II

2165 Words
Capítulo dos: Greiner. Ellen Mickalson. 30 de julio. El clima poco sutil de Londres, me recibe con los brazos abiertos. Carrie se mantiene mi lado, en silencio. Creo que ella está contando los segundos para que una horda de fanáticos corra hacia nosotros, rodeándonos con sus gritos desesperados. Sorprendentemente, Carrie, sabe controlarse y mantener la calma, aunque le esté gritando en el oído. Y debo decir que es fuerte, la primera vez que viví una experiencia de este calibre juré que iba a enloquecer; esta mujer parece estar en la mitad del mar. Sin nada, ni nadie que la perturbe. La asistente se abre paso hacia el auto donde nos espera un chofer. Carrie maldice cuando la empujan y le meten un par de codazos impidiendo que siga hacia delante. Suspiro y agarro por los hombres a Carrie, atrayéndola hacia mi lado, dejando que los guardaespaldas hagan el trabajo pesado y sean quienes se lleven los golpes y arañazos. —Siempre parecen una manada de hienas hambrientas—susurro, Carrie asiente estando de acuerdo con mi afirmación. Los fanes y paparazzi son una cosa seria, siempre es mejor tenerlos a unos cuantos metros de distancia. — ¿Qué tenemos el día de hoy? —pregunto dejando caer la cabeza sobre la ventanilla, los parpados caen después de unos segundos de lucha rindiéndose al cansancio acumulado por haber salido del set de grabación hacia Londres. Esto me recuerda a mis primeros años en el mundo de la actuación, tenía que estar corriendo de un lado a otro buscando la manera de abrirme un espacio y ganar dinero. Era el mayor apoyo de mi familia; sobre mis hombros no solo estaba el peso de querer cumplir un sueño, si no, también la necesidad de proveer. Saber que podríamos morir de hambre si no lograba algún papel como extra. Fue difícil, un infierno en carne; pero al final todos los esfuerzos que hice me llevaron hasta donde estoy ahora. —Ya le avisé a su madre que acabamos de llegar, su hermana, Eliana, la está esperando en la mansión sur de los Greiner. Sara acaba de mandarle un mensaje, quiere verla, apenas termine de hablar con Eliana—asiento permaneciendo con los ojos cerrados. —Perdone mi indiscreción, Ellen. ¿Está segura de querer ver a su hermana? Suspiro con cansancio y fastidio de volver hablar del mismo tema. Durante los últimos días todos han tenido algo que decir acerca del posible matrimonio de Eliana. Cada uno de mis amigos cercanos y de confianza han caído en la misma opinión; ninguno me tiene confianza para afirmar que no caeré en el posible engaño de Eliana. Carrie y Sara, han sido la voz que me ha hecho pensar en todas las posibilidades que podría desencadenar toda esta locura. Son como una madre, la cual trata de guiarme por el mejor camino. —No estoy segura de nada, Carrie, pero debo verla. No puedo ignorar su pedido de ayuda como si me hubiera escrito un completo desconocido. Al final sigue siendo mi hermana pequeña. Ella asiente y decide dejar de hablar sobre el tema, lo deja descansar y espera que las cosas sigan el rumbo determinado. El auto se detiene después de dos horas de estar manejando sin parar, un par de manos en mis hombros me despiertas avisándome que hemos llegado a nuestro destino. Delante del auto se abre paso una inmensa mansión en tonos blancos y dorados; aun en un simple edificio tienen presente la apariencia que identifica a los Greiner. Este lugar delata egocentrismo y poder en estado puro. —Espérame acá—ordeno saliendo del auto, Carrie asiente y me ve partir hacia el interior de la imponente mansión. Mi pulso en este momento es un asco, los pulmones se encuentran comprimidos, agonizando por unos segundos de piedad; el corazón late desbocado, deteniéndose cada poco paso, como si estuviera preparándose para entrar a la carnicería. Mi cuerpo reconoce donde se encuentra, aunque trato de mantener en alto la máscara de indiferencia y ser intocable, mi interior se halla desordenada y caótico. No voy a mentir, aún no he superado los momentos amargos que viví con esta familia. Como dicen los psicólogos, los traumas de niños son