1. La apuesta.
Capítulo 1: La apuesta.
La música retumbaba en el pequeño departamento que Maia compartía con sus dos amigas de la universidad. Las luces tenues y el eco de risas llenaban la sala, mientras las copas de vino casi vacías descansaban en la mesa. Lo que había empezado como una noche de juegos, confesiones y castigos por no beber, pronto se había convertido en una velada de desafíos cada vez más absurdos. Pero la apuesta que Maia perdió en ese momento, cambiaria todo el rumbo de su casi tranquila vida.
-- Muy bien, Maia – le dijo Sara, con una sonrisa maliciosa mientras barajaba las cartas sobre la mesa.
-- Perdiste, y ahora tienes que cumplir el reto –
Maia frunció el ceño, notando las miradas cómplices entre sus amigas. No le gustaba para nada el rumbo que estaba tomando la conversación.
-- ¿Por qué no me dan a elegir pregunta chicas? Esto no es justo – reclama, pero sus amigas niegan su petición,
-- Ya has respondido todas nuestras preguntas Maia, te la has pasado libre de castigos y retos, ya es momento de aceptar uno – dijo Sara muy seria.
-- ¿Qué clase de reto es? – les preguntó con cautela, cruzando los brazos frente a su pecho.
Juliana, siempre la más directa, sacó una tarjeta de contacto y la dejó sobre la mesa con un gesto teatral.
-- Convertirte en dama de compañía por una noche cariño – el rostro de Maia se congeló.
-- ¿Qué? ¡Dama de compañía! Están completamente locas. ¿De qué están hablando? – Sara rodó los ojos, apoyando la barbilla en una mano como si estuviera agotada de explicar algo obvio.
-- Es simple, amiga. Un trabajo sencillo: acompañar a un tipo millonario y sin vida a una cena de negocios. Charlas un rato, comes bien y te pagan por eso. No es nada complicado – Maia negó con la cabeza, mostrándose horrorizada.
-- ¿Y qué parte de "soy una mujer casada" no entienden? ¿Acaso se les olvida ese pequeño detalle? Este vez creo que fueron muy lejos chicas – les dijo seria, pero Juliana fue quien bufó divertida.
-- ¡hay Maia por dios!, ¡Casada! ¿Con quién? Nunca en la vida has visto a ese esposo que dices que tienes. Han pasado dos años y ni siquiera sabes si el hombre sigue vivo, ni él sabe si tu necesitas algo. Por Dios, ni siquiera usas un anillo de bodas – se quejó Juliana.
-- Y si me preguntas —añadió Sara, alzando una ceja,
-- Lo más probable es que ese hombre se esté dando la gran vida en este momento, mientras tú en estos dos años lo único que has hecho es estudiar y alejarte del sexo opuesto. Lo más seguro es que este disfrutando sin recordar que está casado – añadió más leña al fuego Sara.
-- Asi es, sabes muy bien que la mitad de los chicos de la facultad están enamorados de ti, mientras tú sigues aquí, perdiendo la vida estudiando, evitando citas y reprimiendo a todos los chicos que se mueren por una cita contigo –
Maia abrió la boca para protestar, pero no encontró palabras para hacerlo. Sabía que sus amigas tenían razón en parte. Su matrimonio era solo un acuerdo más que un vínculo real, algo que había aceptado por cumplir el último deseo de su madre. Pero eso no significaba que su esposo pudiera ignorarla como si no existiera.
Maia estaba dudando de su castigo. Aunque tenía apenas 19 años, ella había aprendido a manejarse con independencia, pero esta situación la superaba.
-- En serio chicas, no puedo hacerlo. Nunca podré hacer algo asi, ni siquiera sabría cómo comportarme – murmuró finalmente, mirando la tarjeta como si esta fuera una bomba a punto de explotar.
-- Claro que puedes -- insistió Juliana, empujándola ligeramente con el hombro,
-- Vamos, Maia. Es solo una cena. ¿Qué podría salir mal? – ahora fue Sara quien habló.
El orgullo herido de Maia comenzó a ganar terreno, y aunque su cabeza le decía que aquello era una locura, su corazón rebelde la llevó a aceptar el desafío.
-- Está bien – les dijo finalmente, apretando los labios.
