcángel Michael le hubiera resucitado, le comentaron que Sal y sus hermanos habían conseguido escapar.
Jeremy contuvo la respiración para escuchar con atención cualquier movimiento. Saleos no era tonto. Sabía que todos los ángeles poseían un sentido del oído y de la vista superiores, lo que le hacía aún más difícil moverse en el Cielo sin ser detectado. Saleos estaba tan sediento de poder que haría cualquier cosa para quedarse con el puesto que su jefe había dejado vacante.
Corrió una fuerte brisa en la habitación. Las sábanas de la cama se movieron haciendo que las sombras danzaran en el reluciente suelo. Dejó escapar un suspiro riéndose para él mismo.
—Genial. Estoy perdiendo la cabeza. Veo cosas donde no las hay. Sueño despierto con la mujer de mi hermano y ahora estoy hablando solo.
Se pasó una mano por el pelo, que había perdido su longitud. ¿Volvería su vida a ser alguna vez como antes? Incluso Rachel se había dado cuenta de lo perdido que andaba. Estaba tan preocupada que ella y Uri le abordaron en el patio y se lo llevaron casi a rastras hasta su habitación. Ella insistió en cortarle el pelo y aún no podía creer que él hubiera cedido.
—Te hará sentir mejor —le dijo.
—Uri me deja que se lo haga siempre —aseguró.
—¡Qué olor! No huele a amoniaco —dijo inocentemente batiendo sus pestañas.
Unas horas más tarde, su cabello era más corto y más oscuro, y lo peor era que se seguía sintiendo como una mierda.
Suspirando, plegó las alas y entró en la habitación. Miró la suave cama cubierta de docenas de cojines decorativos en blanco y diferentes tonos de azul claro. Cogió uno de los cojines azules. Era del mismo color que los ojos de Naomi. Dejó su mente a la deriva y pensó en su sueño y en la forma en la que ella yacía entre sus brazos, en sus dulces besos y en sus palabras de amor.
Sin pensarlo, levantó el cojín hasta su nariz, cerró los ojos e inhaló. Su aroma, ese embriagador aroma a almizcle y ámbar que parecía permanecer en todo lo que ella tocaba, inundó sus sentidos. Los recuerdos se convirtieron en sueños. Sabía que no era real. Sabía que estaba mal desearla. Pero en su sueño había sido suya y ella le amaba.
—Naomi —susurró—. ¿Conseguiré alguna vez sacarte de mi corazón?
Sus ojos se abrieron de repente al escuchar el sonido de un chasquido en la habitación.
«Hay alguien».