“El tiempo no duerme los grandes dolores, pero sí los adormece”
George Sand
El apartamento de Román era claramente un lujo, tenía muchas cosas más y, en definitiva, estaba mucho más decente que mi antigua casa.
—¡Esto es muy lindo! —le dije.
—No mientas. —dijo mientras movía la cabeza, pero con una sonrisa en su cara.
Negué con la cabeza
—Esto es en serio lindo.
Sus paredes eran blancas. Las grandes ventanas lo hacían ver muy claro teniendo en cuenta que estábamos de noche.
—Al parecer, es como si hubieras vivido en un pozo por cómo miras todo esto. —Lo observé—. Lo siento, no quise decir eso —se disculpó.
—Es la verdad, vivía en un pozo con ese idiota. —Me senté en uno de los sillones.
Todo estaba muy limpio. Las paredes le daban una claridad que no necesitaba de una ampolleta encendida, y eso me hacía sentir bien. En casa las cortinas siempre debían estar cerradas porque la mayoría del tiempo mi madre y David estaban drogados o borrachos, y abrir las ventanas los hacía enfadar mucho.
—¿Quieres contarme lo que pasó? No creo la versión de tu madre. —Se sentó en el sillón frente a mí y me contempló con sus ojos verdes.
—¿Qué dijo mi madre?
—Es mejor que no lo sepas.
Negué. Necesitaba saber.
—Necesito que me lo digas. Ya nada me puede sorprender, siempre supe que no me quería. —Me encogí de hombros.
Suspiró.
—Desearía decirte que no es verdad, que sí te quiere, pero la perra es mala. —Me miró—. Ella les dijo a los policías que David había discutido contigo porque tú traías droga y venían a comprarte a la casa, pero él no quería eso, así que te enojaste y lo mataste. —Volvió a mirarme. Quizás esperaba que me echara a llorar, pero no sentía ningún impulso de hacerlo, y eso no me sorprendía.
—Lo que me sorprende es que, estando tan drogada, haya podido inventar algo como eso. —Me dejé caer en el sillón y me preparé para contarle lo que en realidad pasó—. Cuando llegué a casa, David estaba sobre una chica; abusaba de ella. Tal vez unos años menor que yo, uno o dos. Tenía las piernas con sangre y unos moretones en la cara en señal de que había tratado de defenderse, y lloraba. Mi madre estaba inconsciente en otro sillón con una aguja en el brazo. —Tomé aire para continuar—. Por un momento me quedé en shock. Todas esas veces que él me hizo lo mismo a mí… Al verla, me vi representada. Agarré lo primero que tuve a mano y lo golpeé en la cabeza…
—Espera, ¿él abusó de ti? —Asentí—. ¿Y por qué nunca me lo dijiste? ¿Desde hace cuánto? —Tenía los puños apretados.
La verdad nunca le había dicho a nadie eso, pero Román siempre fue mi amigo, y ahora me daba una mano cuando más lo necesitaba. Sabía que podía confiar en él.
—Desde que llegó a la casa. Pasaron unos dos meses y comenzó a golpearme, a tocarme. Finalmente, terminó abusando de mí. —Sin poder evitarlo, mis ojos se llenaron de lágrimas. Recordar era duro y esconderlo aún más.
—¡Maldito bastardo! —exclamó para luego sentarse a mi lado y abrazarme.
—Ella me dio las gracias por haberla ayudado —le dije entre lágrimas. Román me miró y sonrió un poco—. Me sentí bien, porque ojalá alguien lo hubiera detenido cuando me lo hacía a mí.
Tantas veces deseé que mamá entrara a la pieza y lo sacara a patadas. Tantas veces deseé que me quisiera. Pero ya estaba claro: no lloraba porque ella no me quería, lloraba por todo el daño que me causaron. Nosotros los de abajo vivíamos aislados de los demás. Nuestra protección no valía como la de los niños de barrios altos. A nuestras casas no llegaba ninguna asistente social para chequear el estado de los niños. Aprendí a cuidarme sola. David ya no me había violentado más, pero lo hizo lo suficiente como para arruinar mi vida.
—Hiciste bien.
Asentí.
No tenía rencor por haberlo herido, se me merecía eso y más, pero tenía miedo porque, si la policía me buscaba por vender drogas, nunca iban a creerme.
—Te preparé un dormitorio. No es mucho lo que alcancé a hacer teniendo en cuenta que estuve buscándote después de que me enteré. —Parecía un poco nervioso.
Se levantó y me indicó que fuéramos a la habitación. Lo seguí. No podía negar que incluso yo me sentía un poco nerviosa. Tener una habitación en ese departamento era como un sueño. La habitación era de color blanco y tenía una cama de dos plazas, un velador y un armario. Lo que más me impresionó era lo grande que era la cama y no pude evitar sentarme para comprobar. Escuché a Román reír. Me reí también. Era mucho más cómoda de lo que pensé.
—¡Está todo muy lindo! —Le sonreí—. ¿De dónde sacaste el dinero para comprar todo esto?
—Es mejor que no lo sepas. —Se rascó la cabeza.
—La verdad es que no, pero no quiero que andes en cosas malas.
Él estaba recostado en la puerta y no decía nada. Sabía que andaba en cosas malas, los había visto a él y a los chicos muchas veces por las calles entregando mercancía.
—Yo tampoco querría, pero ya sabes que tengo que cuidar a mi madre.
Asentí.
Su madre, al poco tiempo de morir su pequeña hija, entró en depresión, de la que no había podido salir. No hacía nada más que estar en cama y llorar, y esa era una de las razones por las que Román tuvo que dejar el colegio. No tenían para comer, y ahora él se hacía cargo. Siempre admiré eso de él, ya que de niños siempre quisimos irnos de este lugar, pero él se quedó aquí por su madre, la madre que yo nunca tuve.
—Necesito un trabajo para poder pagarte todo esto —señalé la cama.
Negó con la cabeza.
—No tienes que pagarme nada. Somos familia, Aria.
Asentí.
—Pero igual necesito un trabajo, ya que también necesito para comprar ropa. Es decir, apenas traje algunas cosas —apunté mi ropa.
—No puedes salir mucho si te está buscando la policía. —Sacudió la cabeza.
«¡Mierda!».
—Quizá Christine pueda ayudarme.
—Quizá. —Miró su teléfono—. Tengo que salir ahora. Te pedí una pizza, que llegará en cualquier momento. También te dejaré para pagar.
No tenía mucha hambre, pero una pizza nunca venía mal.
—¿Adónde vas a esta hora de la noche? —Era muy tarde.
—Tranquila, voy y vuelvo. —Se acercó a mí y me dio un beso en la frente. Después salió de la habitación en dirección a la salida del departamento, pero antes de cerrar la puerta me gritó—: ¡Guárdame pizza!
—¡Olvídalo! —le grité de vuelta.
Solo esperaba que no se metiera en problemas porque en ese momento solo lo tenía a él.
Tenía muchas ganas de salir adelante junto a Román para que él nunca tuviera que volver a traficar.