los que nos persiguen hasta nuestro último día de vida; recuerdo con perfección cada una de las palabras que dirigieron hacia nosotros, la manera en que trataron a mi madre y como mi supuesto padre se esfumó de la faz de la tierra. No son más que unos desgraciados arrogantes puristas. La necesidad de escupir el suelo a los pies del patriarca y pisar fuerte a centímetros de él, me carcome como un demonio hambriento; pero no lo hago. Retengo todos mis miedos y resentimientos, dibujando una sonrisa segura y ganadora en los labios. Mostrando ante este viejo la confianza que se está haciendo trizas. —Creía que tenías un pie en la tumba, Arthur Greiner—escupo con sarcasmo, la sonrisa se mantiene pegada a los labios, imitando con cinismo la expresión de mi abuelo paterno. El engendro del mal. —Para tu desgracia, Ellen, sigo vivo. Aquella voz grave sigue siendo igual, el tono prepotente y calmado, cargado de confianza, sigue estando ahí. La mirada que acompaña a aquella voz, es igual a la de mis recuerdos. Imperturbable y una maldición para quien la recibe. Solo una vez en mi vida llamé a este hombre abuelo, solo con pronunciar una vez aquella palabra banal sabía que mi destino estaba decidido. —Lástima, deberías ir a saludar pronto al bastardo tu hijo, no queremos que se sienta solo—la máscara que lucho por mantener se ve alterada cuando pronuncio bastardo con demasiada intensidad. Pero valió la pena, Arthur Greiner, ha mostrado una emoción. Se ha enojado por como he llamado a su hijo mayor y mi progenitor. —Ten un poco de respeto, al final sigue siendo tu padre y un Greiner. Hay esta, lo único que le importa al viejo, es el apellido que se encargó de manchar su hijo no una, sino tres veces al tener hijos bastardos de una sirvienta. Porque eso es mi madre ante los ojos de Arthur, una sirviente que engatuso a su hijo y nosotros no somos más que manchones en su registro. —Estás equivocado, viejo. Yo no tengo padre, recuerda que soy una bastarda, ¿no? —él asiente dándome la razón, como cada uno de los anteriores encuentros. Al principio me atenía aquella descripción con la esperanza que cambiara, que con el pasar del tiempo me considerara su nieta y no un error. Sin embargo, nunca paso. Ahora solo la uso como una burla hacia él y hacia la prestigiosa familia Greiner. —Ha sido todo un placer hablar contigo, Ellen. —Envíame una invitación cuando sea tu entierro, estaré en primera fila ese día. No necesito nada de tus riquezas, solo presenciar el momento exacto donde te entierran bajo tierra, será un momento perfecto, viejo. Sus ojos se mantienen fijos en mí, para desgracia de Arthur soy su viva imagen. Somos igual de tercos, testarudos y despiadados cuando se colocan en el medio de nuestro camino; soy quien más se parece al viejo y para él esto es una maldición. Y ahora somos el estorbo en el camino del otro, porque ninguno dará el siguiente paso y admitir que esta ridícula disputa se ha finalizado. —Ellen, hermana—grita la voz de Eliana distrayéndome. A las espaldas de Arthur veo una mancha rubia corriendo hacia nosotros con todas sus fuerzas. La voz melodiosa y agitada de mi hermana se vuelve a escuchar en un grito jadeante; Eliana me dedica una sonrisa amplia cuando llega a mi lado. —No me avisaste que habías llegado—los labios se contraen en un dulce puchero y aquellos ojos dorados me observan como si fuera un oasis en el centro de un desierto. —Acabo de llegar, estaba saludando a la cabeza de la familia—gesticulo mordiéndome la punta de la lengua. Arthur asiente con la cabeza y se aleja dejándonos sola en el centro del inmenso jardín contemporáneo. — ¿Cómo has estado? —la pregunta queda suspendida en el aire, porque Eliana sujeta una de mis manos y me arrastra hacia su habitación, esquivando hábilmente la presencia de las sirvientas y demás personal. Murmullos y exhalaciones emocionadas se escuchan a nuestro paso, algunos susurros son exclamados en voz alta, así que logro entender a que se debe el revuelo en las mujeres vestidas de sirvientas. Mi presencia en este lugar, es algo