—Quiero saber lo que sea que dices que viste. —No tiene caso. El ojo de Ruzgar casi tembló. —¡Lo tiene! Mierda. Su paciencia estaba a nada de saltar al mar. —No—insistió tajante. —¡LO TIENE! —bramó con voz contundente sujetando su muñeca para impedir que diera dos pasos más lejos. —Si no lo tuviera como explicas que me has abofeteado. Señaló su mejilla. —Ay, perdóname. Es lo menos que mereces. Te aseguro que, si fueras un poco menos educada y más salvaje, la mejilla sería de lo ultimo que tuvieras que preocuparte. Me habría asegurado de que fuera tu primer y último hijo, por Allah que si—articuló con los ojos brillantes nuevamente. No podía verlo a los ojos sin sentir que se convertía en polvo por dentro. La expresión de Ruzgar fue ofendida y como también estaba molesto,

