Anna a la mañana siguiente despertó con una resaca que jamás en su vida había conocido. Por primera vez supo lo que era sentirse realmente golpeada sin haber recibido un solo golpe, físico, porque psicológico y verbal lleva un sinfín en su haber.
Apenas abrió los ojos sintió como si la luz incandecente de los rayos del sol filtrándose por la enorme ventana que tenía al lado y al frente de la cama que estaba ocupando se proyectaron directamente en ellos, tuvo que cerrarlos en seguida, no soportó el efecto que ocasionó en su cabeza. Una especie de estado migrañoso se apoderó de ella, sintió vértigo y malestar en su estómago.
«¿Qué es esto? ¡Por los Dioses!», reclamó ante la novedad de lo que estaba experimentando.
Como quiera que ese malestar era nuevo para ella, también lo estaba siendo el hecho de no recordar nada de lo que sucedió después que vertió media vida de su estómago en el parqueadero del lugar donde se celebró la recepción de la boda de… su hermana.
De solo recordar a Loreta a su cabeza adolorida se agolparon todos los recuerdos del día anterior, a excepción del momento en el que llegó a la habitación donde se encontraba en ese instante tan incómodo.
Magullada por el efecto del exceso de alcohol, sabía que no había pasado la noche con ningún hombre, al meter las manos debajo de la cobija y palpar su cuerpo comprobó que estaba vestido con algo sedoso, pero integro, nada de trajes diminutos propio de un babydoll o dormir en ropa de eva propio de esso momentos que resultan después de una noche apasionada, tampoco sentía dolor, no el que supone sentiría después de semejante estreno que le dio Graham…
«¿Graham?» cuestionó ese nombre como si fuera una prohibición hasta pensarlo.
Y claro que lo era, él por sí mismo era prohibido para ella, y aun así no se detuvo cuando la vida le dio la oportunidad de dar el paso para ser perversa. En ese instante tenía un solo objetivo en la vida, comenzar a cobrar venganza por tanto odio que había ido acumulando en su interior. Gracias a la familia que le tocó terminó haciendo a un lado los prejuicios que eran aparte de su vida y aventurarse a transitar del otro lado de la acera. Ese lado por donde caminan los que no se detienen a reparar en nada ni nadie cuando de lograr ver satisfechos sus objetivos se trate. Era así, Anna solo desea darse un motivo para estropear, sino la boda, mínimo —por ser sarcástica—, la vida de Loreta, y por qué no del resto de la familia.
La han minimizado tanto que ella al explotar dejó de ser empática, endureció su corazón de un momento a otro. Y no es que ello haya sucedido de manera sorpresiva, no. Lleva meses pensando qué hacer para no sentirse tan miserable y poca cosa.
Con la certeza de que guarda el mayor de los secretos capaz de desestabilizar la perfecta vida de su hermana, se llenó de motivos para perderse en el alcohol. Por esa razón estaba en estado de coma.
Dejó pasar un largo rato e intentó incorporarse de la cama pero con la cobija al frente de sus ojos para cubrirse de la luz, lo hizo y llegó al ventanal, corrió las cortinas e impidió el brillo directo del sol, solamente la claridad propia del dia se hizo presente en el espacio, ya así con el malestar miró a su alrededor tratando de familiarizarse con el espacio, no lo logró. Por lo que en lugar de buscar el baño para sears, soltó la cobija y se fue a la puerta que conduce al pasillo.
Desorientada llegó a la cocina, lugar al que un aroma a tocinos la llevó. Se paralizó cuando vio de espaldas a ella a Israel, sus ocio, quedó impactada. Como si no lo pudiera creer, bajo su mirada al camisón enorme que cubría su cuerpo y lo volvió a ver.
Estaba confiada que no había pasado la noche con ningún hombre, pero al ver a Israel luciendo solamente un chándal largo sin camisa y sin calzado, se intimidó, podía jurar que estaban recién despertando tal vez de una tórrida noche de pasión, pero lo extraño era que ella nos envía dolor ni malestar alguno. Dudó en hablarle o no, y su indecisión se vio sorprendida cuando él se dio la vuelta para buscar algo en la encimera que tenía detrás, justo en línea recta hacia donde ella se quedó paralizada mirándolo fijamente.
—¿Cuánto tiempo llevas parada allí? —le preguntó Israel sorprendido de verla allí.
—¿Qué hago aquí? —inquirió aturdida—. ¿Dime que tú y yo no…?
No se atrevió a pronunciar la interrogante tal como la estaba imaginando, sentía vergüenza.
Israel al presumir el rumbo de su interrogante, dejó sobre la encimera lo que tenía en sus manos, tomó un paño que colgaba de la puerta del horno y se acercó a Anna. Siseó invitándola a guardar silencio.
—Hey, ¿Qué cosa estás imaginando? ¿Cómo se te ocurre? —le dijo y colocó su mano en la parte alta de su cabeza, la acunó y la empujó hacia él para abrazarla a modo de darle tranquilidad y confianza en él—. ¿Quién crees que soy, bonita? Jamás me aprovecharía de una mujer en estado de ebriedad.
Anna se dejó llevar, sintió más pena de la que ya tenía por imaginar lo peor, o bueno, no lo peor, sino lo indebido.
