El reloj marcaba las dos de la madrugada. La oficina estaba en silencio, salvo por el tecleo constante y el zumbido del aire acondicionado. Teníamos la mesa llena de carpetas, post-its y cafés ya fríos. Yo intentaba concentrarme en el maldito informe, pero cada vez que miraba a Nikolai, mi cerebro repetía como mantra. Divorcio. Divorcio. Divorcio. Pasaba la hoja, y lo veía escribir con esa seriedad impenetrable, y mi cabeza soltaba: Divorcio. Mujer. Problema. Quise disimular, pero el suspiro que solté fue tan sonoro que hasta las ventanas temblaron. — ¿Qué demonios fue eso? —Preguntó Nikolai, sin levantar la vista de los papeles. — ¿Qué? ¿Yo? Nada. Solo. . . Nada. —Le sonreí como si fuera inocente, aunque probablemente tenía cara de sospechosa número uno en un juicio de telenovela. Él

