CAPITULO 7-3

1004 Words
Ismail frunció el ceño. La tristeza en sus ojos dijo mucho. —¿Qué pasó? —Pasaron cosas—dijo notando a Ahmet inquieto. —Tengo que irme. Buscó algunas liras en la bolsa para pagar se sobra lo que había comido y deseando no tener que contar más, se puso de pie. Ismail pareció confundido de que técnicamente estuviera huyendo, pero no tenía intensiones de contar sus desgracias y menos a alguien que alguna vez pudo jugar una buena posición en su vida. Se puso de pie tan rápido que casi olvida la misma bolsa de dónde sacó el dinero. Vaya estúpido comportamiento. El hombre no se dio por vencido y fue detrás de ella. Le sujetó la muñeca sin saber que estaba rodeada de muchos ojos que estaban centrados en cada una de las acciones del hombre y que en caso de ver algo sospechoso, dispararían. —¡Elif! Espera. No puedes marcharte así. Te acabo de… —No acabas de hacer nada—replicó ella con preocupación—. Lamento mucho que las cosas se den de esta manera, pero lo que sea que hubo alguna vez y las conversaciones pendientes deben ser olvidadas. Yo no tengo la misma vida que antes y no podría volver a ella de nuevo nunca más, aunque lo deseara con toda mi alma. Si te sienta mejor, olvida que me viste el día de hoy. Se soltó y siguió caminando, dejándolo atónito. No fue un agradable comportamiento y posiblemente le lastimó. Su ultimo mensaje fue un “estoy profunda y rotundamente enamorado de ti” y no obtuvo respuesta. Ahora se tomaban de frente y ella no tenía palabras que le hicieran sentir mejor y le dijo que le olvidara ¿Por qué razón? Porque no podía decir más. De contarle que ahora estaba casada, seria un golpe peor. Ahmet pudo haber actuado, puesto que el simple acercamiento de ese hombre fue suficiente para ponerlo tenso, sin embargo, cuando vio los ojos suplicantes de Elif pidiéndole que no se moviera, decidió obedecerla, aunque fuera en contra del protocolo. Como alma que lleva el diablo, subió al auto. ¡Vaya día del carajo! El corazón le latía a mil por hora. Cerró sus ojos y decidió que verse cara a cara con el pasado no debía afectarla tanto. Sus ojos le escocieron. Mierda. Era horrible. Quiso contarle todo y a la vez nada, porque el hecho de que lo supiera no cambiaria las cosas. No podían seguirse viendo como antes, tampoco disfrutar de la compañía del otro así que era mejor zanjarlo. No iba a tener un buen final y no iba a arrastrarlo. El solo hecho de que la tocara ya era suficiente para que Ahmet le diera un disparo en la cabeza. Eso por suerte no ocurrió, pero fue una posibilidad que le aterró. Eso habría sido la gota que derramó el vaso. Entró a la casa de forma tan rápida que ni siquiera se percató de que, en su camino por las escaleras, tocó el hombro de su marido quien casi juró ver como limpiaba una lagrima traicionera que corría por sus ojos. Estaba llorando y no quería hacerlo. ¡Mierda! En cuanto su espalda chocó con la puerta y la cerró detrás, tragó saliva y golpeó su mejilla. Todo estaba bien y nada malo había pasado. Los ojos cafés de Ismail viéndola con dolor se quedaron grabados en su mente. En ese momento no procesó lo que estaba pasando, pero ahora con más calma, se sintió miserable por haber sido cruel con alguien que no lo merecía. Esperaba que la perdonara algún día. (…) —Viajará a Ankara. —Me quedaré en casa al menos dos semanas. Tengo situaciones que atender antes de comenzar a mover las piezas que me llevaran a Nima Ferhadi. Todo el mundo sabe su parte, pero la capital debe comenzar a prepararse. Estambul ya mueve mucho dinero, pero aun no es tiempo. No quiero ojos curiosos sobre mis negocios—explicó a Ahmet mientras veía los números en algunos papeles—. No suelo quedarme mucho tiempo aquí, pero mis obligaciones me reclaman al menos diez días antes de poder mover otra pieza interesante. No se cuanto tiempo me tome regresar. Estaré fuera al menos dos meses. Ahmet asintió de forma silenciosa. —Coordinaré su estancia entonces en Ankara. —Encárgate de eso. En silencio, el guardaespaldas abandonó la estancia y le dejó continuar con su trabajo que le reclamaría al menos hasta la madrugada. Tenía muchos números que ver y aunque se suponía que tenía gente que se encargaba de eso, siempre era bueno hacerlo por si mismo antes de que alguien más se aprovechara de su falta de cuidado y metiera mano en dinero que no era suyo. Siempre fue bueno con los números, venia de familia. Mientras recorría con detenimiento las tablas, recordó la expresión dolida de Elif mientras subía las escaleras. ¿Aún estaba molesta por lo que pasó en Capadocia? El lapicero comenzó a moverse violentamente en su mano, cosa que ocurría cuando estaba inquieto o algo le causaba ansiedad. Podía subir… Podría ir y… ¿Qué diablos estaba pensando? Lo sabia exactamente. Estaba estresado, necesitaba un polvo y la opción más excitante para él en estos momentos por alguna razón en la que no depararía, era meter su rostro en los pechos de Elif. Es que eran perfectos, redondos, tan suaves y que podía decir de su boca, llevaba fantaseando con ella días. Podría simplemente subir e intercambiar palabras… ¡No! ¡Diablos! ¡No! ¿Qué le estaba pasando? Sus dedos recorrieron su cabello. Debía concentrarse en los números y pudo haberlo hecho, de no ser porque cuando el reloj marcó las doce de la noche una presencia irrumpió de manera furtiva en el enorme estudio y comenzó a husmear entre los libros sin percatarse de que él estaba sentado en el escritorio a un costado. Buscaba algo entre los contenedores y separadores. —¿Buscas algo, Aksoy?
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