La nana Dorys, se quedó mirando a Sarah, patidifusa. No podía creer que la niña supiera tanto de ese tema que estaba tan guardado en las memorias de los Reyes de las manadas, o al menos, de parte de su Rey.
«Esta muchachita sabe más de lo que mi Rey se imagina, lo que no comprendo es por qué me habló de esa manera... ¿Quién será quien nos vigila? Sobre todo a los niños... ¿Será que el Rey Oscuro tiene que ver con todo esto?», pensó la nana tratando de consolar a la niña, sin embargo, había algo en ella, que no le permitía acercarse demasiado.
Por su parte, el viejo rey, buscaba la manera de cuidar de su pequeña Luna, para que en el futuro, las cosas se dieran como se esperaban, sin embargo, no encontraba la mejor forma de hacerlo.
«Le he dado mil vueltas a esta situación y no sé como lidiar con todo esto, los años me están pesando ya. Creo que lo mejor es ir a hablar con mi hermano, tal vez, deje de hacer tanta maldad, él cree que no me doy cuenta, pero el lobo pierde el pelo, mas no la maña», pensaba el viejo Rey.
Esa noche, cada uno de ellos, en sus respectivos espacios, tomaban decisiones.
Mientras tanto, en los sueños de Sarah, los recuerdos se aglomeran, queriendo salir en forma de premoniciones que curiosamente, estaban bloqueadas por ella misma.
«¿Qué está pasando conmigo? ¿Por qué no puedo encontrar las respuestas que tanto busco en mis sueños?», se preguntaba Sarah en medio de su somnolencia.
Alguna voz femenina y desconocida, le contestó en su subconsciente:
«¡No busques más allá de lo que hasta ahora vienes viendo y conociendo! ¡No podrás llegar muy lejos! Lo que ahora vendrá a ti, te hara sufrir mucho, no podrás escapar de ello, por esa razón, no puedes ver nada...»
«¿Quién eres? ¿Por qué me dices todo eso?», pregunta un poco agitada.
«No puedo decirte quién soy, solo puedo ponerte sobre aviso, aunque ya no haya mucho qué hacer», le contestó aquella extraña voz.
«Quien quiera que seas, más bien, deberías ayudarme, ¡Ayúdame a escapar de lo que dices que me vaya a hacer daño! ¡Te lo ruego!», le decía impaciente la jovencita, mientras se movía en la cama, junto a Dorys, quien se despierta sobresaltada.
«¿Qué tienes niña Sarah? ¡Otra vez las pesadillas! ¡Esto no está nada bien!», pregunta la nana, nerviosa.
Pasa la noche y al día siguiente en la mesa al servir el desayuno:
—Mi Rey, la niña Sarah volvió a tener pesadillas, aparte de ciertas cosas que me dijo la otra noche, muy comprometedoras, la jovencita sabe más de lo que... —le dice Dorys al Rey.
—¡Calla, Mujer! Sé lo que quieres decirme, estoy enterado de todo lo que ha dicho la pequeña Luna y también de quien vigila a los niños, pienso que quien puede estar detrás de todo esto es el rey Oscuro, por lo que he tomado la decisión de ir a hablar con él, ya sabes para mediar, pues...
—Perdone que lo interrumpa, pero usted ya sabe que su hermano no es ni hombre ni lobo de mediar, a él no le gusta sino la violencia, los daños y las malas decisiones. Lo que puede esperar es que lo trate mal o le haga alguna maldad para herirlo. —interrumpe la nana, mirando hacia la puerta para evitar ser escuchada por los niños..
—No, mujer, ¿Cómo vas a decir eso? Sé que él no ha sido un buen líder, por esa razón es que yo he sido y seguiré siendo por mucho tiempo el Gran Rey de la Manada Luna Plateada y el, continuará exiliado, al menos, hasta que él mismo venga arrepentido de todos sus errores.
—Eso no va a pasar, mi Rey, y perdone que lo repita una y otra vez. Usted conoce muy bien que él no quiere el bien para nuestra manada, lo único que ha buscado siempre, ha sido desunir su propia familia, a todas las familias, a decir verdad. —le dice Dorys, decidida.
