Salí de la cocina para curar mi muñeca, pero antes decidí salir afuera en busca de Max. Necesitaba entender lo que estaba sucediendo, pero había demasiadas preguntas sin respuesta. —¿Max? —llamé al aire. —¿Sí? —respondió una voz cercana. Lo vi acercarse con su típica sonrisa de lado, tan tranquilo, como si no estuviéramos en medio de todo este caos. —¿Puedes decirme dónde se tira la escoria? —pregunté, con un tono que delataba mi frustración. Max sonrió de nuevo, esta vez con una expresión de satisfacción. —¿Quiere que me encargue? —dijo, su voz dulce y serena. —Por favor —le respondí, mi mirada fija en su rostro, deseando que se encargara de eso cuanto antes. Asintió sin decir nada más, y juntos nos dirigimos a la cocina, olvidando por completo mis golpes, que seguían doliendo en m

