Llego al casino y lo primero que me golpea es el olor a humo. El edificio, que alguna vez fue símbolo de mi poder y mi influencia, ahora es un amasijo de cenizas y escombros. Los restos de la fachada cuelgan como si fueran los huesos expuestos de un gigante caído. Mi gente está por todas partes, apagando lo que queda de las llamas y sacando a los heridos. A un lado, veo cuerpos cubiertos con lonas, y en cada una de esas figuras sin vida, siento un peso insoportable sobre mis hombros.
Me acerco a uno de mis hombres, Enzo, que está cubierto de polvo y tiene una herida sangrante en la frente.
— ¿Qué carajo pasó aquí —le exijo, sin preocuparme por disimular el tono áspero de mi voz.
— Múltiples explosiones, Don. Fue coordinado — responde, mirando el suelo, evitando mi mirada —. Parecía un ataque sorpresa, bien planificado. Quienquiera que fuera, sabía dónde golpear y cómo.
Asiento, tragándome la furia para no perder el control. Alzo la vista y observo los restos del casino, pero antes de que pueda formular mi próximo movimiento, Enzo continúa hablando.
— Don —me dice en voz baja, casi como si dudara en continuar —, hay algo más. Es sobre Volkov.
Mis ojos se estrechan y siento un nudo en el estómago.
— ¿Qué pasa con Volkov? —pregunto, cada palabra más tensa que la anterior.
— Después del incidente en el restaurante, usted ordenó que lo siguiera — dice, limpiándose el polvo de la cara con una manga —. Volkov estaba en un hotel, aquí en la ciudad. Esta noche… volaron el maldito hotel entero. Volkov está herido. Está en emergencia, pero dicen que va a sobrevivir.
Por un instante, el panorama cambia. El enemigo no solo vino por mí, sino también por él. Esto ya no es un ataque, es una declaración de guerra, una maniobra diseñada para debilitarnos a ambos al mismo tiempo. Tomo una bocanada de aire y noto cómo mis manos se cierran en puños involuntariamente.
— Cazzo… —susurro, más para mí que para él, mientras miro el desastre ante mis ojos.
No soy el único objetivo, y eso complica las cosas. Viktor y yo apenas habíamos llegado a un acuerdo tácito de supervivencia, y ahora, alguien quiere evitar que eso avance.
Enzo me observa en silencio, esperando mis órdenes.
— Encuentra a alguien que me informe de su estado tan pronto como tengan algo concreto —le ordeno, sin mirarlo —. Y quiero saber quién estuvo detrás de este ataque. No me importa cuánto cueste.
Mientras Enzo se aleja para cumplir con la orden, miro a mi alrededor y siento cómo la ira me invade nuevamente, una furia fría que me hace hervir la sangre. No puedo permitir que alguien juegue conmigo de esta manera, y mucho menos que intente quitarme el control de mi propia ciudad.
Volkov tal vez no sea mi aliado, pero alguien se ha atrevido a provocar al hombre equivocado, y eso tendrá consecuencias. Mi organización no volverá a ser el blanco fácil de nadie, y quienquiera que haya planeado esto, pronto descubrirá que no hay lugar en el mundo donde pueda esconderse de mí.
Me giro, listo para trazar el próximo movimiento. Ya no se trata solo de venganza. Ahora, es cuestión de dejar en claro que no me dejaré vencer.
Una semana después…
El restaurante tiene ese aire de elegancia discreta, el tipo de lugar donde no se hacen demasiadas preguntas, y donde cualquier hombre de negocios puede encontrar algo de privacidad, incluso en medio de un caos. Llevo media hora esperando, sentado en la esquina más oscura, donde las sombras se mezclan con el humo de mi cigarro.
Observo cada movimiento, cada rostro; es una costumbre que no puedo evitar, un instinto que me ha mantenido con vida hasta ahora.
Cuando Viktor Volkov entra por la puerta, la tensión se espesa. Es difícil ignorarlo, incluso en este lugar. Mide casi dos metros y tiene una presencia que podría sofocar a cualquiera. Los pocos clientes que están aquí dejan de hablar, como si sintieran el peligro. Nos miramos, él y yo, a través del restaurante, y por un momento me pregunto si ha venido a terminar lo que empezó hace años.
Ya pasó una semana desde el ataque y Viktor Volkov luce diferente. Sus heridas aún son visibles, pero el hombre que tengo delante parece más determinado que nunca. Su porte imponente y su mirada fría no han cambiado; solo parecen más afilados. Está claro que no ha venido a hablar de trivialidades.
Viktor se aproxima, sus hombres rodeando la mesa con una precisión que me recuerda a un enjambre de avispones. Le hago un gesto para que se siente, y con una leve inclinación de cabeza, se sienta frente a mí. Hay una frialdad en su mirada que refleja la mía. La última vez que estuvimos tan cerca fue en circunstancias menos diplomáticas.
— Vincenzo Salvatore —dice con una voz áspera, como si cada palabra le costara esfuerzo—. No pensé que aceptarías una reunión aquí.
— No pensé que fueras a venir sin una docena de guardaespaldas —respondo, mientras doy una última calada al cigarro antes de apagarlo.
Me mira, evaluándome, como si tratara de medir mi resistencia o tal vez mis intenciones. Comenzamos a hablar de negocios, de las rutas de tráfico y de las amenazas que nos acechan. Ambos somos conscientes de que nuestras organizaciones han estado bajo ataque. Sabemos que no estamos solos en esta sala; hay miradas furtivas y susurros que no pertenecen a nuestro grupo.
