ESTAMBUL, TURQUIA. Las princesas no pueden mantenerse encerradas en su palacio para siempre y la caprichosa Kirina Al-Fayed no era la excepción. Había crecido sin padres, pero bajo la atenta tutela de su hermano Samir, quien al principio no tuvo problemas en jugar el rol paternal, sin embargo, conforme fue creciendo, estaba más que claro que la inteligencia de la pequeña le sacaría canas verdes o lo haría envejecer mucho antes de tiempo. La enorme residencia de los Al-Fayed en Riad, Arabia Saudita, era un gran palacio, que se distinguía como el hogar de una de las familias más adineradas y poderosas de la región. Frente a la vasta extensión del horizonte desértico de Riad, la mansión se alzaba como un sueño tallado en piedra y mosaico. Su fachada era un poema visual de la opulencia árab

