—Ni siquiera el caviar más costoso o la trufa más exclusiva me haría levantarme de mi cama para ir a compartir la mesa con él. No tengo hambre, de la misma forma, que tampoco estoy interesada en escuchar lo que tenga que decir. Ahora si me disculpas, quiero estar sola.
Aysu no la juzgaba. Dudaba que fuera una mala chica y aunque al principio le pareció demasiado hostil, cuando conoció su historia por los rumores que circulaban en la mansión, la entendió. Elif se sentía como una prisionera y como el bufón que divertía a los hombres poderosos, una figura que demostraba la dominación de la Turk. Aunque con todo el mundo podía ser realmente mordaz, Aysu había logrado verla con ojos devotos y cálidos, porque le recordaba a su hija.
Desobedeció la orden y se acercó a la cama.
—Mi señora, se que no tengo derecho a decirlo, pero creo que debería bajar. Han pasado un poco menos de seis meses desde que llegó a esta casa y debería hacerlo funcionar. Se que su marido ha decidido mantenerse lejos de este lugar, pero ahora que esta de regreso sería muy bueno que ustedes…
—Soy un payaso, Aysu—interrumpió Elif quien cerró su libro de golpe y volteó hacia la mujer con los ojos iracundos—. Soy un trofeo que alimenta el ego de Ruzgar y del propio Kerem Gurkan. Soy una chica bonita, de veinte años, que decora el brazo de un hombre poderoso y que en su casa es un lindo florero. Fui condenada a esta vida porque Arabelle consideró prudente darme piedad e intervenir con su marido cuando yo no se lo pedí. Quisiera arder, en vez de estar bajo el mismo techo del hombre que propicio la caída de mi familia y que participó en su cacería y muerte. Yo estuve allí y observé en los ojos de todo el placer de ver a mi familia morir.
Aysu sintió pena por ella.
—Los que amamos siempre serán inocentes antes nuestros ojos, pero una familia no siempre puede estar limpia de pecados. Si Alá quiso que usted no muriera es porque tiene algo importante que hacer en esta vida. No puede permitir que su juventud se extinga viviendo así.
—¿Viviendo así?
—Sus ojos están muertos.
La compasión brilló en la mirada de Aysu aumentando el sentimiento miserable de Elif, quien tragó saliva e intentó ocultar el nudo en su garganta y el llanto que amenazaba con golpearla.
—No solo mis ojos, yo también lo estoy por dentro.
Perdió a su familia, su hogar, su dignidad y también su libertad.
No le quedaba nada, salvo la melancolía que, desde hacía tres meses, se convertía en la ira más peligrosa. Pasó meses llorando y en cama, pero sin duda lo más infernal fue la boda. Tuvo una fiesta espléndida sin noche de Henna, que indudablemente, no echó en falta. Parecía la boda de una princesa otomana, lamentablemente todo eso no fue para ella, si no para el propio Ruzgar bien bebió como si no hubiese mañana y disfrutó lo que Elif no podía. Él celebraba una boda y ella sufría por la perdida. La noche de bodas no valía la pena mencionarla.
Aysu decidió dejarla sola con su libro. A veces el silencio podía ser mejor consejero que una anciana que buscaba consolar un corazón que no quería ser consolado. Elif la siguió con la mirada hasta que desapareció. El libro en sus manos casi perdió la portada cuando lo apretó de más, no por Aysu, si no por el simple pensamiento de saber que Ruzgar estaba en casa. Su habitación, sería una prisión ahora.
(…)
La oscuridad fue su aliada cuando cerca de la media noche decidió bajar a comer algo. Estaba hambrienta, porque claro que deseaba cena, pero esperar era mejor que cruzarse con su marido en los pasillos. Bajó las escaleras con cuidado y asaltó la cocina como el mayor de los ladrones. Aun estaba sacando un topper de la nevera cuando las luces que ella había dejado apagadas se encendieron y la descubrieron con las manos en la masa.
—Podrán pasar años. Es un hecho que no vas a cambiar—vociferó una voz a sus espadas que llevaba meses sin escuchar y que ella habría deseado que así se mantuviera. Se quedó rígida, con las manos en la nevera dudando en si debía voltear.
—No tengo esa necesidad.
—Deberías—continuó el hombre que se acercó a ella. Pudo sentirlo caminar a su espalda, mientras que el leve tintineo de un vaso con hielo le acompañaba en todo momento. Tenía una copa de whisky en la mano, casi podía jurarlo. —Todo el mundo está incomodo con tu ausencia y yo ya estoy cansado de crear pretextos. Me estoy hartando Aksoy, especialmente porque mientras tú ganas, yo pierdo.
Ganar.
Esa palabra le hizo darse la vuelta de golpe, aunque se arrepintió al instante. Lo tenía casi pegado a la espalda, con sus intimidantes ojos grisáceos verdosos centrados como dagas en su cabello un tanto despeinado. Su arrebato le dejó tan cerca, que pudo oler su fragancia.
Su respiración se agitó de rabia y decidió continuar sin dilaciones.
—¿Ganar? ¿Te atreves a decir que estoy ganando? El mundo desea tener algo de que hablar, algo de que divertirse y yo ya tuve demasiado con este espectáculo que tú y Kerem llamaron boda. No volverán a verme en público, hasta el día que decidas sacarme en forma de cadáver.
Se apartó golpeando el hombro de su marido con el suyo.
—Un año. Se ha reducido a un año—exclamó Ruzgar deteniendo el avance de Elif con sus palabras. La mujer no comprendió a lo que se refería así que decidió pedir una explicación.
—¿Qué quieres decir?
—O quedas embarazada en los próximos seis meses o te mueres.
Elif sonrió amargamente.
—La paciencia de Kerem es poca.