Capítulo 3. Una furia contenida.
Maia bajó la mirada, pensando en la invitación que Vicenzo le había hecho antes de despedirse. "Acompáñame a un evento esta noche," había dicho, con una voz tan encantadora como imperativa. Y lo peor era que había aceptado. Ni siquiera sabía por qué. Quizá era su orgullo herido, quizás quería demostrarle que no le temía, o quizás… no quería admitir una tercera opción.
-- Fue… raro – comenzó a decir Maia, mordiéndose el labio inferior. No estaba segura si debía contarles que había salido con su propio esposo. Nunca había hablado de él y nadie sabía que estaba casada con el CEO Vicenzo Grimaldi.
-- Para aclarar no era ningún viejo como piensan –
-- En serio, no puedo creerlo. ¿Entonces es lindo? ¿Está comprometido? –
-- Obvió no Juliana, si lo estuviera no contrataría a una dama de compañía – aclaró Sara y eso fue suficiente para que Maia decida callar. No iba a revelar que había sido la dama de compañía de su propio esposo.
-- ¿Qué hizo? ¿Qué dijo? ¡Lo odiamos, lo amamos, o qué! – Maia suspiró, buscando las palabras adecuadas
-- En realidad no asistimos a ningún evento en especial, solo me invito a cenar y conversar –
-- ¡En serio! ¡que patético! – comentó Sara.
-- Sí, básicamente – mintió Maia, volviendo a alzar la vista.
-- Fue algo patético, pero ya terminó. No hay nada más que decir –
Juliana y Sara se miraron, claramente insatisfechas con su comentario.
-- Maia, sé que no quieres hablar más, pero nos preocupa – dijo Sara con un tono más suave.
-- ¿Estás segura de que estás bien? – Maia las miró por un momento, y aunque sabía que estaban genuinamente preocupadas, no podía decirles toda la verdad. No podía admitir que había estado cara a cara con el hombre que su madre la obligó a casar, él mismo que la había dejado abandonada dos años atrás, y aunque le cueste admitir Vicenzo Grimaldi supo despertar en ella emociones que no quería admitir.
-- Estoy bien – suspiro finalmente, forzando una sonrisa que esperaba que pareciera convincente.
-- Solo necesito descansar – Juliana suspiró, pero le dejó el paso libre.
-- Está bien, pero sabes que estamos aquí si necesitas hablar, ¿verdad? –
-- Lo sé – le respondió Maia, agradecida pero también abrumada.
Cuando finalmente estuvo sola en su habitación, cerró la puerta y dejó escapar un suspiro tembloroso.
-- ¿Qué demonios estoy haciendo? Creo que me volví loca de remate – murmuró para sí misma, sintiendo que el peso de todo lo que había pasado comenzaba a caer sobre ella.
Maia se dejó caer sobre la cama, mirando al techo mientras las imágenes de aquella noche se reproducían en su mente. Vicenzo, con su mirada indescifrable y su tono a veces autoritario y otras complaciente. La forma en que parecía disfrutar poniéndola en aprietos, pero también los destellos de vulnerabilidad que había notado mientras cenaba con él, aunque no quisiera admitirlo la presencia de su esposo la alteraba y demasiado.
Y ahora tenía que decidir cómo enfrentarse a él la noche siguiente, en un evento que probablemente estaría lleno de gente como él: poderosa, rica e incluso arrogante. Maia apretó los puños, decidida a no dejarse intimidar.
-- Está bien Vicenzo Grimaldi, si quiere que sea tu dama de compañía en lugar de tu esposa, entonces así será. Pero jugaré bajo mis propias reglas, vamos a ver cuánto tiempo te dura el teatrito de un hombre soltero – susurró, sintiendo cómo su rabia se transformaba en determinación…
Al día siguiente
El aroma a café recién molido inundaba el lujoso salón del café donde Maia estaba sentada, ajustándose el vestido que una asistente de Vicenzo le había entregado apenas hizo su aparición en el hotel.
Maia había recibido una nota, escrita a mano por Vicenzo, que la invitaba a acompañarlo esa noche a una gala benéfica. La caligrafía era elegante, precisa, casi tanto como el hombre mismo.
Mientras esperaba que la recogieran, su mente no dejaba de debatirse. Cada minuto que pasaba junto a Vicenzo hacía que mantener su identidad en secreto se volviera más complicado. Pero ¿Qué otra opción tenía? ¿Decirle la verdad? Esa era la única opción que no estaba un su lista, nunca podría atentar contra ese mural que levantó para protegerse de él.
-- Señorita Maia, el señor Grimaldi la espera – le anunció una voz muy cerca de la puerta del café.
Maia respiró hondo, tomó su bolso y se dirigió hacia la salida. Si iba a jugar este juego, tenía que hacerlo bien.
Cuando llegó a la salida pudo ver a Vicenzo de pie al lado de un auto, al parecer había estado hablando por teléfono antes de que ella saliera. Al verla en la puerta guardó su teléfono en el bolsillo de su traje, y levantó la mirada para observarla. Maia sintió un escalofrío recorrerle la espalda, preguntándose ¿Cómo era posible que un hombre pudiera tener tanta presencia? Y ¿Cómo era posible que con solo mirarla pudiera atravesarla por completo?
