Bajo ataque

1518 Words
El aire en la sala de espera del hospital era pesado, cargado con la tensión de la inminente llegada de un nuevo m*****o a la familia Salvatore. Con el rostro tenso, escuchaba de fondo los gemidos ahogados de mi prometida, Alessia, en la sala de partos. No quiso que estuviera presente en el cuarto durante el parto y lo acepte. Las luces fluorescentes daban al ambiente un tono frío e impersonal, pero en mi mente, todo era caos. Las últimas amenazas, traiciones y reuniones en la sombra, donde cada movimiento parecía presagiar una tormenta, se mezclaban con la importancia del momento: la sombra del peligro no parecía querer dejarme en paz. Mi teléfono vibró, rompiendo la calma tensa. Lo saqué del bolsillo y al ver el número, mi corazón se detuvo por un segundo. —¿Qué ocurre? —pregunté con voz cortante al guardaespaldas de mi padre. —¡Es su padre! —la voz al otro lado sonaba desesperada—. El señor Giovanni… ha sido atacado, está herido de gravedad. Lo están llevando al hospital… al suyo. Sentí que el suelo bajo mis pies temblaba. Mi padre, Giovanni Salvatore, el hombre que había levantado el imperio, estaba al borde de la muerte. El peso de la noticia cayó sobre mí como una montaña, pero antes de que pudiera procesarlo completamente, la puerta de la sala de partos se abrió. Una enfermera salió apresurada. —¡Señor Salvatore! Su hija ha nacido. Sentí una oleada de emociones contradictorias. Mi hija, mi Vittoria, había llegado al mundo. Sin embargo, la tragedia estaba justo a la vuelta de la esquina. La vida y la muerte parecían entrelazarse en ese momento, y sabía que no había tiempo para celebraciones. —Llévenme con mi padre cuando llegue —ordené a Matteo, mi hombre de confianza, mientras me dirigía rápidamente hacia la sala de partos. Dentro, Alessia estaba exhausta en la cama, con la pequeña Vittoria en brazos. Nuestros ojos se encontraron, pero no había la calidez que esperaba. Algo en la expresión de ella me heló el alma. Tomé a la pequeña en brazos, sintiendo por primera vez la inmensidad de lo que significaba ser padre, pero esa pequeña burbuja de paz se rompió cuando Alessia desvió la mirada, impasible, casi distante. —Tengo que irme —dije con voz tensa—. Mi padre ha sido atacado. Alessia asintió, pero no dijo nada. Le devolví a la bebé y salí apresuradamente del cuarto, mi mente ya girando en torno a la venganza y a la situación crítica que enfrentaba. Apenas había salido al pasillo cuando las sirenas se hicieron audibles. Mi padre había llegado. Corrí hacia la entrada del hospital, donde una camilla emergía de una ambulancia. Mi padre, pálido y ensangrentado, apenas respiraba. Los paramédicos luchaban por mantenerlo estable mientras lo trasladaban a toda prisa. —¡Papà! —grité, pero él apenas abrió los ojos. Tomé su mano, apretándola con fuerza. Pero antes de que pudieran llegar a la sala de urgencias, el caos estalló. Explosiones resonaron en la entrada del hospital. Los enemigos no habían terminado. Hombres armados irrumpieron en la sala, disparando a todo lo que se movía. Con una mezcla de furia y desesperación, me lancé hacia mi padre, usando mi cuerpo para cubrirlo mientras gritaba órdenes a mis hombres. —¡Protejan a mi padre! Los disparos resonaban alrededor. Disparé de vuelta, eliminando a uno de los atacantes mientras intentaba arrastrar a mi padre a un lugar seguro. Mi padre respiraba con dificultad, gimiendo por el dolor, y podía sentir que cada segundo contaba. La sangre manaba de su cuerpo a una velocidad alarmante. —Aguanta, viejo, por favor… —murmuré entre dientes, mientras disparaba a otro atacante. Pero en mi corazón, sabía que era inútil. Papá estaba muriendo. De repente, otro disparo cercano me sacó de mi concentración. Una explosión me lanzó contra una pared, y todo se volvió borroso. Cuando intenté levantarme, mis oídos zumbaban y mi vista se nublaba. Sentí el peso de alguien sobre mí, pero al mirar a mi alrededor, ya era tarde. Mi padre estaba allí, inmóvil. —NO… —mi voz apenas fue un susurro. El gran Giovanni Salvatore había muerto en mis brazos, y con él, toda una era. Apreté los dientes, ahogado por la rabia, pero en medio del caos, otra traición se gestaba. Mientras los disparos cesaban y la situación comenzaba a calmarse, un grito resonó en los pasillos del hospital. —¡La señorita Alessia no