CAPADOCCIA
Elif sentía el rostro rígido.
No importaba que tanto insistiera en sonreír, no podía. El rostro le formaba una especie de mueca fantasmagórica en vez de un gesto natural de sinceridad. No estaba dispuesta a sonreír y aunque lo intento en el espejo muchas veces, se dio por vencida. Nadie obtendría nada de ella que no fuera una mirada de completa frialdad. Ruzgar se mantenía observando el teléfono. Sus dedos se movían con intensidad sobre el aparato en lo que parecía ser un mensaje que lo absorbía.
—¿No puedes dejar de hablar con ella?
—¿Qué? ¿Vas a hablar conmigo tu? —preguntó sin despegar los ojos del teléfono mientras su esposa levantaba una ceja y soltaba un suspiro. Ni siquiera había tenido la decencia de negarlo. Desde que se casó, jamás, ni una sola vez, le importó pensar en que tenía amantes. Le valía mierda. Por ella podía meter la v***a donde mejor se le acomodara mientras le dejara en paz, pero ahora que estaban a punto de ir a la cuna de la Turk entre esos ancianos juzgones, lo mejor era que aparentara al menos, tolerancia.
—Ni lo sueñes.
—Entonces no me interrumpas.
Elif se cruzó de brazos. El movimiento de la camioneta le estaba mareando un poco o tal vez era el espacio, tan diminuto para ir en compañía de su marido. No importaba que existiera al menos cuarenta centímetros de distancia. Con un solo movimiento brusco del auto, iba a terminar sobre su regazo. De reojo observó el nombre de la mujer que ocupaba su chat.
Aygul Celik.
La conocía, como no iba a hacerlo, si era la dulce hija del terrateniente de Mersin. Aygul era la esposa que todo turco podría desear. Era hermosa, de grandes ojos y de cuerpo curvilíneo, pero más allá de los placeres que su belleza podría brindar, estaba su carácter, era pacifica, de modos amables y musulmana hasta la medula. No es que Elif no lo fuera, pero era un poco rebelde como para apegarse al cien por ciento a los mandatos de Alá.
—Parece que las personas no son como uno espera ¿Cierto?
Decidió hablar para molestar a su esposo.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, Aygul Celik tiene una conversación por teléfono con mi esposo, cuando claramente es un hombre casado. Eso podría arruinar su reputación si es malinterpretado. No es bien visto, sin importar que tan abierto estes a una segunda esposa. Todo tiene su momento.
Sus palabras provocaron que Ruzgar apartara los ojos del teléfono.
Frunció el ceño y lo bloqueó para ponerlo en su regazo.
—No tiene porque ser escandaloso. Andar Celik parece interesado tanto como yo en proponer a su hija como una segunda esposa. No he tomado tema de forma seria porque Arabelle podría enfadarse dado el aprecio que te tiene. Deberías hablar con ella y decirle que no te importa aceptar a una mujer en la casa y así, podría sacarla a ella a estas reuniones y no a ti y tu rostro amargado—comentó con desdén viendo a su esposa fijamente a los ojos—. No te imaginas cuentos momentos amargos podrías evitarme si tan solo supieras jugar tu parte.
No quería evitarle nada. Todo lo contrario.
—Olvídalo—respondió luego de unos segundos—. No pienso ceder y muchos menos ayudarte a meter a otra mujer bajo mi techo. ¿Imaginas como seria? Es sabido que, aunque hay mujeres que viven bien así y tienen maridos justos, siempre va a ver preferencia por una. Entre Aygul y yo, tengo mucho que perder. No sería la esposa favorita y perdería méritos en mi casa, que, si bien ahora no disfruto, tampoco me gustaría hacer a un lado.
Ruzgar sonrió con descaro y se afirmó respaldo del asiento mientras los semidesérticos paisajes de Capadocia aparecían en los ventanales del vehículo. Elif no podía negar la belleza. Hacia mucho tiempo que no estaba allí, la ultima vez, fue un viaje de amigos, apenas tres años atrás. El placer que sintió en ese momento no tenía nada que ver con la sensación abrumadora que tenía ahora. Solo quería que acabara pronto.
—No eres una esposa Aksoy. Usaste florero y creo que tienes razón. Gasto mi dinero en ti y lo único que haces es mantenerte linda y dar la imagen que mi casa necesita, la imagen de una señora. No pones empeño en ello, pero nadie te quitara el mérito de estar allí.
—Tienes claro lo que soy en tu vida.
—¿Acaso estoy equivocado? —volteó en su dirección y se inclinó un poco para que Onur, el chofer y Ahmet, el guardaespaldas, no escucharan lo que estaba por decir—. Si hubieras querido jugar un papel serio, habrías cooperado en la noche de bodas. Tal vez calentarte un poco hubiera servido para quitarte la frialdad que llevas por dentro. Muchos empleados dicen que eres como un cadáver recorriendo mis pasillos, sería interesante probar eso.
La mujer apartó la mirada y alejó su cuerpo de él.
La risa divertida y burlona de Ruzgar la cohibió un poco. Detestaba que se riera de ella, porque por eso lo hacía. Esos comentarios tenían el firme objetivo de degradarla, no podía ser distintos. Su mente dolida provocaba que cualquier comentario salido de su boca tomara doble sentido. Ni siquiera una vez consideró que el hecho de que quisiera dormir con ella significaba una gota de deseo. En su cabeza, cualquier intento de incitarla a ir más allá, era solo un reto para él, un reto de sumisión como si se follara al apellido de su familia y no de buena forma.
Para Ruzgar no era así. Solo era una mujer, una mujer joven que estaba resultando muy obstinada y le amargaba el rato. La noche de bodas pensó que podría hacerla ceder y cumplir sus promesas. No era fea, podría tomarle gusto y puede que ella también a él, pero al ver la forma en como le miraba, entendió que no valía la pena intentarlo. Ambos tenían conceptos distintos del otro.