El sonido de cañón dejando salir la bala. Los casquillos cayendo al suelo. Mierda. Logró volver en si en un momento de pura adrenalina y por dentro, rogó no escucharlos hablar. No quería escuchar su voz, porque la instrucción de su marido andaba en su cabeza sin parar “Si los escuchas hablar, será señal de algo malo”. No iba a escucharlos hablar. Inshallah. Tomó el arma en su mano y se incorporó temiendo tener que escapar. Esta vez, la cantidad de disparos fue superior, al menos diez, cuatro de ellos cruzaron el marco de la puerta con velocidad y terminaron haciendo pedazos tres de los jarrones decorativos, provocando que las flores naturales que resguardaban en su interior terminaran en el suelo. ¿Quiénes eran? No lo sabía, no tenía idea, solo que habían invadido su casa en silen