Con el rostro reposando el tórax desnudod e Israel aceptó que él no estaba nada mal. Primera vez que tenía frente a sí misma a un hombre como él a medio vestir. Una tentación tremenda. Una gran tentación. Su tórax era bien potente, definido, ni hablar de sus brazos fuertes, por eso es que terminó imaginando lo peor.
Aturdida como estaba al recordar a medias su vida del día anterior y verlo tan dispuesto a no sé qué y tan atractivo, recordando lo mala niña que fue la tarde anterior, dio por sentado que en su ebriedad continuó con la larga cadena de conductas irreprochables. Sintió pena de haber sido inmoral con él, su socio, y amigo.
—Ay Dios! ¡Disculpame Israel! Es que…, es que… —contestó separándose lentamente de él y lo miró más al detalle sin disimulo alguno—, es que te vi tan…, tan… —no encontraba la palabras adecuada que no representara una falta de respeto—, desnudo —terminó diciéndole—, que no tuve mejor idea que pensar que tu y yo…
—Imposible —la interrumpió él y se hizo más atrás sin importarle que ella lo estuviera reparando de la forma en la que lo miraba. Israel percibió que en la mirada de Anna había todo menos vergüenza genuina—. No le falto el respeto a ninguna persona, se mantenga mis limites.
«¡Qué si no lo sé! Claro que sí, lo aprendí anoche al tenerte completamente desnudita ante mis ojos y no poder hacer nada de lo que mi ser me reclamaba que hiciera de ti!» Cuestionó mirándola mientras forzaba estar impasible, cuando bien no en realidad el recuerdo y tenerla allí recién despertando le hizo verla mas atractiva.
«Definitivamente eres hermosa» Pensó y trago grueso. Su tórax se inflamó en reacción.
—¿Lavaste tus dientes? —le preguntó de repente para disimular que casi se delataba—. Te preparé un café bien cargado y un consomé para que asientes el estómago —vio que Anna puso cara extraña cuando le habló del consomé —. Me lo enseñó mi mamá y no sabes lo bueno que es tomarse uno de esos después de una buena farra. Te vas a sentir mejor —aseguró con ternura—. Si gustas anda al sanitario de servicio, es por allí —le señaló una puerta contigua a la salida al jardín—. Allí hay cepillos nuevos y crema. Anda, te espero en el jardín.
Cómo si le hubiera propuesto una cita con el demonio, Anna reaccionó en seguida.
—¡Afuera no, por favor!
Israel se sonrió sorprendido y divertido, pero no dijo nada más.
El breve instante de distanciamiento fue propicio para ambos porque en realidad, aunque lo evitaran, se estaba formando cierta tensión entre ellos por la confusión y la experiencia de Israel la noche anterior, lo que admite le hará difícil los días al lado de ella desde ese instante.
—La verdad es exquisito eso que me diste —admitió Anna luego de terminarse hasta la última gota del consomé que Israel le dio—. Me siento un poco mejor.
—Tomate esto, con eso completaras tu recuperación —le dijo extendiendo en su mano un comprimido y se inclinó para tomar la jarra con el zumo de naranja y verter un poco en un vaso—. Tomatelo sin respirar.
Anna,como cuál niña obedeció.
—Eres excelente anfitrión —lo alabó.
—No suelo invitar a nadie a casa, por lo menos debo tener una atención con la primera mujer que traigo aquí —adujo en tranquilidad.
Anna lo miró con los ojos entrecerrados al no creer semejante afirmación.
—Cualquiera que te escuche te creería —le dijo seria.
—Te digo la verdad, no tengo por qué mentirte.
—¿Me vas a decir que siete meses en esta ciudad sin haber tenido nada de nada? —le dijo Anna—. No te creo ¡Eres hombre!
Israel la miró sorprendido.
—Lo creas o no aquí no había traído a ninguna mujer, y no Anna no llevo siete meses de celibato, si he tenido mis aventuras, pero fuera de mi casa —le contestó seco.
Por primera vez Anna lo vio ser duro con ella, no le gustó su forma de juzgarlo y dudar de él.
—Disculpa —respondió en un tono de voz aniñado, el mismo que le ha dado a su familia poder para afirmar que es débil—. Solo que creí…
—No puedes suponer y afirmar como ciertas tus creencias —le dijo y se puso de pie.
Tomó los trastes de la mesa y se fue al lavado.
—Estuve buscándote arriendos, no sé si te agranden los lugares que te conseguí —le dijo Israel.
Se sintió ofendido y más después de confirmar que ella es capaz de derribar sus barreras con un chasquido de dedos. Para él era importante que al ser la mujer que realmente le interesaba y respetaba como a ninguna otra llegara a dudar de lo que con celo ha resguardado.
Anna por el cambio tan brusco de la conversación y el tema que tocó, dio por sentado que se quería deshacer de ella de inmediato.
—Em.., no sé, revisemos a ver —dijo ella.
—Y antes de que digas alguna otra locura, busqué esos lugares porque ayer en medio de tu ebriedad dijiste que no podías volver a vivir con tu familia —le dijo de cara al lavado.
—Tranquilo, más bien gracias por preocuparte por mí —le dijo en voz baja—. Solo una cosita quisiera saber —agregó con cierto cuidado.
Israel al escuchar el cambio en su voz volteó a verla.
—¿Cómo es que amanezco sin mi ropa si tu y yo no hicimos nada?
Israel decidió guardar silencio, ya Anna había arruinado sus intenciones de seguir siendo atento con ella, por lo menos ese día.