Capítulo 1: Hola.

1297 Words
Abrí la puerta de mi casa y con un saludo a mi madre salí en busca de mi bicicleta que estaba en la cochera. Hacía mucho frío, tanto que se calaba entre los dedos de mis manos. Maldita temperatura. —¡Hey!¡Hola! Miré hacía atrás y Juana, mi amiga, se acercó a saludarme. Sonreí, devolviéndole el saludo. Ella ya me esperaba montada en su bicicleta negra y su casco azulado. —Debe ser ilegal ir a la escuela con esta temperatura—dije, sacándole la cadena a mi pequeña bebe Rufy; así se llamaba la preciosidad que se ocupaba de trasladarme al colegio. —Necesitamos un puto coche—dijo ella, con la voz temblandole. De su boca salía humo al igual que la mía y sus ojos achinados se fruncían más por la falta de sueño. Quería volver a mi cama y dormir, dormir toda mi vida. Exacto, la vida era agotadora apenas abrías los ojos para un nuevo día. Saqué finalmente a Rufy que estaba congelada por la escarcha en ella y en cuanto apoyé mi trasero en el asiento, sentí escalofríos. Rufy congelada desde tiempos inmemorables. —¿Un puto coche? Si tan solo tuviera dinero para comprarme uno—dije, al soltar una risa. —Podemos ahorrar juntas y comprarlo—ofreció—, y nos ahorraremos esto de morirnos de frío. —Lo tendré en cuenta pero me da tanta lastima dejar a mi bebé—acaricié a Rufy—,pero es hora de dejarla ir y comprarnos un puto coche. Juana sonrió y dio dos palmaditas antes de emprender viaje hacía la escuela Walter Winderfall, un lugar que daba nauseas pisar. Llegamos justo a tiempo en que las puertas se abrieron y todos los estudiantes ya caminaban en modo zombie para ingresar. Por Dios, no tan rápido chicos, pensé. Guardamos las bicicletas junto a la puerta, y mientras le poníamos los seguros, sentí un leve escalofrío recorrer mi espalda. Me quedé tiesa porque podía llegar a jurar que ese escalofrío no se debía al frío infernal del clima, sino...a alguien más. —¿Sucede algo?—me preguntó Juana, extrañada. La miré un instante, quise contestarle pero algo no me lo permitió. —Habla, pareces estúpida. Pegué un grito de muerte que atrajo la atención de todos y tras dar un salto hacía atrás, caí en los arbustos de los muros que tenía la entrada. ¿Y esa voz?¿De dónde demonios había salido? Miré a mi alrededor, buscando algún indicio que pudiera contestar a mi pregunta pero todos estaban muertos de risas por mi caída. Juana se apresuró en ayudarme a ponerme de pie. —¿Pero a ti qué te pasa?¿Acaso no has dormido bien?—preguntó, evadiendo una risita. Evidentemente, ella no había oído lo mismo que yo. Me volteé hacía la entrada y me vi impactada por un chorro de agua fría que pegó en mi rostro e ingresó a mis ojos. ¡Me mojaron! —¡Rebbel!—gritó Juana. —¡Hijo de puta!¡Hace frío!—grité al instante, sacándome el gorro de lana gris de mi cabeza y secándome de forma desesperada. Escuché la risota del chico gigante de ultimo año antes de poder verlo porque me tardé en recuperar la visión. —¿Qué?—preguntó incrédulo—Quizás así te despiertas y dejas de caerte. De nada, risitos. Se revolvió el cabello n***o y esa mirada café me revolvió el estomago de la indignación que me provocó. Era una completa molestia. Sus amigos, ante su "gesto de amabilidad por despertarme" rieron e hicieron chistes mientras se pegaban en los hombros y me miraban. —Púdrete, Rebbel—dije, colgando bien la mochila en mis hombros y subiendo los escalones de la entrada hecha una furia. Juana se aferró a mi brazo y le mostró el dedo del medio. —¡Yo también las quiero, nenas!—exclamó. —Es un imbécil—dijo ella, mientras caminábamos por las pasillos y así llegar a nuestros casilleros. —Déjalo ya, necesita molestar al resto para llamar la atención. Saqué mi libro de literatura y encerré con gran satisfacción en de álgebra. Juana hizo lo mismo, sin antes mirar si su cabello estaba en su lugar. Miré mi rostro en el pequeño espejo que ella me había colocado en la puerta de forma obligatoria y vi mi rostro demasiado pálido a causa del frío. Mis labios estaban morados y eso me aterró un poco. Me llevé las manos a la boca y las soplé para darme un poco de calor. —Los calefactores están rotos y esto parece Disney On Ice—comentó Zaz, al acercarse a nosotras con sus quejas. —¿Me prestas tu ropa para abrigar a mi muñeco de nieve?