Me hice la loca frente al hombre que había insultado la noche anterior, y sentí que la vergüenza y la dignidad se fueron corriendo dejándome sola.
¿Qué probabilidades había de que me volviera a ver con este sexi y desesperante extraño? Quería cavar un hoyo en la tierra y perderme.
Lo vi por primera vez con detenimiento y supe que mis un metro con sesenta centímetros de estatura, no eran suficientes para sus un metro con noventa. El traje de diseñador que traía a medida y ese corte de cabello que hacía lucir su melena ne**gra, como un actor clásico de Hollywood, fue lo que me hizo darme cuenta que me había comido a un hombre mil veces más guapo que mi ex.
En el fondo tenía la satisfacción de que al menos había valido la pena. Aunque mi mayor preocupación por ahora era, ¿de qué manera iba a salir de este problema? Era claro que se acordaba de quién era. Y a pesar de que le dije que no "funcionaba" la realidad era que había tenido un desempeño cinco estrellas en la cama.
— Disculpe, ¿lo conozco? —Podré haber quedado embobada con él, pero no podía caer en su hechizo y quedar al descubierto.
Él alzó una ceja, con su rostro intentando mantener la seriedad de un hombre de negocios en un hospital. Me miró por un par de segundos, que me parecieron años.
— ¿Ahora juegas a ser cobarde? ¿O de verdad tienes tanta amnesia?
¡Uy! Esto sí que había sido un golpe bajo. Podía ser todo menos una cobarde. Eso sí que me había dolido, pero ¿qué debía hacer si estaba desesperada? Tenía que deshacerme de él lo más pronto posible.
— Ah, eres el hombre de la noche. Te acabo de recordar. —Mi dignidad había muerto esa tarde— ¿Cómo te fue con el urólogo por cierto?
Vi cómo el hombre tensó su mandíbula, y por un momento cerró los ojos. Era como si intentara conectarse con el espíritu de Buda, o Jesucristo, pues esa sensación me dio.
— Señorita, lo único que no me funciona bien, en este momento, es ignorarte. Lo demás está en su máximo esplendor. —Me dijo con esa voz afilada. Me miró con cierto aire retador.
Ja, es un honor hablar conmigo.
— ¿Estás seguro? —Le pregunté con toda la ingenuidad del mundo, y pronto descubrí que debí preguntar todo, menos esto.
¡Zoe, ¿en qué cabeza cabe preguntar algo así? O sea, jo**der, el hombre no tenía problemas ¿Y si lo había traumado?
— Urólogo no necesito. Pero si buscas ser una voluntaria para probar que todo funciona a la perfección, me parece que acabas de ofrecerte.
¿Ofrecerme? ¡Ay! Dios mío ¡Pero qué disparate!
— No necesito ser voluntaria. Ya sé el tipo de problema que voy a encontrar. —Al parecer no paraba de meter la pata.
No supe descifrar la expresión del hombre, pero estaba segura que no le estaba haciendo ninguna gracia que siguiera recordándole el pésimo trabajo que hace entre las sábanas. Sin embargo, pude ver cierta aura llena de diversión y maldad. En ese momento sacó su cartera de la bolsa de su pantalón y sacó unos cuantos billetes que me depositó en las manos. Al principio mantuve mi puño cerrado, pero él se encargó de extender mis dedos y depositar el dinero.
El contacto ligero de sus dedos sobre la piel de mi mano hizo que me recorriera una pequeña sensación de hormigueo. Nuestros ojos por un momento se encontraron y juro que se me olvidó respirar por un segundo.
— Aquí tienes, para que pagues a alguien que te explique lo contrario, porque claramente lo necesitas más que yo. Hay buenos neurólogos expertos en demencia. De seguro que alguno de aquí del hospital te puede ayudar.
Abrí la boca y juro que me costó volver a recuperar el habla, porque me dio ciento cincuenta dólares para la consulta. Permanecimos en silencio por un par de segundos, parados, en medio de una sala de espera abarrotada por gente que conversaba muy bajito o dormitaba en los asientos, en la espera de recibir noticias sobre la salud de sus familiares.
Estaba a punto de abrir la boca cuando el doctor gritó el nombre de Carlton.
— ¡Familiares del señor Carlton! —Llamó la voz de un doctor.
— Me tengo que ir. —Le dije al guapo desquiciante sin darle tiempo a decir una palabra más. Me acerqué de inmediato al doctor—. Buenas noches, doctor.
— Supongo que los familiares del señor Carlton todavía no llegan.
— No, pero le llamaré a su esposa.
— Bien. El señor Carlton salió de su cirugía con éxito. Está en la sala de recuperación a la espera de que despierte de la anestesia.
— Gracias al cielo.
— Gracias a nosotros los doctores, querida. No me pasé quince años estudiando.
Parecía que el doctor estaba de malas porque se dio la media vuelta y se fue. Era un alivio que al menos mi jefe había salido bien. Me llevé una mano al pecho llena de alivio.
— No me jo**das. —Escuché la misma voz masculina detrás de mí.
Me volteé harta de que ese hombre no continuara su camino. Puse mis brazos en jarras y lo vi con el ceño fruncido. No entendía por qué todavía seguía ahí.
— Puedes continuar con tu camino. Yo tengo cosas más importantes que hacer, que estar platicando con un hombre arrogante.
Se cruzó de brazos y parecía que había captado su interés. Empezábamos a ser el centro de atención de algunos mirones que habían despertado con la esperanza de recibir noticias de sus familiares.
— ¿Y cómo qué es más importante que platicar conmigo?
— Como el hecho de esperar al imbécil del hermano de mi jefe, que debió llegar antes de su cirugía, no ha aparecido. Pobre Carlton, con esa familia que tiene, para qué quiere enemigos.
— Señorita, ¿eres la asistente personal de Carlton?
— Sí.
Madre mía, algo no cuadraba bien.
— Bueno, yo soy ese hermano imbécil.
Zoe Morel 1997 - 2025.
Causa de la muerte: Vergüenza.