—No—articuló Alev, negándose a continuar cuando llegó a los primeros escalones que sabía, llevaba directamente al nido de las serpientes venenosas. Ruzgar detuvo su andar y Aysu hizo lo mismo. Ahmet sintió los forcejeos de la mujer. Estaba un poco oscuro, pues las luces podían poner nerviosas a las serpientes y era preferible mantener todo con una tonalidad opacaba, pero con el calor adecuado para que se mantuvieran saludables. —¿No? —Yo no he cometido pecado. He hecho mi trabajo y… —¿Mentir no es un pecado? —Que Allah condene mi boca si he hablado con alguien de lo que visto aquí—espetó con dolor y miedo. Tenía la mitad de la mejilla sangrante. —Trabajo para mantener a mi hijo y si ese hombre me abandonó ¿Por qué ahora debo pagar por un pecado que ni siquiera debería considerar