—le preguntó Juana, sarcástica tras cerrar su casillero. —Usa la tuya. —¿Cómo has estado, ciruela?—pregunté, con una leve sonrisa en mis labios congelados. —¡Que no me llames ciruela, Aurora!—exclamó, suspiró y continuó un poco más calmado, tocándose el cabello, arrepentido—¿Es qué me queda mal? Se supone que debía verme como el chico de la portada semanal y lo único que conseguí hasta el momento fueron bromas como... —¡Frutillita! Rodé los ojos al escuchar a Rebbel otra vez molestándonos. Zaz hizo oídos sordos y nos miró, como si aquello fuera su agonía de todos los días. Pobre de mi amigo, si tan solo pudiera salvarlo de él. Rebbel se acercó solo hacía nosotros, con las manos aferradas al morral de su mochila. Le dio una palmada en la espalda a Zaz, en modo de saludo que a él no le gustó para nada y lo demostró poniéndose tenso. —Este sábado haré una fiesta en mi casa, y me gustaría contratarlos para preparar las bebidas. Los tres cruzamos miradas, confusos. —¿Cómo te da la cara para decirnos eso?¿Acaso crees que trabajamos...? Rebbel posó un dedo sobre los labios de Juana, haciéndola callar. Le aparté la mano con brusquedad de ella. —Les pagaré bien, se los aseguro, solo tienen que preparar lo que yo les pida y listo—dijo él, muy serio. —No, es un rotundo no, Rebbel—dije, completamente ofendida. —No queremos tu sucio dinero—agregó Juana, asqueada. —¿Y tú, frutillita?—le preguntó a Zaz, quien no lo miraba en absoluto—¿Me dejaras solo en esto?—le pasó el brazo por los hombros y lo atrajo hacía él, fingiendo amistad. Miré a Zaz y él me miró a mí, pidiéndome ayuda en silencio pero en gritos internos que claramente oí sin que abriera la boca. —Tenemos planes, vamos los tres al cine, así que Zaz no puede—mentí para salvarlo. Rebbel arqueó una ceja y lo miró a él, para confirmar mis palabras. —Frutillita sino vienes a atender a mis amigos, te colgaré del mástil de la bandera—le carraspeó, con una sonrisa enormemente falsa. Lo empujé para apartarlo de él, furiosa. —¡Le haces algo a Zaz y eres papilla, pedazo de mierda!¡Deja de amenazarlo!—grité, cabreada. Rebbel y yo quedamos a mitad del pasillo, siendo el espectáculo para la mayoría. La atención de centró en nosotros. —¡Estás demente, Aurora!—carraspeó, evadiendo la vergüenza que lo amenazaba y lo sabía, porque parecía vacilar ante sus palabras y el desgraciado lo disimulaba a la perfección—¡Yo sabía que tú y tu grupo de asquerosos amigos hacían cosas como tener relaciones grupales!¡Y lo tenían bien guardado!Dime, ¿pensaban invitarme?—río. —¡¿Qué?!—carraspeé, perpleja. —¡¿Pero qué demonios dices?!—explotó Juana, sacada de quicio. Entonces los murmullos empezaron a resonar en los pasillos, entre risas y bromas que ellos ahora se encargaban de convertirlos en rumores. Oh Dios, los malditos rumores. Los tres nos quedamos tiesos, entre todos los estudiantes. Claro que cualquier cosa que dijera Rebbel, sería cierta porque él era "dueño" de la verdad en la escuela. Porque para la mayoría, era el que controlaba de cierta forma el lugar y me daba rabia que todos sean tan estúpidos para seguirle su juego que era humillar al resto. ¡Él no controlaba nada!¡NO ERA DUEÑO DE LA VIDA DE NADIE! —Te quedaras solo, Rebbel...tarde o temprano te quedaras solo—solté, demasiado apenada por él. Él me miró como si fuera el victorioso de aquella escena, como si fuera el ganador de aquel enfrentamiento sin sentido y que ahora, gracias a él, todos nos mirarían con palabras criticas saliendo de sus bocas. Rebbel sonrió y me guiñó un ojo, y se retiró con aire triunfal porque su trabajo ya estaría hecho. Entonces, no sé que pasó, algo detonó que todos gritaran horrorizados. Vi una estampida de estudiantes peleando por correr a cualquier lugar, me di vuelta para ver a mis amigos y me encontré con que Zaz estaba apuntando con un arma a Rebbel. Palidecí. —Retira lo que dijiste, no me hagas dispararte.
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