que les ha sorprendido. Algunas muchachas que no me superan en edad me hacen notar su excitación y el anhelo que tiene por hablarme o pedir una foto. —Lamento haberte arrastrado de esa manera—se disculpa Eliana acomodando suavemente los mechones de cabello rubio que se han escapado del elaborado peinado. —Me alegro volver a verte hermana—su sonrisa es suave, como una brisa de primavera. Pero no puede sentirme del todo cómoda ante la apariencia de Eliana, ante mí está una señorita de la alta sociedad, una de las herederas de Greiner y una mujer la cual no reconozco. Aquel tono rubio y ojos dorados, son tan diferentes a mí. Los modales que persiguen cada una de sus acciones, hasta la manera en que cruza las piernas y apoya descuidadamente la mejilla en el dorso de la mano. Esta persona es indiferente a mí, es ¿una ilusión o la realidad? No lo sé. Pero, cuando rompe en llanto y sus mejillas se enrojecen por la fuerza que está haciendo, me recuerda a aquella pequeña niña rubia que jugaba en el patio de nuestra casa. Eliana abre sus ojos y desliza el costado de las manos contra sus mejillas, limpiando las lágrimas y mocos; aunque, la realidad es que solo ayuda a que se vean peor. Su llanto es fuerte y estridente, tocando lo profundo de mi corazón y provocando que la desconfianza y aquella incomodidad que tenía atorada en el centro del pecho desaparezcan. Las lágrimas siguen fluyendo y cuando me percato que esto nunca acabara decido abrazarla. Al principio dudo, los brazos quedan sostenidos en el aire a su alrededor con miedo a que sucederá después. Pero doy el impulso que necesitaba y acobijo a Eliana entre la seguridad de mis brazos, el único lugar que le puedo brindar por ahora. —Por favor—susurra mirándome con los ojos húmedos y la punta de la nariz roja. Aún sigue llorando, pero después de varios intentos se entiende lo que está diciendo. —Por favor, Ellen, no quiero hacerlo. No quiero—farfulla como una niña pequeña, quien está en su momento de crisis emocional. Desequilibrada por los nuevos cambios en su vida. No sé qué decirle. ¿Qué puedo decirle a Eliana para que se siente mejor? ¿Jurar en falso y darle una esperanza? No, no se merece mi lástima. No hay nada que salga de mi boca que le ayude. No hay nada que pueda hacer en mi poder. —No me dejes sola, Ellen. No puedes hacerlo, tú también—se exalta, las manos húmedas por el llanto sujetan con fuerza mi ropa, pegándome cada vez más a ella. Temiendo que pueda dejarla. —Ellen, apenas tengo veintidós, no he podido salir de esta mansión. Siempre he tenido que actuar de acuerdo a los deseos del abuelo—tu decisión, susurra una voz en lo profundo de mi cabeza. No puedo evitar estar de acuerdo. —No quiero casarme, hermana. Ni siquiera le conozco. No he visto el rostro de mi futuro esposo ninguna vez. Se queda en silencio, sollozando, cuando vuelve a caer en un momento de pánico. Sus manos se aferran a la camisa que estoy usando y su rostro busca refugio entre mis senos; los gemidos lastimeros retumban contra el centro del pecho y lo siento en lo profundo de mi corazón; el cual parece estar haciéndose cada vez más pequeño al escuchar las palabras de Eliana. Está sufriendo con ella, sintiendo su dolor y sangrando por ella. —No quiero, Ellen. Ayúdame—trago saliva sin mirarla a los ojos, me es difícil pensar con claridad en este momento. Eliana está quebrada entre mis manos, su malestar es tan palpable como la húmeda que se aferra a la tela; los pensamientos se encuentran divididos en dos caminos. Ambos igual de espinosos. — ¿Cómo? —realizo la pregunta del día. La pregunta que me dejo en un callejón sin salida era ella o yo. Y final la respuesta estaba clara. —Alguien tiene que ocupar mi lugar por cuatro meses. Alguien que tenga la sangre de los Greiner, Ellen, solo puedes ser tú—susurra entre sollozos, pero el ritmo acelerado de su pecho se ha detenido. Ahora sube y baja, con más lentitud, demostrando que se está tranquilizando. —Para que sea libre, debes casarte con mi prometido.
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