PRÓLOGO
Los sonidos, los sonidos…
Lloraba y en ocasiones intentaba tapar mis oídos constantemente ante aquella algarabía. El sonido del claxon de los automóviles eran desgarradores para mí, eran una pesadilla, sentía como destrozaban cada parte de mi cuerpo, no quería escucharlo, quería huir y refugiarme en aquella esquina, lejos del ruido, lejos de la brillante luz. Aquello era intolerante, pero estaba dispuesto a seguir con el plan.
Tal vez era una persona extraña y lo sabía. Conocía lo distinto que era, más aún, por la forma en la que ellos me observaban, por la forma en la que modificaban su semblante cuando intentaba ocultarme, pero estaba acostumbrado a todo aquello, yo.. yo los envidiaba, por no sentir nada… por no temer, por que podían estar, por lo que podían hacer o hablar, yo solo me sentía en prisión, aunque ciertamente, ni siquiera sabía lo que era envidiar, solo se me había dicho un concepto, el cual pude memorizar y utilizar en una expresión.
El sonido tintiniante de la lluvia podía ser en ocasiones relajante, pero en otras, podía ser una tremenda pesadilla, no obstante, su aroma, su magnífico olor me recordaba a los prados dónde había crecido y en aquella específica ocasión, cuando mi mamá me llevó a brincar en la lluvia. Extrañaba escuchar su sonrisa. Era la persona más increíble que había en el mundo.
Me encontraba en aquella gran ciudad para exponer aquellas mezclas de colores, de trazos definidos, de paisajes vívidos, intentando imprimir lo que ví, o lo que vivía en mi memoria.
Había pedido que en aquella bodega se bajara la iluminación, razón por la cual, solo trabajaba al atardecer intentando que las velas solo reflejara mi trabajo. Aquellos lienzos eran como si fueran ventanas, tal vez, ventanas a mi pasado. Era como si viera una ventana diferente en mi cerebro que me permitía regresar a aquel momento de mi historia, aquel lugar bueno o malo.
Las piedras que realzaban aquella bodega le agregaba un bello aroma al lugar, una mezcla de lo fresco y a la vez seco. Era como estar en casa, un pequeño escondite de aquella terrible fuente de ruidos, de personas corriendo, caminando veloces, con personas con más gestos en sus rostros que emociones.
Me sentía a salvo.
La gente entraba, caminaba entre los cuadros, admirando cada una de las muestras de pintura expuestas. Sus rostros reflejaban en ocasiones sonrisas, otras veces se quedaban boquiabiertos, en otras lloraban. No entendía lo que sucedía, pero creo que al igual que yo, ellos tenían ciertas ventanas en su cabeza que les permitía viajar a ellas, o tal vez era otra cosa. No lo sabía.
Aquella exposición no era solamente para ser admirada o para obtener algunas ganancias, si no, que tenía un propósito, uno solo, saber el paradero del único rostro que se encontraba colocada al final, entre sus muros. Alguien tendría que reconocerla.
Mi agente estaba emocionado por la cantidad de gente que llegaba diariamente a ver la exposición desde el día de su inauguración, pero, no era algo que me interesara en lo más mínimo. Mi arte se vendía en cantidades extraordinarias, o al menos esas eran siempre sus palabras.
Yo solo esperaba siempre desde el mismo rincón, en la obscuridad, solo observando, intentando comprender todo lo que sucedió.