-- Pero si algo sale mal, será completamente su culpa – sus amigas celebraron como si hubieran ganado una guerra, mientras Maia tomaba la tarjeta con manos temblorosas. No podía evitar sentir que acababa de cometer un error monumental.
Horas después, Maia se encontraba frente a un espejo en su pequeña habitación, estaba ajustando el tirante de un elegante vestido n***o que había tomado prestado. Sus amigas la habían convencido de que necesitaba verse sofisticada, pero ella apenas podía reconocerse. Hacia solo un año que cumplió la mayoría de edad, sin embargo, vestida de esa manera parecía una chica mayor y con mucha experiencia.
-- Respira, Maia – murmuró para sí misma mientras se miraba.
-- Es solo una cena – suspiró, pero solo de saber que tendría que acompañar a un tipo mayor y cenar con él se le revolvía el estómago.
El nombre de la empresa, Fare Enterprises, le sonaba vagamente familiar, pero decidió no pensarlo demasiado. Ya estaba suficientemente nerviosa como para detenerse a analizar ese detalle.
Cuando finalmente llegó al salón privado del hotel, la ansiedad se apoderó de ella. Cada paso hacia la puerta parecía amplificar el sonido de sus propios latidos. Llegando a preguntarse, ¿Cómo había llegado a esto? Y ¿Cómo podría haberse dejado convencer para cumplir semejante apuesta?
El ambiente dentro del salón era aún más intimidante de lo que había imaginado. El lugar era imponente, con sus paredes de madera oscura, los candelabros de cristal brillando en el techo como joyas llenas de luz, y ese aire de lujo que la hacía sentirse completamente fuera de lugar.
Ajustó el tirante de su vestido, intentando ignorar el temblor en sus manos, sintiéndose fuera de lugar, mientras esperaba la llegada del empresario a quien debía acompañar esa noche, todavía recordaba como las apuestas anteriores eran beber hasta morir o gritar una grosería en medio del parque central de la universidad en una hora pico, Maia no supo en realidad cuando dejaron de ser castigos inofensivos para convertirse en estos castigos que solo le susurraban peligro.
Maia apenas tuvo tiempo de recuperar el aliento cuando la puerta se abrió, y un hombre entró en el salón. Sus pasos resonaron en el piso de mármol, y la seguridad con la que caminaba parecía llenar cada rincón del lugar.
Maia sintió que su corazón se detenía y un frío intenso le recorrió la espalda, al reconocer al hombre que caminaba hacia ella. Vestido con un traje impecable, y su mirada intensa que parecía perforar el aire. El hombre que entró no era ningún viejo como sus amigas le habían dicho, el hombre que se acercaba a ella irradiaba una seguridad abrumadora que hacía imposible no darse cuenta de quién era él.
Por un instante, Maia pensó que debía haberse equivocado de lugar. Pero no era así, ella no podía creer que el "cliente" de esa noche no era otro que su propio esposo Enzo Grimaldi como lo solía llamar su madre.
-- ¡Carajo! – susurró para sí misma, llevándose una mano a la boca, mientras los ojos de él parecían analizar cada detalle a su alrededor, hasta que su mirada se posó en ella con una intensidad que la hizo sentir desnuda.
Vicenzo no era otro que su propio esposo, el hombre con quien había firmado un contrato matrimonial dos años atrás, el mismo que nunca apareció frente a ella en el registro civil, o peor aún, el mismo a quien no le importaba lo suficiente como para conocerla. Lo que ella recordaba en ese momento fue el día en que le entrego el contrato firmado a su secretaria dos años atrás, el mismo día en que ella recibió un departamento y una tarjeta de crédito dorada.
Pero Maia era mucho más astuta que él, al notar que era un departamento en una zona exclusiva que no podría mantener, ella lo alquiló al instante. Y en lugar de utilizar la tarjeta que le habían entregado, Maia se mudó a las habitaciones de la universidad, con el dinero del alquiler pagaba su carrera y su día a día, luego conoció a sus amigas y meses después se mudaron a vivir juntas. Ella estaba segura de que Enzo había sido obligado por su madre para casarse con ella, y no quería tener que deberle nada.
Vicenzo, por su parte, no tenía planeado asistir a este evento. Él había ordenado que asistiera el gerente general de la empresa, pero el hombre mayor sufrió una baja de presión y en vista de lo importante que era aquella exposición, él mismo fue quien tuvo que asistir.