—No importa lo que digas, Dorys. Estoy decidido, iré a hablar con mi hermano, es probable que ya haya cambiado, que esté de acuerdo en hacer las paces y olvidar todo lo pasado, su destierro y el exilio. Yo tengo la fe, en que llegaremos a un acuerdo, por el bien de nuestras familias, porque al fin y al cabo, somos familia, la misma sangre y esa profecía, tiene a sus escogidos.
—No, mi Rey, eso nunca va a ser y usted bien lo sabe. Pero... Usted sabrá qué hacer. ―expresó el ama de llaves un poco decepcionada, al entender que no tenía mucho que hacer.
El Rey tomó su camino hacia el despacho, a terminar de organizar su agenda, ya que aparte de su liderazgo en la manada, también tenía negocios que atender fuera de ella, en la ciudad, donde presidía una empresa muy importante, que a futuro sería presidida por su primogénito, Lyam Black.
«Sé que no será fácil tratar este tema con Golnat, pero lo voy a intentar. Solo espero que lo entienda de una vez por todas». Pensaba, esperando que aún hubiera una conexión entre ellos como en el pasado, cuando uno de ellos pensaba, el otro respondía, inesperadamente.
Se sentó en su despacho, mirando por la ventana, hacia el horizonte...
«No entiendo por qué aún espero a que él me responda, si sé que no lo va a hacer, esa conexión se rompió hace mucho tiempo, cuando fue desterrado de Luna Plateada. Todavía me duele, hermano. Pero... tú no quisiste entrar en razón y preferiste exiliarte, alejarte de nosotros, de tu familia. Te extraño, pero eso no puedo hacérselo saber a nadie y mucho menos a ti, pues siempre dijiste que yo era un blandengue, que no podría jamás liderar una manada ni nada. Todavía no comprendo por qué me tratabas de esa manera o tienes esa falsa idea de mí y de lo que pueda o no hacer, si nunca te hice nada, más bien te apoyé en todo, quería ser como tú, tener esa fuerza y no es que yo no la tuviera, sin embargo, quería ser como tú, ese ímpetu...».
El Rey Demetry recordaba aquellos tiempos en los que él consideraba que había sido muy feliz, mientras que una lágrima, rodaba por su mejilla.
Por otro lado, su hermano, el Rey Golnet Black, se encontraba en su mansión tomando una copa de coñac, escuchando en sus silencios, los pensamientos de su hermano.
«Este no cambia, va a seguir siendo un blandengue, toda la vida. Si supiera que sí lo escucho, claro, cuando me lo propongo, del resto tengo a mis súbditos para que me averigüen todo lo que necesite saber de la manada Luna Plateada», decía para sus adentros mientras movía el licor en la copa.
«Como sé que él no puede escucharme, pues lo he bloqueado de mis pensamientos, gracias al poder de la mente y de aquella pócima de las brujas del Reino de las Alas Negras, puedo pensar en voz baja o alta, como yo quiera, como se me dé la gana... porque yo sí soy un Rey de verdad, al que nadie tiene por qué juzgar y al que nadie tiene que venir a mediar, ¿Para qué? ¿Por qué? Si yo soy poderoso, siempre lo he sido, más en el mal que en el bien, porque eso último es muy aburrido, pero estar con las fuerzas oscuras ha sido la mejor decisión que pude haber tomado cuando mi amada Bettina se decidió por el blandengue y buenecito de Demetry, ¡Maldición! Eso no debió haber pasado nunca», dice apretando la copa entre sus manos.
Su mirada de odio y el rencor que permanecía en el corazón, a causa de una decisión en el pasado, lo llevaron a aborrecer a su hermano y desligarse de todo lazo sanguíneo y emocional con los miembros de su familia; la manada Luna Plateada y todos los allegados, prefirió exiliarse, por lo que fue desterrado de su estirpe.
«Aún me falta mucho por descobrarme y vengarme de ti, Demetry... y esta vez, me las pagarás muy caro», decía, mientras la sangre se derramaba entre sus garras.