5. Confesiones...

1712 Words
Capítulo 5. Confesiones y más dudas. Maia salió caminando en puntas, cuando ingresó al ascensor se encontró con el asistente de Vicenzo, el hombre la miró de pies a cabeza y le entrego una bolsa que llevaba en la mano. -- Perdón ¿esto es para mí? – le preguntó algo contrariada, el hombre asintió sin dejar de observarla, Maia revisó el contenido y encontró toda una muda de ropa, ahí. Luego miró al hombre consternada, -- El señor me pidió que la trajera para usted – -- ¿El señor te pidió? – repitió ella y el hombre asintió, en ese momento Maia se sintió engañada, saber que Vicenzo le pidió a su asistente ropa para ella, fue humillante. -- Asi que él sabía que yo aceptaría quedarme… – no termino de decir lo que pensaba, ella miró al hombre y la ropa que había en la bolsa. No podía regresar vestida como estaba, ya era bastante temprano y lo mejor sería cambiarse y volver más tarde. -- ¿Dónde podría cambiarme? – le pregunto y él hombre le entrego una tarjeta de habitación, Maia la recibió agradecida y se alejó de él. -- No sé por qué esta mujer me parece conocida. ¿Dónde la he visto antes? – susurró el asistente de Vicenzo, mientras bajaba al lobby del hotel. Hacía dos años atrás fue él mismo quien le llevó los documentos que Maia debía firmar, pero en ese momento la apariencia de la joven era bastante inocente, ahora vestida como estaba y con el papel de dama de compañía, sería muy difícil que la vuelva a recordar. Maia ingreso a otra suite, se dio un baño y se cambio el vestido que llevaba. Luego de ponerse la ropa que el asistente le dio, se sintió mejor. Su cuerpo estaba adolorido y su cuello mostraba algunas marcas de la noche que vivió con su esposo. Maia revisó su teléfono y tenia muchas llamadas de sus amigas, asi que se apresuró en responder. -- ¿Dónde estás? – le preguntó Sara, -- ¿Estás bien? – ahora fue Juliana quien preguntó. -- ¿Por qué no volviste anoche? – fue otra pregunta de Sara. -- ¿Por qué no respondiste nuestras llamadas? – esta última pregunta fue hecha al unísono. Maia que había hecho una video llamada les mostro el lugar donde estaba. Debía aprovechar que estaba sola en esa hermosa habitación. -- Lo siento chicas, se hizo muy tarde anoche y me reservaron una habitación en el hotel – les dice y les muestra a través de su teléfono la lujosa suite. -- ¿Es una suite? – -- Si lo es, es hermosa. No puedo creerlo amiga. ¿Entonces anoche todo salió bien? – -- Asi es. No se preocupen tanto por mí, en una hora debo estar con ustedes – sonríe cortando la llamada. Maia baja lista para desaparecer cuando vuelve a encontrarse con el asistente. -- Señorita por favor – le indica que se acomode en una mesa del comedor, ella obedece tranquila, moría de hambre desde la noche y no pudo comer nada luego de escuchar a la tal Casandra. Mientras Maia desayunaba en el comedor del hotel, Vicenzo apareció de repente, está ves estaba vestido informalmente, pero con la misma elegancia que siempre lo caracterizaba. Su presencia llenó el espacio por completo, y Maia sintió que su corazón daba un vuelco. -- ¿Puedo acompañarte? – le preguntó, con una sonrisa que dejaba entrever una confianza que había sido adquirida la noche anterior. -- Claro – le respondió Maia, intentando que su voz no delatara lo que sentía. Vicenzo se sentó frente a ella y la observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. -- ¿Estás bien?, ¿Por qué no me dijiste que era tu primera vez? – Maia se sonrojo demasiado al oírlo, el jugo que había bebido casi la atraganta, nunca esperó que Vicenzo le hiciera esa pregunta en aquel lugar. -- Maia – continuó con un tono de voz seria. -- Has pensado en algo sobre lo ocurrido anoche – Maia dejó de comer, su mirada fija en él. Algo en la expresión de Vicenzo le decía que lo que estaba a punto de decir cambiaría las reglas del juego. -- Toda esta bien señ… Vicenzo. No tienes de que preocuparte, soy mayor de edad y sé muy bien lo que hago con mi vida, como lo hice anoche – -- Y eso está bien – asintió sin dejar de mirar sus ojos, -- Hay algo en ti que no puedo ignorar mujer – continuó él, inclinándose ligeramente hacia ella. -- No sé qué es exactamente, pero no quiero perderlo – Maia tragó saliva, sintiendo que el aire se volvía más denso a su alrededor. -- No entiendo a qué te refieres – le dijo, aunque en el fondo temía saberlo. Vicenzo dejó escapar una leve risa, como si estuviera disfrutando del desafío que representaba la jovencita frente a él. La tuvo en su cama toda la noche y se sintió extraño, quizás desolado al no verla esta mañana a su lado. Él pensó que la jovencita era un capricho que terminaría con una noche de pasión, pero estaba equivocado, la había