-- Maia – le dijo él, extendiendo su mano hacia ella,
-- Me alegra que te hayas presentado – susurro muy cerca de su oído, ayudándola a ingresar en la parte trasera del auto. Maia solo sonrío y sin querer mencionó el supuesto trabajo que debía cumplir.
-- Es solo mi trabajo señor Grimaldi, soy una dama de compañía – Vicenzo solo se limitó a mirarla mientras tomaba asiento a su lado. Sus ojos no se apartaban de los de Maia, analizando cada detalle de su rostro.
-- Por favor, llámame Vicenzo. No queremos que las personas que estarán en la celebración comiencen a especular sobre mi – le dijo algo serio mientras el auto los llevaba al lugar donde se llevaría a cabo la gala benéfica.
Mientras entraban al gran salón iluminado por candelabros y rodeado de mesas decoradas con flores azules, Maia notó cómo todas las miradas se dirigían hacia ellos. Vicenzo era claramente una figura conocida y respetada, y ella. Ella solo era una desconocida que parecía haber capturado la atención del CEO de una manera que no pasaba desapercibida en el lugar.
El camarero apareció en ese instante para servirles vino. Maia aprovechó la distracción para intentar calmarse, aunque no pudo evitar sentir la mirada de Vicenzo sobre ella, asi que apenas tuvo su copa frente a ella la bebió de un solo sorbo.
Vicenzo quedó impresionado al verla actuar, pero cuando ella comenzó a toser sonrío.
-- ¿Estás bien? – le preguntó una vez que ella se calmó. Maia solo asintió, su rostro estaba sonrosado por el alcohol.
-- ¿Acostumbra a venir a este tipo de eventos? – le preguntó Maia mientras caminaban hacia su mesa.
-- Sólo cuando es necesario – le respondió Vicenzo con una sonrisa ligera
-- Aunque debo admitir que esta vez es más interesante. Tener una compañía tan agradable como la tuya hace la diferencia – Maia lo miró de reojo y le pareció que su esposo estaba intentando coquetear con ella, algo que la molesto demasiado, haciéndola sonreír para intentar ocultar el torbellino de emociones que esas palabras habían provocado en su interior.
La velada avanzaba con relativa tranquilidad. Vicenzo se movía con naturalidad entre los invitados, estrechando manos y participando en conversaciones superficiales sobre negocios y filantropía. Maia lo seguía de cerca, intentando no llamar demasiado la atención, aunque era imposible pasar desapercibida.
En un momento, mientras Vicenzo hablaba con un empresario mayor, Maia sintió una mano suave en su brazo. Se giró y se encontró con una mujer alta, rubia y perfectamente vestida, que la miraba con una mezcla de curiosidad y desdén.
-- No nos han presentado – le dijo la mujer, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
-- Soy Casandra Ducke, amiga y futura prometida de Vicenzo – el nombre hizo que el corazón de Maia se detuviera por un instante. Casandra era la mujer con la que Vicenzo estaba destinado a casarse antes de que su madre moribunda le pidiera que firme los registros matrimoniales con ella.
-- Maia – le respondió, extendiendo su mano con una sonrisa neutral.
Casandra ignoró el gesto, inclinándose ligeramente hacia ella,
-- Así que tú eres la última... distracción de Vicenzo – le murmuró bastante cerca como para que solo ella escuchara, su tono destilaba veneno puro.
-- Espero que no estés demasiado encariñada con él. Los caprichos de mi hombre no suelen durar mucho – Maia sintió que la sangre le hervía, pero se obligó a mantener la calma. No podía permitirse un enfrentamiento en medio de la gala
-- Bueno, creo que eso es algo que solo Vicenzo y yo podemos decidir -- le respondió con una sonrisa cortes y desafiante, Maia no iba a quedarse callada, no sabiendo que ella era la esposa del CEO, aunque él no quiera reconocerlo e intente conquistar a cuanta mujer se cruce en su camino.
Casandra parecía a punto de decir algo más cuando Vicenzo regresó, colocándose al lado de Maia.
-- Casandra – dijo él, su tono frío como el hielo.
-- ¿Hay algún problema aquí? –
La rubia sonrió ampliamente, como si nada hubiera pasado.
-- Ninguno, querido Vicenzo. Sólo me estaba presentando ante tu... invitada. Es una pena que no me dijeras que estarías acompañado esta noche, yo te habría podido ayudar –
Vicenzo la miró con una expresión que podría haber congelado el mismísimo dios sol.
-- No creo que sea algo que deba preocuparte – respondió.
-- Maia, ¿quieres algo de beber? – le preguntó sin mirar la expresión de desprecio de la joven Ducke.
Maia asintió, agradecida por la oportunidad de alejarse de Casandra. Mientras se dirigían hacia la barra, sintió que la tensión en sus hombros comenzaba a relajarse.