Maia apenas podía respirar. El impacto de ver a Vicenzo Grimaldi en persona fue enorme, ese hombre imponente que irradiaba una autoridad casi abrumadora, la había dejado paralizada. ¿Qué demonios estaba haciendo él aquí? ¿Por qué no pudo darse cuenta de que su supuesto "cliente" era en realidad su esposo?
-- ¿Se encuentra bien, señorita? – La voz profunda de Vicenzo la sacó de sus pensamientos. Su tono no era para nada agresivo como se lo había imaginado, aunque había algo en su forma de hablar que exigía atención inmediata.
Maia tragó saliva, intentando recuperar la compostura. Se obligó a mirar sus ojos, esos ojos oscuros que parecían escudriñar su alma. No podía dejar que él sospechara nada.
-- S-sí, todo bien. Solo... estaba pensando que esto es un poco intimidante – le respondió con una pequeña sonrisa nerviosa.
Vicenzo arqueó una ceja, claramente intrigado por su respuesta. La mayoría de las personas que se encontraban con él hacían un esfuerzo por impresionarlo o agradarle. Pero esta joven parecía más incómoda que deslumbrada por su presencia, lo cual le resultaba... extrañamente fascinante sobre todo porque al llegar al hotel, él se había imaginado que encontraría a una mujer mayor, alguien contemporáneo al gerente Miller, más nunca espero encontrarse a una mujer tan joven y hermosa, Vicenzo frunció el ceño imaginando las intenciones de su gerente con aquella señorita, o viceversa. Porque él no tenía por qué saber la forma como Maia se vio obligada a aceptar el puesto en ese lugar.
-- Intimidante, ¿eh? – murmuró, dejando que una pequeña sonrisa curva se asomara en sus labios.
-- Bueno, espero que no sea algo tan aterrador como para que quiera marcharse –
-- Marcharme es justo lo que debería hacer – pensó Maia para sí misma. Pero en lugar de huir, su boca se movió antes de que su cerebro pudiera detenerla.
-- No, no me marcharé. Es solo que... este lugar y... bueno, usted. Todo esto parece sacado de una película – su tono era honesto, aunque cargado de nervios. Vicenzo rio entre dientes, un sonido bajo y grave que hizo que Maia sintiera un escalofrío.
-- Eso no lo había escuchado antes. Normalmente, la gente no tiene problemas en adaptarse a mi – le comentó, observándola con curiosidad.
-- Pero usted no parece ser como la mayoría de las personas que conozco –
Maia sintió cómo sus mejillas se encendían. Sabía que debía decir algo, cualquier cosa, para desviar la atención de ese comentario.
-- Supongo que no estoy acostumbrada a este tipo de ambientes. Mis amigas pensaron que sería divertido... – se interrumpió al darse cuenta de que estaba divagando y que cualquier palabra de más podría delatarla.
Vicenzo inclinó ligeramente la cabeza, intrigado.
-- ¿Sus amigas?
-- Sí, digamos que... esto no era exactamente mi elección – le respondió Maia, intentando parecer casual mientras desviaba la mirada hacia el suelo.
Vicenzo asintió lentamente, como si estuviera procesando sus palabras. Había algo en esta jovencita que lo cautivó de inmediato. Era su elegancia, su postura, su forma de hablar, incluso el ligero temblor de sus manos, ese nerviosismo disfrazado de valentía… había algo en ella que lo intrigaba profundamente.
Esa joven no encajaba con la imagen típica de las mujeres que solían acompañarlo en eventos o reuniones como estas.
-- Bueno, señorita... – Vicenzo hizo una pausa, esperando que ella completara la frase con su nombre, y asi fue.
-- Maia – le respondió ella rápidamente, odiando lo extraño que sonaba su nombre al pronunciarlo frente a él.
-- Maia – repitió él, probando el nombre en su lengua. Una sonrisa casi imperceptible se formó en sus labios.
-- Es un placer conocerla – el placer y la sorpresa son todas mías, pensó Maia, al darse cuenta de que su esposo debía pagar por una compañía femenina, cuando la tenía a ella como esposa. Pero lo único que salió de su boca fue un educado,
-- Igualmente –