probado y como el fruto prohibido quería más… -- Quiero que seas más que mi invitada de una noche, Maia – le dijo finalmente, con una intensidad que hizo que sus palabras parecieran una orden. -- Quiero que seas mi dama de compañía, en todo el sentido de la palabra – el silencio que siguió fue ensordecedor. Maia sintió que el mundo a su alrededor se detenía mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Su propio esposo le estaba pidiendo que se convierta en su amante. -- ¿Tu dama de compañía? – se repitió, como si las palabras no tuvieran sentido. -- Exactamente cariño – le confirmó Vicenzo, su mirada estaba fija en la de ella. -- Quiero que estés a mi lado como anoche. Que compartas mi vida, sin etiquetas ni compromisos. Solo tú y yo – Maia no sabía si reír, gritar o llorar. La ironía de la situación era casi insoportable. Allí estaba él, proponiéndole convertirse en su amante, mientras ignoraba por completo que tenía una esposa. -- Eso es... una propuesta inusual – le respondió finalmente, intentando ganar tiempo para ordenar sus pensamientos. -- No soy un hombre que siga las normas – le respondió Vicenzo, con una leve sonrisa. -- Y tú tampoco pareces ser una mujer común – terminó, pensando en la noche que pasaron juntos. Maia estaba segura de que era un hombre que no seguía las normas, se lo había demostrado la noche anterior, acostándose con ella aun cuando tenia una esposa, hacia dos años. -- Necesito pensar en esto señ… Vicenzo – pudo notar el rostro de él al no responder al segundo. -- Claro puedes tomarte tu tiempo, pero que no sea tanto – Maia se levantó de la mesa, sintiendo que necesitaba escapar antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse. -- No lo haré Vicenzo – le respondió antes de darse la vuelta y salir corriendo de ahí. Vicenzo la vio marcharse, su silueta iluminada por el sol matutino. Había apostado mucho al decirle lo que sentía, pero no podía arrepentirse. Había algo en Maia que lo hacía querer arriesgarlo todo. Sin embargo, no podía evitar preguntarse por qué había visto un destello de dolor en sus ojos. ¿Qué era lo que ella estaba escondiendo? ¿Y por qué tenía la sensación de que su conexión con ella era mucho más profunda de lo que parecía? Maia caminó sin rumbo por las calles cercanas al hotel, estaba intentando procesar lo que había ocurrido anoche y la propuesta que su esposo le acababa de hacer. -- ¿Se volvió loco? – susurró molesta. -- ¿Acaso se olvidó que esta casado? – La propuesta de Vicenzo había despertado en ella una avalancha de emociones. Por un lado, la idea de estar cerca de él, de vivir algo real, aunque fuera bajo una mentira total, era tentadora. Pero, por otro lado, sabía que aceptar la propuesta de su esposo, sería traicionarse a ella misma como esposa. ¿Cómo podía considerar siquiera convertirse en su amante cuando ya era su esposa? Una esposa que él nunca reconocería porque no sabía quién era ella realmente. Cuando finalmente llegó al departamento que compartía con sus amigas, sabía que tenía que tomar una decisión. Este juego no podía durar para siempre, y cada vez sería más difícil distinguir entre las mentiras que tendría que contar y las verdades que tenía guardadas en su corazón. Maia regresó al departamento con el corazón acelerado y la cabeza llena de pensamientos. En cuanto abrió la puerta, escuchó las voces de sus amigas provenientes de la cocina. Apenas asomó la cabeza, se encontró con dos pares de ojos expectantes, Sara y Juliana. Maia caminó hacia ellas, dejó su bolso en la mesa antes de ingresar a la cocina y sentarse en uno de los bancos que había ahí, se sentía agotada tanto física como mentalmente. Sus amigas se acercaron, rodeándola como depredadoras listas para devorar a su presa, fue Sara la que se percató del traje que llevaba. -- Ese conjunto, es nuevo verdad – preguntó y Maia asintió. -- Me lo entregó el asistente esta mañana – -- ¡Wau amiga! Este traje es de una colección carísima – señalo Juliana, y tanto Sara como Maia levantaron los hombros restándole importancia a la ropa. -- Bueno Maia ¿Cómo te fue? – le pregunto una de ellas, y Maia suspiró, buscando las palabras adecuadas. -- Bueno, al principio estuvo bien, fue una reunión benéfica como cualquier otra me imagino. Ya saben cómo estamos tan acostumbradas a asistir a ese tipo de eventos – sonrío cómica al notar los ojos curiosos de sus amigas. -- Básicamente me trató como tratarías a una acompañante me imagino – y las chicas asintieron. -- Pero después… algo cambió. Él se fue por ahí y una mujer se acercó a mi para decirme que era la futura prometida y esposa de él – -- ¿Qué? – -- ¡Me muero! y ¿Qué hiciste? –
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