ALESSANDRO
Desde la primera vez que la vi observando aquellas ruinas me paralicé con su belleza. Tenía muy claro que no era una mujer para mi. Su estatuto estaba por debajo de lo que mi posición dictaminaba, no obstante, mientras pasaba cada día cerca de ella, algo comenzó a suscitarse en mi. Era una atracción que era distinta a cuando solo veía una mujer, como si necesitara protegerla, y ser la razón de sus sonrisas eternas. Desde que la conocí tenía un detalle en todo momento, una rosa, una carta, un verso, era como si su personalidad, me hubiera cautivado hasta el punto de no saber quien era. Sabía que tenerla en mi vida iba a ser difícil de ser aceptado, pero estaba dispuesto a correr todos los riesgos necesarios, con tal, de poder verla despertar a mi lado cada día, de cada mes. Me había enamorado como un gran tonto.
Aunque, temía por ella también, ya que la sociedad de la que provenía solía ser muy cruel con aquellos que provenían de lo más abajo. No quería que nadie la lastimara, así que mi egoísta decisión, tendría que estar muy bien planeada. Le pedí que se casara conmigo. Comenzaríamos nuestra vida juntos, en una de las ciudades mas ponentes, ahí comenzaría mis negocios, de esa manera tendríamos la oportunidad de ganarnos a las personalidades, sin tener que hacer que ella pasara un mal momento. Solo requería un poco de instrucción que yo personalmente le daría.
Aún recuerdo, cómo ella, solo me observó en silencio por algunos minutos, después de haberle hecho mi proposición, si era franco, me atemorizaba su respuesta, pero al final cedió. Comenzando así una de las mejores fases de mi completa vida. A partir de aquel momento, no podía dejar de sonreír.
Me había hecho extremadamente feliz, desde su sonrisa, hasta las maravillas de sus caricias. Sus locuras diarias me prometían una vida eterna de ilusión, así como, de una extraña sensación de que todo sería perfecto. Nuestra pequeña Amelie, era solo el fruto de una relación que transmitía lo mejor que la vida me preparó. Mi pequeña era la copia exacta de su madre, sus facciones perfectas, mágicos ojos expresivos y esa cabellera rubia que caían con ligeros caireles. Eran una verdadera faena verlas a ambas desde atrás. Dios me había dado la vida más hermosa, bella, magnífica, tenía que decir que tal vez más de lo que merecía. En ocasiones, me sentía extraño el pensar en todo esto, probablemente era el único hombre sobre este planeta que era capaz de sentirse tan dichoso por la mujer que lo acompañaba en la vida. Tenía que admitir que no estaba seguro si había alguien tan enamorado de una sola mujer, tan ciego para las demás y tan fascinado por lo que podía besar y abrazar.
Era tanto lo que tenía, me sentía dichoso, no sabía qué había hecho, para que la vida me hubiera favorecido. Era mi tesoro más preciado, las amaba.
Y nuestra vida sería aún mejor, con la llegada de aquella nueva personita. Mi familia aumentaba y era grandioso. Deseaba más que un varón que heredara mi fortuna, anhelaba otra niña, alguien con sus mismos pucheros, otra bebé con la belleza natural de su madre, de su hermana. Sería fantástico, aunque, si era varón probablemente estaría celoso, por que me robaría el tiempo de la única mujer que me hacía sentir, no obstante, tendría que admitir que podría tener esa oportunidad de poder criarlo como un hombre, uno sensato, recto. No como el hombre que fui.
Sea cual sea el caso, estaba emocionado, mi familia, mi tan bella familia, las amaba y jamás me separaría de ellas.
Pero el destino comenzaba a jugarme una mala racha, que no estaba dispuesto a pasar por alto, no lo iba a permitir.
-¡Marïe!- corrí hacía ella, tan rápido como me permitían mis piernas, mi hija estaba en su habitación, pero el sonido de aquellos cristales en pedazos, me alarmaron. Sin embargo, la escena me dejaba con el corazón desquebrajado. Había manchas de sangre en el piso de la habitación, ella no estaba ahí, solo se escuchaba los sollozos en la puerta contigua. Me acerqué despacio. La puerta del baño estaba cerrada, sabía lo que aquello significaba y me atormentaba hasta el alma. Otro aborto. Esperaba que no fuera el caso. Se que no era fácil para ella, pero nuestra pequeña había llegado a través de dos fracasos, queríamos creer que esto no se volvería a repetir, pero ahí estaba todo aquello. Le toqué con precaución la puerta, pero no respondió. – Marie, cariño, ¿puedo pasar?. - No contestaba, quería buscar las palabras adecuadas pero ¿Cuáles?. Intenté girar la perilla de la puerta, esta se abrió. La ví recargada en la tina, rodeada de sangre, no paraba de sollozar -Mi amor, ¡ven, te ayudaré ! - Intenté levantarla, pero ella solo se resistía. -No sucede nada, vamos a estar bien-
-¿Esto es estar bien? ¡Vete y déjame! -
-No te pienso dejar sola, así que ¡levántate! -Ella solo giró su rostro hacia el lado contrario -¡Déjame ayudarte, por favor!-
Ella accedió, tal vez de mala manera, pero había cedido. La levanté como pude y comencé a desvestirla, preparé el agua, con ayuda de una de las personas de la servidumbre, mientras ella limpiaba, yo intentaba bañarla, era lógico pensar que ella no quería saber nada de mi en aquel momento.
