Era como una gota de agua en el desierto más hostil. Como los rayos del sol en una húmeda selva. Como el maná en tiempos de hambruna. Quererla, era cielo y a la vez infierno. El nacimiento de un fuego tan intenso, que ni siquiera las gotas de lluvia nacidas de la tormenta más violenta tendrían la fuerza de apagar. Sus ojos, una debilidad paulatina que terminó volviéndose de lo más abrupta. —Uskut, uskut, uskut (Cállate, cállate, cállate)—repitió en árabe usando un tono pausado y casi amable, mientras ponía su dedo sobre sus labios y le miraba a los ojos. Elif intentó pronunciar palabra, pero, la calmó con un ligero siseo y después con un nuevo beso que detuvo cualquier palabra al menos momentáneamente. — Hablas demasiado Elif, demasiado y nada de lo que dices es… —¿Vas a negarlo? —¿

