No tuvo tiempo para pensar como estaba.
Él le dejó sentir su sabor a través de un beso y gozando del sudor que brotaba de su cuerpo prueba del disfrute físico, la hizo besar la pared mientras él se acomodaba entre sus piernas y se perdía entre ellas haciendo chocar su fornido cuerpo, contra su trasero que resintió el choque. Elif mantuvo las manos en la pared y por los breves segundos que los observó, los notó temblar.
Diablos.
Diablos.
Diablos.
Sus pechos fueron acariciados por sus manos, mientras mantenía un ritmo acelerado, violento y rítmico. Subió hasta su cuello y le obligó a levantar la barbilla. Depositó un beso en su mejilla que resultó más peligroso que cariñoso, pues dejó sus labios apegados a su oído para después susurrar:
—Siempre me ha gustado violento, Aksoy—dijo con la respiración acelerada—, así que me disculparas los modos poco románticos. Me excita esperar el momento donde me pidas parar, porque ha sido demasiado para ti y para ese ávido coño que egoístamente mantuviste lejos de mí por todo este tiempo.
La penetro tan fuerte que su cuerpo resintió la fuerza contra la pared. Era un maldito que sabia lo que tenía. Lo podía sentir completamente dentro, abrasivo, corpóreo, voluminoso, no tenía palabras para definirlo, porque era grande, grueso, brusco…
¡Ay!
Elif se sintió mareada.
Quiso echarse a llorar, pero no de dolor y eso fue lo peor.
Si no se detenía, le cobraría gusto, pero ya eso estaba hecho. Ya no podía con tanto, no esa misma noche, no con el llamado un nuevo orgasmo presente. Cada vez que lo veía quería subirse sobre él, quería, quería tenerlo dentro, dejar que sus brazos la hicieran polvo, como ahora, donde su cuerpo se sometía su voluntad y sus manos se aferraban a mantenerse en pie con ayuda de la pared, mientras su cuerpo era hecho añicos. Le gustaba tanto sentirse así que podía volverse costumbre. Con uno de sus pechos en una de sus manos y la otra aferrada a su cuello, su beligerante respiración y el susurro de palabras casi incomprensibles debido al éxtasis, lo sintió temblar contra ella, justo antes de correrse. Salió de su interior en el momento justo y terminó liberándose sobre la piel desnuda de su trasero. Elif sintió el liquido tibio caer sobre su piel y después la respiración agitada y caótica de su marido, pues mantenía el rostro afirmado a su hombro.
Ella estaba igual.
Ruzgar le rodeó el vientre con su mano y la acercó a su pecho.
Aun estaba procesando lo que acababa de pasar y cayó en cuenta que se había ocupado tanto en lo que estaba pasando, que cualquier pudo haberlos visto ocultos entre la sombra de la pared y siendo todo menos sutiles. Sus pechos bajaban y subían agitados, eso encantó a Ruzgar. Volteó y él le soltó. Afirmó su cabeza a la pared, recuperando el aliento. Estaba cansada. Él afirmó sus manos a la pared creando dos pilares firmes alrededor de ella. Se inclinó y depositó varios besos en su pecho, inclusive, llevó uno de sus pezones a su boca y después notó que había hecho pedazos su ropa. Su cabello estaba revuelto.
Elif tragó saliva un poco descolocada y nerviosa.
Ruzgar se separó y acomodó su ropa sin despegar los ojos de ella.
Sus vellos estaban erizados así que pesando en que el camino a la habitación era largo, terminó por sacarse la camisa después de liberar todos los botones y cubrió su cuerpo.
—Yo…—articuló Elif con el interior aun vibrando de las acciones profanas cometidas e inquieta por la forma en como le estaba mirando— debo darme un baño.
Comenzó a caminar hacia la puerta debajo de la pérgola y se perdió detrás del cristal aferrando la camisa de su marido a su cuerpo como si fuera una segunda piel. Ruzgar se acercó al diván y tocó con sus dedos de forma curiosa el dibujo hecho a pluma en el que había estado trabajando. Frunció el ceño al ver un exuberante vestido y, sobre todo, resaltó el talento que tenía para dibujar sobre una superficie en la que no podía haber errores, era una obra limpia. El vestido aún estaba a medias, pero era realmente perfecto. Podía pedir una habitación llena de colores y lápices de todo calibre, pero prefería seguir dibujando en hojas de cuadernos que encontraba por allí. Lo tomó en su mano y levantó la mirada hacia el lugar donde se había esfumado teniendo un solo pensamiento en mente, un pensamiento que Elif también llevaba consigo a regañadientes.
Tenían que repetirlo.
(…)
—¿Cómo?
Perplejidad.
—Quiero tu ayuda, Aysu.
—Señora, yo…—la mujer parpadeó, no porque no quisiera ayudarla, de hecho, era capaz de lanzar los libros sobre la mesa y explicarle con lujo y seña como manejar una casa, pero le sorprendía el cambio radical que había ocurrido en Kayseri. —Yo estaría encantada de eso.
Elif sonrió.
—Tengo un problema que necesito solucionar y parte de ello podría tener menos peso si yo sé cómo manejar una casa y acepto mi lugar dentro de estas paredes. Quiero aprender. Mi madre me enseñó algunas cosas, pero no quiero echarlo a perder.
—No es tan difícil. Es una casa grande, pero en su caso solamente debe limitarse a dar órdenes. Lo demás lo hacen los sirvientes y el señor no pasa mucho tiempo en la casa así que hay menos presión y pocas comidas familiares—dijo la ama de llaves—. De hecho, se marcha a Mersin en cuatro dias. Lo sé porque con tiempo a pedido que le arreglen maletas para su viaje.
—¿Mersin?
Aysu asintió.
—Si, son fechas que siempre concuerdan—explicó con naturalidad—, creo que es la fecha de cumpleaños de la señorita Celik y siempre asiste o pide que le envíen un obsequio de flores en su nombre. Este año parece que hará espacio en su ocupada agenda.