"Pocos de nosotros somos lo que parecemos"
Agatha Christie.
Román llegó a eso de las seis de la madrugada. Teniendo en cuenta que dijo que iba y volvía, debió haberle costado arreglar el asunto. Me levanté para verle; comía en la cocina el pedazo de pizza que le dejé.
—Comer la pizza fría hace mal.
Él se sobresaltó.
—¡Jesús, no te oí! —Se llevó una mano al pecho para luego devorar la pizza—. Aún no compro un microondas, así que… —Dejó la oración incompleta para seguir comiendo.
—¿Cómo te fue? —le pregunté con la esperanza de que me dijera qué era lo tan importante que tenía que hacer y lo que hizo que le tomara demasiado tiempo.
—Bien, todo arreglado —contestó.
—¿Y se puede saber lo tan importante que tenías que hacer?
Negó.
—No puedes, pero pronto lo verás. —Caminó hacia mí—. Muero de sueño, así que buenas noches.
Me quedé ahí parada. ¿Cómo era eso de que pronto lo vería? No quería verlo pronto, quería verlo ahora. No era una persona paciente. Como sabía que no había nada más que hacer para lograr que él me lo contara, volví a la cama e intenté dormir sin que mis pensamientos me mantuvieran despierta el resto de noche que quedaba. Cuando desperté, miré el reloj que había sobre la puerta. Eran las ocho de la mañana. Por un momento pensé que llegaría tarde a clases, por lo que debía apresurarme, pero luego volvió todo. No iría más a la escuela, menos a la universidad. La policía me buscaba, irían a esos lugares donde yo podría estar. Me levanté, fui al baño y me contemplé en el espejo. Era casi como si no fuera yo, como si fuera otra persona.
Siempre creí que una persona que matara a otra debía ser muy fría para lograrlo, y quizás era verdad, pero había muchas personas que iban a la cárcel por matar a alguien en defensa propia, como yo. Por un momento me pregunté cómo estaría David, incluso cómo estaría mi madre, pero luego moví la cabeza. No iba a pensar en ellos. Si pudiera ir al hospital y quitarle el oxígeno, lo haría. Quería verlo sufrir y disfrutarlo, así como él disfrutó todos estos años hacerme sufrir.
La persona que me miraba en el espejo no tenía los ojos rojos ni los deseos de echarse en la cama y llorar por todo esto. La persona que me veía estaba firme y decidida a cambiar su vida. Estaba llena de sed de venganza. Ya no era la niñita que deseaba que su madre la amara, que le dijera que la quería, que la cuidara. Acababa de encerrar a esa niñita en un pozo a metros bajo tierra, asegurándome que no volviera a salir, porque ella me las iba a pagar. Pagaría cada una de las que me hizo.
—¡Quiero escucharte rogarme piedad! —susurré.
—¿A quién?
Me sobresalté al ver a Román detrás de mí. Me miraba confundido.
—A mi madre. —Me encogí de hombros—. Necesito ayuda.
Se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Qué necesitas?
—Necesito una identidad falsa y una peluca… —me miré en el espejo. Mi pelo rojo era muy llamativo, por lo que una peluca oscura me escondería entre la multitud— de color n***o. Ya sabes que mi pelo rojo se nota mucho.
—¿Estás loca? —exclamó. Negué—. ¡La policía te busca, Aria! —me dijo como si no lo supiera.
Entorné los ojos.
—Están buscando a una Aria de pelo rojo, no de pelo n***o —expresé como si no fuera obvio—. ¿Puedes ayudarme o no?
Se pasó una mano por la cabeza.
—Pero ¿qué es lo que quieres hacer?
—Ya te dije, quiero ir donde Christine para ver si ella puede darme un trabajo. —Me encogí de hombros. Eso me podía hacer sentir mejor, dejar de pensar tanto—. Aquí encerrada voy a volverme loca.
Puso los ojos en blanco.
—Veré qué puedo hacer.
Ahora era mi turno de poner los ojos en blanco.
—Sé que la puedes conseguir.
—¡Veré qué puedo hacer! —repitió para luego salir de mi habitación.
Terminé de asearme y me cambié ropa. Bueno, solo la blusa, ya que no era mucho lo que tenía.
Comimos tostadas con café y fruta. Era tanto que mi estómago apenas me dejó comer las tostadas, pues no estaba muy acostumbrado a recibir comida en la mañana.
Román me miró.
—Vas a tener que comenzar a comer más, ¡estás muy delgada! —soltó con la boca llena.
Dejé caer lo hombros. La verdad era que sí lo estaba.
—Si mi mamá lo único que hacía era gastar el poco dinero que teníamos en drogas, ¿quién compraba la comida?
—No hay que hablar de tu mamá. Debes cerrar ese ciclo y tratar de pasar desapercibida hasta que todo se calme.
—No creo que se vaya a calmar —dije más para mí que para él.
Cuando terminé de comer, limpié todo y lavé lo que ocupamos, ya que Román preparó la comida, por lo que me tocaba lavar a mí.
°✾°
Estaba tirada en mi cama. Era tan cómoda que costaba mucho salir de allí si tenía en cuenta que dormía casi en las tablas. Literalmente, estaba en el paraíso. Miré el techo y pensé en todo y en nada a la vez. Tomé en cuenta la situación en la que estaba. Atravesé mi propio infierno, y esperaba salir ilesa. Esperaba no quemarme en el camino. Necesitaba que alguien me protegiera, porque necesitaba ir a casa de mamá, a ese estúpido basurero.
Quería verla a la cara.
Me levanté con rapidez. Román dijo que llegaría por la noche y me dejó dinero y números de locales que me podían traer comida. Me puse una chamarra y bajé con el dinero para dirigirme a la tienda que había en la entrada del edificio. Me puse el gorro, entré y caminé hacia la estantería donde estaban las tinturas de pelo. Agarré la caja que decía “n***o azulado” y la pagué. Después subí por el ascensor con esa estúpida canción que me ponía aún más nerviosa.
Lo primero que hice fue buscar una tijera. Luego me dirigí al baño y corté mi pelo. Nunca me lo había cortado. Tenía una melena roja que me llegaba al trasero. Me eché la tintura, esperé el tiempo que indicaba y después me lo lavé. Me veía como otra persona, lo que era perfecto, ya que buscaban a una Aria que murió ese mismo día. Ahora era otra.
En definitiva, iría a esa pocilga. Necesitaba hacerlo.