Intentaba no decirle nada, sé que estaba pasando por un mal momento, pero quería que supiera que su dolor era parte mío.
-Sé, que debes de estar feliz. Tú, no lo anhelabas tanto como yo-
-¿De qué hablas?-
-No intentes ocultarlo, tú, no querías otro hijo, así que no intentes decirme que te sientes igual que yo-
Me detuve sin más, estaba pensando en qué poderle decir, pero me había dejado sin palabras, sabía que se sentía devastada y cualquier cosa que le dijera no lo vería de la mejor forma. Lo sabía muy bien, aquello me hacía sentir devastado. Creía que le había fallado desde que ella me informó sobre su retraso, no dudé en mostrar mi desdén ante la noticia, no obstante, no era del todo verdad lo que me espetaba,yo… solo tenía miedo a ser sustituido, sin embargo, jamás deseé que este pequeño fruto entre los dos se viera lastimado o inclusive que se hubiera perdido. La amaba y amaba la familia que formábamos, sé que no lo veía así en aquel momento, así que lo único que podía hacer era solamente alejarme sin decir nada; Cualquier acción que realizara sería para mal.
-Eres lo que más amo en este momento. – Le di un beso en su cabello y me puse de pie. – Ese bebé es fruto de lo que siento, sentimos, no es solo tu pérdida, es mía también. Pero no puedo dejarte caer, recuerda que Amelie te necesita incluso tal vez más de lo que yo. – Me dirigí a la puerta. -El doctor vendrá en algunos minutos, ya mandé por él , así que, te sugiero que estés lista.- le indiqué a la encargada de ella, que le ayudara a terminar mientras que yo me dirigí al dormitorio, no sin antes ver como habían desaparecido las manchas que probaban la desilusión de mi mujer.
Salí de la habitación con dirección a mi despacho, tenía que admitir que en ocasiones ni la pila de documentos que requerían mi atención, eran insuficientes para poder distraerme. Los minutos pasaban y escuchaba como la servidumbres subía y bajaba por los escalones. No sabía lo que leía o lo que firmaba, por más que mi atención estuviera en ello.
El sonido de la puerta principal se había abierto; en seguida escuché como tocaban a mi despacho.
-señor, el doctor está aquí –
-llévelo a la alcoba con mi esposa, enseguida iré-
La mucama se retiró cerrando la puerta de mi despacho. Sin embargo, no tenía la intención de subir por más mortificado que estuviera por ella. Era claro pensar que lo menos que mi esposa requería en aquel momento era verme y yo francamente lo que menos quería era discutir.
En mil ocasiones me preguntaba, sobre el porqué no telegrafiaba a sus padres, quería que los invitara a pasar algunos días en casa con su nieta, o con ella. A pesar de conocer de dónde provenía jamás me negué a que sus padres se acercaran, pero parecía como si fuera ella quien en verdad se avergonzara.
Pasaron algunos minutos y escuché como la voz de un hombre diera algunas indicaciones a la servidumbre, mientras se retiraba por la puerta principal. ¿Por qué no había pasado a mi despacho? Me levanté de mi silla y me dirigí a ver lo que sucedía.
Las mucamas corrían en la parte de arriba, mientras que mi hija observaba el espectáculo desde a media altura en los escalones. Subí de inmediato, sin antes tomar a Amelie entre brazos y llevarla a su habitación con su nana, a quién le pedí que llevara a la niña al parque, comenzando a la brevedad a arreglarla. Mientras yo iba a mi habitación, le pregunté a una de las jóvenes que trabajaban para nosotros, sobre la visita del doctor, quien, solo me observó con los ojos abiertos.
Entré a la alcoba y la vi tan tranquila en la cama, estaba dormida. Había algunos frascos en los burós, probablemente sedantes, lo desconocía.
-No se preocupe señor, ella está bien, al parecer, solo fue una amenaza, pero no trascendió.- era la dama de compañía de mi mujer, pero ¿qué es lo que acababa de decir? ¿Solo una amenaza? ¿no trascendió?. Esto era increíble.
-usted quiere decirme que…-
-si señor, su mujer continúa embarazada, el doctor solo le recomendó reposo absoluto por algunos días.- aquello era fantástico. Me acerqué a ella con cuidado y la besé en la frente sigilosamente, no quería despertarla.
Me retiré de la habitación con una sonrisa.