está! —gritó uno de los guardias. Aún aturdido, me levanté con dificultad. La idea de que mi prometida pudiera haber sido secuestrada o, peor aún, huido en medio del caos, me golpeó como una daga en el corazón. Corrí hacia la habitación donde debía estar ella, pero al llegar, la cama estaba vacía. Solo quedaba la pequeña Vittoria, llorando en la cuna. Miré a mi hija, tan pequeña e indefensa, y sentí que el mundo se me venía encima. Alessia se había esfumado, abandonando no solo a mí, sino también a su propia hija. Y ahora, en medio del caos, con mi padre muerto y el peso de la organización sobre mis hombros, estaba solo. Con un gesto tembloroso, tomé a Vittoria en brazos. Todo había cambiado en un instante. Era el nuevo capo de la familia Salvatore, pero más importante aún, era un padre soltero. Tenía a mi hija, el único rayo de luz en medio de la oscuridad, y el peso de una responsabilidad que no podría eludir. —Te protegeré, piccola mia —susurré mientras besaba la frente de mi hija, sintiendo que la vida como la conocía acababa de desaparecer. No había tiempo para lamentarse, solo para actuar. Y ahora, la guerra era mía. 5 años después… Estoy en casa, sentado frente a mi hija, Vittoria, que ríe mientras intenta cortar su pasta con un cuchillo de juguete. La miro y, por un momento, olvido quién soy y todo lo que me rodea. En sus ojos veo la inocencia que yo perdí hace mucho tiempo, la luz que ella no debería perder jamás. Disfruto de cada segundo a su lado, consciente de lo breve que puede ser este momento de paz. Entonces, suena mi teléfono. El nombre de Enzo aparece en la pantalla. Mi mandíbula se tensa, y Vittoria me mira, notando el cambio en mi expresión. Contesto, y antes de que pueda decir una palabra, la voz al otro lado comienza a soltarme una lista que me congela la sangre. — Don, uno de los casinos ha sido atacado. Estamos tratando de contener el fuego, pero hay daños graves. También…—hace una pausa y el tono de su voz cambia, como si intentara medir el golpe de las siguientes palabras — tres de nuestras bodegas han sido destrozadas. Las tres. Cierro los ojos por un instante, conteniendo la furia que me consume desde dentro. — ¿Bajas? —pregunto, sintiendo el peso de la respuesta. — Tres hombres muertos en el casino, otros cinco heridos. En las bodegas, perdimos a otros siete. Están confirmados, Don. Mis nudillos se ponen blancos al apretar el tenedor. La ira y la impotencia se arremolinan dentro de mí, amenazando con explotar, pero no puedo hacerlo aquí, no frente a Vittoria. Ella me observa, con esa mezcla de curiosidad y confusión que solo un niño puede tener. Me esfuerzo por sonreírle, aunque sé que mi expresión debe parecer más una mueca. — Tesoro —le digo suavemente, inclinándome hacia ella —. Papá tiene que salir. Termina tu cena y después Nana te leerá un cuento, ¿de acuerdo? Ella asiente, pero sus ojos reflejan la misma tristeza de siempre cuando tengo que irme. Me inclino para besarle la frente, absorbiendo su fragancia, la única cosa que me da algo de calma. Me levanto de la mesa, dejando el plato a medio terminar, y camino hacia la puerta sin mirar atrás. No puedo permitirme dudar. En el coche, los mensajes no paran de llegar. Mi teléfono vibra sin cesar, y con cada notificación, siento como si alguien estuviera clavando un cuchillo más profundo en mi costado. Me pasan informes detallados de los daños: imágenes de los cuerpos, de los almacenes reducidos a escombros, del casino que parece un maldito campo de batalla. Cada baja, cada herida, es un recordatorio de mi vulnerabilidad, de que este juego no perdona debilidades. Me siento impotente, como un lobo acorralado. Mis hombres están haciendo todo lo posible, lo sé, pero no es suficiente. Quiero estar en todas partes, enfrentar a esos hijos de puta yo mismo, hacerles pagar con sus propias vidas. Pero aquí estoy, encerrado en este coche, atrapado por las ruedas de una guerra que nunca deja de girar. Mientras cruzo la ciudad, veo cómo las luces de los edificios pasan de largo, indiferentes al caos que se está desatando en mi mundo. La ciudad sigue viva, ajena a mi furia, a mi desesperación. Y yo sigo avanzando, con un solo objetivo en mente: encontrar a los responsables y hacerles entender que atacaron al hombre equivocado.
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