Estoy contenta. Han pasado ya dos semanas desde que llegamos a la manada, y aunque mis emociones son un torbellino, hay una sensación que nunca imaginé que podría experimentar: felicidad. De una forma que nunca pensé que podría serlo, me siento… casi en paz. Sin embargo, esa paz siempre está acompañada de una sombra persistente, como una garra maldita que se ha arraigado profundamente en mi alma. Esa sensación de amargura sigue allí, latente, recordándome que, aunque puedo sonreír, una parte de mí nunca se deshace de esa carga. Como dijo Lucas, al día siguiente fuimos al salón y pedí que me cortaran el cabello por encima de los hombros. Mi cabello, naturalmente rizado, siempre había sido un poco rebelde, pero nunca me importó. Ahora, sin embargo, necesitaba el cambio, necesitaba que alg

