Ahmet se aclaró la garganta. —Vámonos—ordenó siguiendo a su esposa para no perderse de la vista cuando subiera al auto. Excelente vivir de migajas. Se puso unos lentes de sol para ocultar el descaro con el que sus ojos veían sus piernas y pensó si era imprudente de su parte pedirle que lo usara más seguido. Descartó la idea de la petición cuando notó la intranquilidad con la que abordó el auto. No volteó en su dirección ni una sola vez revelando que la asperezas seguían firmes y en cuanto emprendieron la marcha el vehículo se volvió una silenciosa tumba. Mantuvo esa misma faceta y ley del hielo desde que abordaron el maldito avión, hasta que la aeronave despegó dispuesto a surcar los cielos y llevarlos a su destino en solo dos horas, lo que en carretera habrían sido más de once. Turquí

