Nayeb bufó. Mierda. Su madre no dejaba de decir que Kirina era la clase de mujer de la que todo hombre debía cuidarse y cuando la escuchaba hablar, sentía que su progenitora tenía razón, sin embargo, cada vez que hablaba, más le gustaba. Cuando dijo siempre me ha fascinado, le miró con una profundidad y un deseo que le quemó por dentro. Tan solo recordar lo fogosa que era le encendió. —Casémonos—pidió de golpe y la mujer estalló en una risa. Llevó su mano a sus labios y con elegancia intentó contener la diversión que le causó la oferta. Él le miró con toda la seriedad del mundo—. No estoy jugando, Kirina. Te estoy haciendo la oferta que podría conversar con tu hermano en unos minutos, pero quiero que seas tu quien me diga que si primero. Quiero casarme contigo. Chasqueó la lengua sin p