— Vincenzo —noto que su tono es más directo. No hay formalidades, solo la fría voz de quien está acostumbrado a dar órdenes —. Parece que hemos llegado a una encrucijada. Nos atacaron al mismo tiempo, y eso no fue casualidad. Los turcos y los albaneses están detrás de esto.
Le escucho, manteniéndome en silencio mientras asimilo lo que ya sospechaba. Que los turcos y los albaneses se hayan unido no es una sorpresa. Son dos organizaciones a las que les he cerrado las puertas más de una vez, y ahora vienen a cobrarse su venganza. Pero lo que realmente me interesa es saber qué propone Viktor para contrarrestarlo.
— Quieren apoderarse de nuestras rutas, de nuestra gente. Quieren dividirnos, pero no les daremos ese placer — continúa, con una intensidad que casi parece contagiosa —. Es hora de unir fuerzas, Vincenzo. Una alianza que les haga pensar dos veces antes de acercarse a nuestras puertas.
— ¿Y cómo propones que hagamos eso? —pregunto, manteniendo mi tono neutral, aunque por dentro estoy evaluando cada palabra.
Viktor apoya ambos codos sobre la mesa, acercándose a mí con una mirada calculadora.
— Un matrimonio —dice, dejando la palabra en el aire, como si no necesitara más explicación.
No lo veo venir, pero al instante sé lo que está diciendo. Mi mente empieza a girar en mil direcciones, buscando alternativas, pero él no me da tiempo a pensar.
— Mi hija, Anastasia — continúa, como si fuera lo más lógico del mundo —. Ella sería la garantía de que nuestra alianza sea inquebrantable. Los turcos y los albaneses entenderán que juntos somos imbatibles. No sólo serán nuestras armas y nuestros hombres, sino también nuestra sangre la que se unirá.
— Espera un momento — digo, sintiendo un nudo de incomodidad en el pecho —. ¿Estás diciendo que debo casarme con tu hija para sellar esta alianza? No lo tomes a mal, Volkov, pero no soy un hombre que se venda por conveniencia.
Él no se inmuta. Su mirada es como el acero, impenetrable.
— No es una cuestión de conveniencia, Vincenzo. Es una cuestión de supervivencia. Ambos sabemos que la situación ha escalado demasiado. Necesitamos algo más fuerte que un simple acuerdo verbal. Necesitamos un lazo de sangre.
Me quedo en silencio, evaluando lo que significa realmente esta propuesta. No se trata solo de un matrimonio; se trata de unir a dos familias que se han odiado, de compartir el poder, de crear un vínculo que va más allá de las palabras y las armas. Sin embargo, la idea de casarme con la hija de Volkov no es algo que digiera fácilmente. No soy un hombre que tome decisiones de esta naturaleza a la ligera, y mucho menos que se ate a alguien sin conocerla.
Cómo si leyera mi mente saca una fotografía de su bolsillo, observo con detenimiento la foto que Viktor Volkov acababa de deslizar sobre la mesa. La imagen muestra a una joven con el cabello rojo fuego que le caía en suaves ondas sobre los hombros. Sus ojos verdes, intensos y llenos de vida, contrastaban con la palidez de su piel, dándole un aire etéreo, casi irreal.
No pude evitar sentir una punzada de incomodidad. No solo por la idea de un matrimonio forzado, sino por la obvia juventud de la mujer en la foto. ¿Cuántos años tendrá? Me giré hacia Viktor, clavando mi mirada fría y calculadora en el hombre frente a mí.
—¿Cuántos años tiene? —pregunté con voz neutra, aunque la tensión en mi mandíbula era evidente.
Viktor sonrió, como si hubiera anticipado la pregunta.
—Dieciocho. Perfecta para ti. Una alianza inquebrantable entre nuestras organizaciones.
Aparté la vista de Viktor y volví a centrarme en la foto. Dieciocho años. Ella apenas era una niña comparada conmigo. Sentía el peso de los años en mis hombros; con treinta y seis, había vivido suficientes vidas como para reconocer lo injusto de aquella situación. ¿Cómo podría siquiera considerar casarme con alguien tan joven? Era evidente que aún no conocía las cicatrices del mundo en el que estábamos atrapados.
El cabello rojo… pensé, mi mente vagando un instante. Aquello era raro en mi mundo, un color tan vibrante que parecía reclamar atención. Y esos ojos verdes… había una vulnerabilidad en ellos que no podía ignorar. Pero ¿era esa vulnerabilidad un anzuelo? ¿Una trampa que Viktor lanzaba con la promesa de paz?
—Es joven —dije finalmente, mi voz grave.
—Es perfecta, Vincenzo —respondió Viktor, con un deje de urgencia en su tono—. Con ella a tu lado, nuestras familias estarán unidas. Será la salvación para ambos.
No respondí de inmediato. Mis ojos volvieron a la fotografía. La alianza tenía sentido, lo sabía. Sin embargo, la diferencia de edad me hacía vacilar, y esa sensación, tan poco común en mí, me inquietaba.
— No puedo darte una respuesta ahora — digo, manteniendo el control sobre mi tono. — Voy a pensarlo.
Volkov asiente, pero en su mirada percibo la impaciencia de quien está acostumbrado a obtener lo que quiere.
— Hazlo —responde, con una frialdad que parece sellar el trato antes de que siquiera acepte —. Pero no tomes demasiado tiempo. No tenemos el lujo de esperar.
Nos quedamos en silencio, ambos perdidos en pensamientos propios. Aceptar esta propuesta significa ceder una parte de mi libertad, de mi independencia. Pero rechazarla… eso significaría llevar esta guerra a un nuevo nivel, uno que pondría en riesgo todo lo que he construido y, lo más importante, a aquellos que amo.