El auto se detuvo en la entrada de la residencia.
Elif esperó paciente que le abrieran la puerta y descendió no sin antes tomar un suspiro. Apenas acababa de comenzar. La casa Kaplacli, como era apodada, estaba a las afueras de Capadocia, allí, una vez al año, se llevaba a cabo la reunión de todos los miembros del consejo. Los lugartenientes de Kerem Gurkan a quien Ruzgar le atendía todos sus intereses, estaban hospedados allí con sus respectivas esposas, esperando la noche, donde conversarían de negocios y llevarían a cabo una ostentosa cena. Kerem no solía presentarse a esas reuniones, pues quien conocía exactamente como controlar al consejo, era Ruzgar y la comunicación de su segundo al mando, con sus lugartenientes lo era todo. Ruzgar observó la mano de su esposa y pensó si sería muy frio que cada uno entrara por su lado. Dudaba que sujetarla le cayera en gracia así que se limitó a ponerse los lentes de sol y a caminar lo más cerca posible de ella. En la entrada, los esperaba el mayordomo.
—Bienvenidos, señor y señora Arslan.
—Me alegra verte, Ali.
El hombre bajó la mirada y sonrió en dirección de la pareja. Elif apartó la mirada y continuó su camino sin atender ninguno de los saludos. Solo quería su habitación y nada más. La idea de tener que compartir cama con él le llevaba provocando jaqueca desde que tomaron el avión en Estambul. No había forma de negarse a compartir lecho así que ya se iba haciendo idea de la insoportable noche.
Una tímida chica los guío entre los pasillos hasta la habitación principal. Las maletas fueron depositadas por la servidumbre en el closet y acordaron volver más tarde para colgarlas en los percheros. Cuando los dejaron a solas, Elif preguntó:
—¿Cuántos días estaremos aquí?
—No lo sé, dos, tres…—se escogió de hombros—diez.
La respuesta la enfadó, era capaz de hacerla quedarse diez días con tal de verla sufrir más. Entrecerró los ojos y sin brindarle la satisfacción de replicar, asintió. Soltó un “bien” aunque todo estaba mal y se metió al baño cerrando la puerta de golpe. Tenía el plan de fingir una jaqueca (que no era tan fingida) y negarse a bajar a cenar.
¿Debía haber alguna forma? ¿No?
Puso un poco de agua sobre su rostro. Iba a ser una muy mala noche, la peor de todas de hecho. Sus recientes roces tenían sus emociones al mil e inclusive sentía que respirar le costaba. Tenía una amargura casi congénita en el cuerpo que no la dejaba sola ni un segundo.
Maldito Ruzgar, maldita la Turk, malditos todos.
Ya lo había intentado una vez. Las mujeres solían poner sus mejores rostros para ella. Sonreían e intentaban ser calidad, pero cuando les daba la espalda, hablaban de lo deshonroso que era su presencia. Una traidora entre nosotros, decían, viéndola con recelo pues sentían que su posición como esposa del Guvenilir era una oportunidad que cualquiera de sus hijas pudo haber aprovechado y honrado mejor.
¡Por ella cualquiera se hubiera casado con Ruzgar Arslan!
¡Entregaría su lugar si reparos!
Media hora después, mientras observaba los paisajes por el ventanal, sus miedos se hicieron realidad en forma de un golpeteó en la puerta. Abrió la puerta sabiendo que no era Ruzgar porque de ser él, habría entrado rápidamente y sin dilaciones. Apretó la mandíbula y abrió la puerta encontrándose con tres rostros conocidos.
Isel Celik, Seda Erdem y Serak Ucar.
—Nos dijeron que acababa de llegar—comenzó diciendo una de ellas—y aunque hemos llegado primero, queríamos invitarla a ir a Kaymakli. Hay buen clima y dicen que es la mejor época para visitar las ciudades subterráneas. No queríamos dejarla fuera.
Los ojos de Elif pararon en Isel, la madre de Aygul.
—Acabo de llegar, el viaje fue cansado.
—Nos apena mucho escuchar eso, señora—respondió usando un tono un tanto jocoso para llamarla. Cuando uso ese pretexto los ojos de la mujer brillaron casi complacidos de que ella no estuviera presente. Los nervios de Elif se activaron de inmediato y decidió darle la vuelta a su primera respuesta, nada más para molestar a la mujer.
—Aun así, hace mucho que no visito Kaymakli así que iré.
Ver la decepción en Celik, fue una victoria. Las mujeres se disculparon con el pretexto de que irían a arreglarse y se verían abajo. Elif les cerró la puerta y se quedó observando la madera. Todo en la Turk eran intereses. Ser la esposa del Guvenilir era como ser la segunda Kralice. Muchas ambicionaban ese puesto nada más para poder desfilar de su brazo y ostentar una altura mayor entre todas las demás damas sin importar la edad. Ella era mucho más joven que cualquiera de las presentes, pero tenían que dirigirse como señora por un tema de respeto a la jerarquía que la Turk tanto se empeñaba en recalcar.
Sobre Ruzgar, solo Kerem Gurkan y sobre él, Alá.
Puso sobre su cuerpo un vestido color naranja y peinó su cabello en una coleta alta. Cuando pasaran los días iba a tener ojeras. Odiaba tener que compartir cama con ese infeliz. Negó con la cabeza. Ahora debía enfocarse en enfrentarse a ese nido de víboras que pronto dejarían ver el veneno. Ya no estaba en posición de huir y de evadir, ahora estaba tan tensa que ante la mínima provocación respondería.
No necesitaba que le repitieran que era una traidora.
Tenía muy clara su posición dentro de la Turk.
Bajó las escaleras con solo una cartera y su teléfono en ella. Aygul estaba allí, a lado de su madre, mostrando una cálida sonrisa. No parecía una mala chica y no tenía problemas con ella, aún. Ruzgar apareció en la sala seguido de varios hombres. Posiblemente tenían un rumbo completamente ajeno.
—Nosotras iremos a Kaymakli—explicó la señora Celik a su marido con una sonrisa—. La señora Arslan nos complace con su presencia. Espero que la pasen bien donde sea que vayan.