Añorarlo era simplemente haram, haram, haram. Golpeó la almohada en esa ocasión y buscó acomodo, pero cuando centró sus ojos en el techo y la pequeña habitación intentó hacerla sentir como en casa sin éxito, solo pudo tener flashbacks que no debió recordar. Besos candentes, besos en el cuello, penetraciones insensatas y sobre todo jadeos y caricias que una dama no debía mencionar. Le extrañaba, mucho. En un hotel de Estambul, Ruzgar bebía alcohol, mientras observaba el brillo y las torres de las mezquitas a la distancia. La botella estaba sobre la mesita de centro del juego de sala y la copa a rebosar de licor. Eran cerca de las dos de la mañana y con sus manos afirmadas sobre sus rodillas, mantenía los ojos cerrados y la respiración agitada después de haber salido como alma que llevaba

